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Olvidó quitarse el resto del disfraz, incluida la lentilla verde, y se acostó temprano. No se sentía tan solo y desvalido como otras noches, y, antes de ponerse a pensar en Norma, como hacía siempre, dedicó un recuerdo fugaz a la señora Griselda en su lecho profundo y cálido habitado por el osito de peluche. Luego, echado de lado en posición fetal, empezó a imaginarse a Norma acudiendo una noche a la pensión Ynes… Sin embargo, por vez primera en mucho tiempo, se durmió pensando no en la mujer deseada sino en Carmen, la muchacha ciega que se hacía explicar las películas de la tele.

Se despertó de madrugada a causa de una pesadilla recurrente en la que llamaba a Marés con desespero, instándole urgentemente a que comprara una fregona y un limpiacristales. Sintió náuseas y poco después se encontraba vomitando en el retrete. Cuando terminó de vomitar, se sentó en la tapa del water dispuesto a reflexionar un rato sobre su destino. No se le ocurrió nada. Al tirar de la cadena del water advirtió que estaba roto el bote sifónico del depósito, oyó el estruendo del agua y tiró con más fuerza y rompió la cadena.

– ¡Vaya! -dijo-. Este manazas de Marés…

Se le cayó la lentilla verde del ojo y la estuvo buscando a gatas. Finalmente la encontró y se la puso. También se puso el parche en el otro ojo, y eso, de algún modo, lo sosegó. Pero esta noche durmió con un ojo abierto. Desde la cama podía oír los gemidos nocturnos del Walden 7, la respiración agónica del desfachatado edificio: regurgitar de cañerías, impacto de losetas que caían más allá de la red, crujidos y quebrantamientos diversos. El descalabro del monstruo proseguía, y Marés sentía que la vida estaba en otra parte y que él no era nada, una transparencia: que alguien, otro, miraba esa vida a través de él.

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– No te entiendo -dijo Cuxot mientras dibujaba en la calle-. ¿Quieres explicarte mejor?

– Te estoy diciendo que mi mujer se verá seguramente, fatalmente, con un amigo mío -dijo Marés.

– ¿Dónde?

– En la pensión donde vive mi amigo.

– ¿Y tú cómo lo sabes?

– Él me lo ha dicho. Bueno, se trata de una cita no formalizada todavía. Es probable que ella no se dé mucha prisa en ir, no dijo nada de eso. Pero la conozco, y acabará por ir.

– ¿Ah, sí? ¿Se trata de otra de sus locas aventuras con guitarristas y limpiabotas?

– Eso me temo.

– ¿Y quién es él? ¿Otro murciano saleroso?

– Es este de la foto-carnet que estás copiando. A que tiene buena pinta.

– Parece un chuloputas bastante peligroso. ¿Cómo perdió el ojo? ¿En una reyerta con navajas? Supongo que debe gustar a las mujeres, menuda jeta de comecoños catalanufos… Te voy a cobrar por el dibujo, no te creas. ¿Es para él?

– No. Es para un regalo.

– ¿Y cómo puede ligar tu mujer con tíos así? ¿Dónde lo hace?

– No olvides que Norma es sociolingüista -dijo Marés con una voz llena de parásitos, súbitamente contaminada de otra voz-. Que tiene un trato constante con los charnegos y con su lengua…

– ¿Qué te pasa con la voz?

– No sé.

Cuxot dejó escapar un gruñido y siguió dibujando.

– Bueno ¿y qué vas a hacer ahora?

– Nada. Conozco la historia y me jode un poco, pero no haré nada.

– ¿Sabes qué te digo, Marés? Que eres un cachocabrito y que te den muy por el saco con tus historias de cuernos.

Marés rindió la cabeza a un lado y dulcemente aplastó la mejilla en el acordeón, atacando la sardana con unos acordes previos que hacían imposible seguir con la conversación.

