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»-Mira, en el correo de hoy llegaron los espejuelos que estaba esperando.»

Jorge Maura se abrazó a Laura Díaz, «Nos equivocamos de historia, no quiero admitir nada que destruya nuestra fe, qué ganas de que todos fuéramos héroes, qué ganas de mantener la fe…».

Laura Díaz caminó esa mañana por todo Insurgentes hasta su casa en la Colonia Roma. El temblor emocionado de Maura le seguía recorriendo el cuerpo como una lluvia interna. No importaba que el español no le dijera nada sobre su vida privada. Se lo había dicho todo sobre su vida pública: qué ganas de que todos los nuestros fueran héroes. Qué ganas de ser, ella misma, heroica. Pero después de oír a Jorge Maura, sabía que el heroísmo no es un proyecto voluntario sino una respuesta a circunstancias imaginables pero imprevistas. Nada había heroico en su propia vida; quizás algún día, gracias a su amante español, ella sabría responder al desafío de la heroicidad.

Juan Francisco… sentado en la cama matrimonial, esperándola quizás, o acaso no esperándola más, dueño de la recriminación evidente… Santiago y Dantón, nuestros hijos, los he debido atender solo, no te pregunto dónde has andado -pero atado a sí mismo, al último poste de su honor por la promesa de nunca volverla a espiar ¿qué le diría después de cuatro días de ausencia, inexplicada, inexplicable, sino por lo que nadie salvo Laura Díaz y Jorge Maura podían explicar: el tiempo no cuenta para los amantes, la pasión no se cronometra…?

– Le dije a los muchachos que tu mamá se puso mala y tuviste que viajar a Xalapa.

– Gracias.

– ¿Nada más?

– ¿Qué prefieres?

– El engaño es más difícil de tolerar, Laura.

– ¿Crees que me siento con derecho a todo?

– ¿Por qué? ¿Porque un día delaté a una mujer y otro día te pegué y otro día te mandé seguir por un detective?

– Nada de eso me da derecho a engañarte.

– ¿Entonces qué?

– Tú pareces tener todas las respuestas hoy. Contéstate a ti mismo.

Juan Francisco le daría la espalda a su mu¡er para decirle con voz lastimada que sólo una cosa le daba a ella todos los derechos del mundo, el derecho de hacer su propia vida y engañarlo y humillarlo, no una especie de partida deportiva en que cada uno le metía goles al otro hasta emparejarse, no, nada tan simple, diría insoportablemente el hombrón moreno, corpulento, envejecido, sino una promesa rota, una decepción, no soy el que tú creíste que era cuando me conociste en el baile del Casino, cuando llegué con esa fama de revolucionario valiente.

No soy un héroe.

Pero lo fuiste un día, quería afirmar y preguntar a la vez Laura, ¿verdad que lo fuiste un día? Él entendería y le contestaría como si ella hubiese hecho la pregunta, ¿cómo mantener el heroísmo perdido cuando la edad y las circunstancias ya no lo autorizan?

– No soy muy distinto de todos los demás. Todos luchamos por la Revolución y contra la injusticia, pero también contra la fatalidad, Laura, no queríamos seguir siendo pobres, humillados, sin derechos. No soy excepción. Velos a todos. Calles era un pobre maestro rural, Morones un telefonista, ahora este Fidel Velázquez un lechero y los demás líderes eran campesinos, carpinteros, electricistas, ferrocarrileros, ¿cómo no quieres que se aprovechen y cojan la oportunidad por el rabo? ¿Tú sabes lo que es crecer con hambre, durmiendo seis juntos en una choza, la mitad de la carnada de hermani-tos muertos en la infancia, las madres ancianas a los treinta años? ¿Dime si no te explicas que un hombre nacido con el techo a un metro de su petate en Pénjamo no quiera un techo a diez metros de su cabeza en Polanco? ¿Dime si no tenía razón Morones en regalarle a su mamacita un caserón californiano aunque estuviera lado a lado con la casa donde el líder mantenía a su harén de putas? Caramba, para ser un revolucionario honrado, ya ves, como ese Roosevelt en los Estados Unidos, primero hay que ser rico… pero si vienes del petate y el comal, no te conformas, chata, no quieres regresar nunca más al mundo de las pulgas, hasta te olvidas de los que dejaste atrás, te instalas en el purgatorio con tal de no regresar nunca al infierno y dejas que los demás piensen lo que quieran en el cielo que traicionaste, ¿qué piensas tú de mí?, la mera verdad, Laura, la mera verdad…

