– Sí.
– ¿Conmigo?
– Sí.
Pero Harry estaba destruido, no se había salvado, no iba a morir nunca más en el frente del Jarama, iba a morir de enfisema, no de una bala franquista o nazi, una bala con dedicatoria política, iba a morir de implosión por bala que traía adentro, física o moral o física y moral. Laura quería darle un nombre a la destrucción que, al cabo, la unía inexorablemente a un hombre que no tenía más compañía, aun para seguirse destruyendo, con un cigarrillo o con un arrepentimiento, que ella misma, Laura Díaz.
Salieron de Cuernavaca porque los hechos persistían y Harry dijo que detestaba las persistencias. En Cuernavaca aceptaban que estuviera allí pero no le dirigían la palabra ni la mirada. Laura se preguntó, asumiendo la voz de Harry, ¿por qué la fría distancia de los otros exiliados, como si él, de alguna manera, no fuese uno de ellos?, y más, ¿por qué me aceptan al mismo tiempo que me rechazan?, ¿no quieren darme el trato discriminatorio que ellos mismos sufrieron?, porque si delaté en secreto -dijo Laura con la voz de Harry- ellos no me van a recriminar en público; porque si actué en secreto, ellos no pueden tratarme como enemigo pero yo no puedo revelar la verdad…
– ¿Y vivir tranquilo?
– No sé quiénes fueron tus víctimas, Harry. Déjame que yo lo sea.
Si estaba refugiado en México, era porque lo seguían persiguiendo en los Estados Unidos. ¿Por qué lo seguían acusando, si tal era el caso, los cazadores de brujas? ¿Porque no delató? ¿O, precisamente, porque delató? Pero ¿qué clase de delación fue la suya, una delación que me permite vivir entre mis víctimas? ¿Debió denunciarse a sí mismo como delator ante los demás perseguidos? ¿Ganaría con ello? ¿Qué ganaría con ello? ¿Penitencia y credibilidad? ¿Haría penitencia y entonces creerían en él, lo mirarían y le dirigirían la palabra? ¿Se habían equivocado todos, ellos y él?
En Cuernavaca, en el exilio, ¿se pusieron de acuerdo en creer que él no delató, que era uno de ellos?
– Entonces, ¿por qué a él no lo persiguen más y a nosotros nos siguen persiguiendo?
(Laura, el delator es inexpugnable, atacar la credibilidad del delator es minar en sus fundamentos el sistema mismo de la delación.
(¿Tú delataste?
(Suponte que sí. Pero que no se sepa que delaté. Que se me crea un héroe. ¿No conviene más para la causa?)
– Se los aseguro. El podría regresar y nadie lo molestaría.
– No. Los inquisidores siempre encuentran nuevos motivos para perseguir.
– Judíos, conversos, musulmanes, maricas, raza impura, falta de fe, herejía -le recordó durante una de sus visitas esporádicas Basilio-. Al inquisidor nunca le faltan motivos para acusar. Y si falla o envejece un motivo, Torquemada se saca de la manga otro nuevo e inesperado. Es el cuento de nunca acabar.
Abrazados de noche, haciendo el amor con la luz apagada, Harry reteniendo la tos, Laura con camisón para esconder un cuerpo que ya no le agradaba, podían decirse cosas, podían hablar con caricias, podía decirle él a ella ésta es la última oportunidad para el amor the last chance for love, y ella a él lo que está pasando ya estaba anunciado y él, ya pasó, lo que está pasando, tú y yo es lo que ya pasó entre tú y yo, Laura Díaz, Harry laffe, ella debía suponer, ella debía imaginar. A la hora del desayuno, a la hora del coctel crepuscular cuando sólo un diáfano martini se defendía de la noche, y en la noche misma, a la hora del amor, ella podía imaginar respuestas a sus preguntas, ¿por qué no habló?, o;por qué habló, si habló, en secreto?
– Pero tú no hablaste, ¿verdad?
– No, pero me tratan como si hubiera hablado.
– Es cierto. Te están insultando. Te están tratando como si no importaras. Vamonos de aquí, los dos solos.
– ¿Por qué dices esto?
– Porque si tienes un secreto y lo respetan es porque no les pareces importante.
– Puta, bitch, crees que con tus trampas me obligas a hablar…
– A las putas los hombres les cuentan sus cuitas. Déjame ser tu puta, Harry, habla…
– Oíd bitch -rió sarcástico Harry-, puta vieja.
