Él hizo una larga inspiración y se recompuso.
– ¿Conoces a mi hijo? -las comisuras de su boca se alzaron en una sonrisa amarga mientras Mei negaba con la cabeza-. Pues no te pierdes nada. Es un auténtico desastre, y me desprecia. Lo único que quiere de mí es usar mi coche y que le proteja cada vez que él o su amigo Wu el Padrino se meten en líos. Me dijeron que este bar era uno de sus caladeros preferidos. No nos vemos mucho el uno al otro últimamente: él sale tarde a perseguir mujeres y luego duerme toda la mañana. Sé que mi hijo es un canalla, pero ¿qué le voy a hacer? Él es lo único que tengo.
»En China lo que cuenta es el poder. El dinero no habría podido llevar a tu madre al Hospital n º 301, pero yo sí puedo, mi poder puede. Pero el poder no dura. Un día yo me moriré, y entonces ¿qué? ¿Qué va a ser de mi hijo si no estoy yo para protegerle? No resistirá la cárcel. Nunca ha sido capaz de soportar el sufrimiento. Es una de esas personas de cabeza débil. En la Revolución Cultural le enviaron a las montañas a ser reeducado. Quizá habría muerto de no ser por Wu el Padrino.
Volcó la cabeza hacia atrás, vació lo que le quedaba en el vaso y se limpió la boca con un flamante pañuelo blanco.
– Las personas como Zhang Hong destrozan vidas, la suya y las de los que les rodean. Alguien tenía que hacer algo. Nuestra sociedad está mejor sin gente como él.
»¿Por qué me miras de esa forma? No, tú no puedes juzgarme. No tienes derecho. Hice lo que tenía que hacer, igual que tu madre hizo lo que tenía que hacer. No había lugar para la moral en los tiempos de la Revolución Cultural. Uno sobrevivía a cualquier precio. Vosotros los jóvenes no lo entendéis. Os comportáis siempre como si fuéramos unos monstruos.
Song trató de impulsarse hacia arriba. Se tambaleó como si se hubiera perdido algo en su interior, algo que necesitaba para estabilizarse. Al segundo intento se levantó despacio, con el cuidado de quien ha bebido demasiado.
– Hazme el favor de irte a estar con tu madre. Hablé con el hospital antes de venir: me han dicho que se va a recuperar.
»Más tarde o más temprano nos llegará el momento. Lo único que nos queda ahora es esperar. Pero ¿sabes qué? La espera ha sido más dura de lo que pensé. Todo lo que has hecho mal en la vida te alcanza y se te come. Puede que sea así como nos vamos todos, cuando no nos queda corazón para sufrir.
Se dirigió a la puerta. Mei se puso también de pie y se le acercó para ayudarle.
Song la apartó como si ella fuera una rosa matutina, demasiado espinosa para tocarla. Enderezó el cuerpo. Las manos le temblaban un poco, pero ahora estaba firme.
– No, no importa. Ya no importa. Pero sí que quiero proteger a mi hijo y dejarle algo que le pueda mantener por mucho tiempo cuando yo ya no esté. He oído decir que el dinero es lo único que se necesita en Estados Unidos.
Se asió a la puerta de palo de rosa y empujó para abrir una de sus hojas.
– Deja de buscar el jade. Ya no existe -se dio la vuelta-. Chen es un cobarde, siempre haciendo que otras personas le resuelvan el trabajo sucio. Por eso tu madre nunca pudo enamorarse de él. Pero él se quedó por allí cerca, como una sombra sin forma, un oído sensible, siempre cerca. Nunca ha llegado a ningún sitio y nunca lo hará. Si quiere cazarme a mí, dile que venga y lo haga con sus propias manos.
Mei le vio cruzar el bar vacío con pasos pequeños, precisos. Mantenía la espalda recta. Cuando llegó a la puerta, la abrió y salió andando a la lluvia. El viento había aflojado. Su conductor corrió desde la orilla del canal, con un paraguas en alto para cubrir a su jefe.