Que no tenía respuestas, sino puras preguntas. ¿Qué hiciste, Juan Francisco? ¿Fuiste un héroe y te cansaste de serlo?;Fue una mentira tu heroísmo? ¿Por qué nunca me has hablado de tu pasado? ¿Querías empezar desde cero conmigo? ¿Creías que me iba a ofender de que hicieras tu propio elogio? ¿Esperabas, como sucedió, que otros lo hicieran por ti? ¿Que otros me llenaran los oídos con tu leyenda, sin que tú tuvieras que subrayarla o rectificarla o negarla? ¿Te bastaba que yo oyera lo que los demás decían de ti, ésa era mi prueba, dar crédito a los demás y creer en ti con algo más que conocimiento, con puro amor ciego? Porque así me trataste al principia, como tu mujercita fiel y callada, tejiendo en la sala de al lado mientras tu planeabas el futuro de México con los demás líderes en el comedor, ¿te acuerdas? Dímelo, ¿cuál de tus mitos le voy a transmitir a nuestros hijos, la verdad completa, la verdad a medias, la parte que me imagino buena de tu vida, la parte que imagino mala, cuál parte de su padre le va a tocar a Dantón y cuál a Santiago?

– ¿Qué le sirve más de tu vida a la vida de tus hijos?

– ¿Sabes, Laura? En el catecismo te dicen que hay pecado original y por eso somos como somos.

– Yo sólo creo en el misterio original. ¿Cuál sería el tuyo?

– No me hagas reír, bobita. Si es misterio, ni modo de saberlo.

Sólo el tiempo, disipado como humo, revelaría la verdad de Juan Francisco López Greene, el líder obrero tabasqueño, imaginaría Laura caminando desde el Parque de la Lama esa mañana de marzo, envuelta aún en el amor de un hombre completamente distinto, deseado con fervor, Jorge Maura es mi marido verdadero, Jorge Maura debió ser el padre verdadero de mis hijos, decidida a llegar a su casa y decirle a su marido, tengo un amante, es un hombre maravilloso, lo doy todo por él, lo dejo todo por él, te dejo a ti, a mis hijos…

Se lo diría antes de que los muchachos regresaran de la escuela, les dieron asueto, todos iban al Zócalo a festejar la nacionalización del petróleo por el presidente Cárdenas, un revolucionario valiente que se había enfrentado a las compañías extranjeras mandándolas a volar, recuperando la riqueza del país

el subsuelo

los veneros del diablo

las compañías inglesas que se robaron las tierras ejidales de Tamaulipas

las compañías holandesas que usaban matones a sueldo como guardias blancas contra los sindicatos

los gerentes gringos que recibían sentados a los trabajadores mexicanos y dándoles la espalda

gringos, holandeses, ingleses, se fueron con sus ingenieros blancos y sus planos azules y llenaron de agua salada los pozos

el primer ingenierito mexicano que llegó a Poza Rica no supo qué decirle al trabajador que se acercó a preguntarle, «Jefe, ¿ya le echo la cubeta de agua al tubo?»

y por eso estaban los cuatro, Juan Francisco y Laura, Dan-tón y Santiago, apretujados esa tarde entre la muchedumbre del Zócalo, entre la Catedral y el Ayuntamiento, con los ojos puestos en el balcón principal del Palacio y en el presidente revolucionario, Lázaro Cárdenas, que había metido en cintura a los explotadores extranjeros, los eternos chupasangres del trabajo y la riqueza de México, ¡El petróleo es nuestro!, el mar de gente en la plaza vitoreó a Cárdenas y a México, las señoras ricas entregaron sus joyas y las mujeres pobres sus gallinas para pagar la deuda de la expropiación, Londres y La Haya cortaron relaciones con México, el petróleo es de los mexicanos, pues que se lo beban, a ver quién se los compra, Cárdenas boicoteado tuvo que venderle el petróleo a Hitler y Mussolini mientras le mandaba fusiles a la República Española y entre la muchedumbre Jorge Maura miró de lejos a Laura Díaz con su familia, Laura lo reconoció, Jorge se quitó el sombrero y los saludó a todos, Juan Francisco miró con curiosidad a ese hombre y Laura le mandó decir en silencio, no pude, mi amor, no pude, perdóname, vuélveme a ver, yo te llamo, tu tienes teléfono Mexicana y yo Ericsson…

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