Ella ya no tenía capacidad para sentirse insultada. Ella misma se lo había pedido, déjame ser tu perra.
– Bueno, perra, imagina que hablé en testimonio secreto. Pero imagina, sólo mencioné a los inocentes, a Mady, a Julie. ¿Sigues mi lógica? Imaginé que por ser inocentes no los tocarían. Los tocaron. Los mataron. Yo imaginaba que sólo tocarían a los comunistas y por eso no los nombré. Me juraron que sólo andaban detrás de los rojos. Por eso imaginé a los inocentes. No los tocarían. No cumplieron con lo prometido. No imaginaron lo mismo que yo. Por eso pasé del testimonio secreto a la sesión abierta y ataqué a McCarthy.
(¿Es o ha sido usted miembro del Partido Comunista?
(Usted es el comunista, senador, usted es el agente rojo, a usted le paga Moscú, senador McCarthy, usted es el mejor propagandista del comunismo, senador
(Punto de orden, desacato, el testigo es reo de desacato al Congreso de los Estados Unidos)
– ¿Por eso pasé un año en la cárcel? ¿Por eso no tienen más remedio que respetarme y aceptarme como uno de ellos? ¿Por eso soy un héroe? Pero ¿también soy un delator? ¿Imaginan que delaté porque creí que nadie iba a probar lo improbable, que Mady Chris-tians o John Garfield eran comunistas? ¿Imaginan que nombré a los inocentes para salvar a los culpables? ¿Imaginan que no entendí la lógica de la persecución, que era convertir al inocente en víctima? ¿Imaginan que pude haber nombrado a otro amigo mío, J. Edward Bromberg, o a Maltz, a Trumbo, a Dmytrik, porque ellos sí fueron comunistas? ¿Imaginan que por eso no los nombré en la sesión secreta? ¿Imaginan que nombré sólo a los inocentes porque yo mismo pequé de inocencia? ¿Imaginan que pensé que no les podría comprobar nada a los inocentes por serlo? ¿Por eso el Comité se encargó de probarles todo lo que no eran mediante el uso del terror? ¿Era más fácil atemorizar al inocente que al culpable? ¿El culpable podía decir fui o soy comunista y pagar con honor las consecuencias? ¿Pero el inocente sólo podía negar y pagar peor que el culpable las consecuencias? ¿Es esa la lógica del terror? Sí, el terror es como una tenaza invisible que te va acogotando como el enfisema me ahoga a mí mismo. No puedes hacer nada y acabas agotado, muerto, enfermo o suicida. El terror consiste en matar de miedo al inocente. Es el arma más poderosa del inquisidor. Dime que fui un estúpido, que
no supe prever eso. Imagina que cuando me decidí a atacar al Comité, mis delaciones ya habían surtido efecto. Nadie puede desandar lo andado, Laura.
– ¿Y por qué no te delataron a ti los inquisidores, por qué no revelaron que en la sesión secreta habías dicho lo contrario que en la sesión pública?
– Porque para ellos era peor el silencio del héroe que la palabra del delator. Si revelaban mi doble juego, también revelaban el suyo y perdían un as de su baraja. Se callaron sobre mi delación, al fin y al cabo martirizaron a la gente que nombré, ése no era problema, ellos ya tenían su lista de víctimas preparada de antemano, el delator sólo confirmaba públicamente lo que ellos querían que se dijera. Muchos más denunciaron públicamente a Mady Christians y a John Garfield. Por eso se callaron sobre mi delación, me condenaron por mi rebeldía, me enviaron a la cárcel, y cuando salí me tuve que exiliar… De todos modos, me derrotaron, me hicieron imposible para mí mismo…
– ¿Todo esto lo saben tus amigos de Cuernavaca?
– No lo sé, Laura. Pero lo imagino. Están divididos. Les conviene tenerme entre ellos como mártir. Les conviene más que expulsarme como delator. Pero no me hablan ni me miran a la cara.
Ella le rogó que se fueran de Cuernavaca, los dos solos en otra parte se darían lo que podían otorgarse dos seres solitarios, dos perdedores, juntos podemos ser lo que somos siendo lo que no somos. Vamonos antes de que nos trague un inmenso vacío, mi amor, vamos a morir en secreto, con todos nuestros secretos, ven, mi amor.