Estaban en la Avinguda Portal de l'Àngel, frente a los almacenes Jorba, con el suelo a su alrededor sembrado de folletos de propaganda de todos los colores. Sentado en su sillita de tijera, Cuxot dibujaba al cartón el retrato de Faneca que le había encargado Marés, y éste tocaba La Santa Espina al acordeón sentado en el suelo y con un cartel bilingüe en el pecho:

MÚSIC CATALÀ

EXPULSADO DE TVE EN MADRID

AMB 12 FILLS I SENSE FEINA

Había planeado trabajar hasta las dos o las tres de la tarde, comer algo con Cuxot y Serafín y luego seguir tocando hasta las seis por lo menos, pero a la una y pico empezó a sentir un desasosiego y una angustia que le agarrotaron las manos y le impedían tocar. Cuxot le aconsejó cambiar el rótulo, demasiada coña, le dijo, pero a muchos viandantes les causaba lástima o les hacía gracia y dejaban caer monedas. De pronto, a Marés se le volvió a cerrar el ojo derecho y no lo podía abrir. Cuxot se dio cuenta.

– ¿Qué te pasa en el ojo? ¿Por qué haces gañotas?

– No lo sé. Me tengo que ir, no me encuentro bien…

– Compañero, si no controlas tus delirios acabarás tarumba.

– Estoy confundido. Desde hace algún tiempo tengo mareos y se me olvidan las cosas. A veces me cuesta llegar a casa, y no sé en qué piso vivo… ¿Crees que podría tener el mal de Alzheimer, la enfermedad del olvido?…

– ¡Qué olvido ni qué narices! -gruñó Cuxot-. Empinas demasiado el codo, eso es lo que te pasa.

– ¿Cuándo tendrás el retrato de mi amigo?

– Si esperas un poco te lo puedes llevar.

Pero no hubo tiempo para nada. De pronto se levantó un viento húmedo y el cielo se ensombreció, los folletos de colores empezaron a elevarse y a arremolinarse en el aire y en el cielo se instaló un tumulto gris de nubes y palomas. Marés volvió a notar un aturdimiento y como si la sangre retrocediera en sus venas. Recogió su dinero y su acordeón y, empujado por un torbellino de pesadumbres, las manos en los bolsillos y la cabeza entre los hombros, se fue de allí como alma que lleva el diablo y con un ojo ciego.

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En medio de ese vértigo que a ratos le confundía y a ratos le estimulaba, intuyó que debía preservar algo que de algún modo tenía que ver con la propia estima, dondequiera que ésta se hallara después de tantos años de haberla perdido. Apresuradamente, frente a la ceniza del espejo, recompuso la imagen de Faneca y luego encendió un cigarrillo y se relajó. Se puso el traje marrón a rayas y se cepilló la americana cruzada. La sangre volvía a latir en sus venas. El ojo verde le miraba de nuevo alegre y zumbón detrás de la nube ciega del espejo, mientras el humo del cigarrillo se enroscaba en su cara serrana.

– No volverás a joderme, Marés -dijo-. Me enseñarás a tocar el acordeón y ya no te necesitaré para nada.

Abrió la nevera y comió unas lonchas de jamón dulce y dos manzanas. Luego sacó una maleta pequeña de lo alto del armario y la llenó de ropa interior, camisas, calcetines y un par de corbatas. No encontró la camisa de seda rosa y pensó: «Se la habrá puesto él.» Se trajo del baño las cosas de afeitar y también las puso en la maleta. Finalmente se sentó a la mesa y escribió una nota: «Querido amigo Marés, estoy impaciente por recibir noticias de tu ex mujer. Temo que en cualquier momento pueda llamar o presentarse en la pensión sin encontrarme. Así que he decidido estar allí por las tardes. Con tu permiso me llevo algo de ropa y tus cuadernos de memorias para que Norma los lea, sé que le gustarán mucho. Necesitaré algún dinero, así que me llevo también un talonario y copiaré tu firma. Un abrazo. Faneca.»

Consultó la hora, las tres y media, preparó café y con un chorrito de coñac se hizo un carajillo. Tomó el primer sorbo y decidió no esperar los acontecimientos, sino precipitarlos. Era un sábado y confiaba encontrar a Norma en casa, relajada y receptiva, tal vez en bata y aburrida de estar sola… La Norma cegata y perezosa y doméstica que Marés conocía bien, la Norma que se alegrará secretamente de verte, Faneca, se dijo.

Media hora después, con la maleta en la mano y los cuadernos bajo el brazo, estaba en Villa Valentí.

– Dígale a la zeñora que le traigo lo que me pidió -dijo a la criada filipina-. Las memorias de su marío.

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