»Bueno, en los negocios te encuentras con el mismo problema -continuó-. La cantidad de empresas que hay últimamente, construyendo hoteles, apartamentos, oficinas, y hasta carreteras; algunas pueden ser bastante corruptas y harían lo que fuera por dinero. El gobierno tiene que mirar con cuidado a quién encarga esos proyectos. Eso no es ni monopolio ni elitismo. Es como lo que ha dicho la Central del Partido: capitalismo con una orientación socialista. Si el gobierno puede regularlo y hacer que manejen la economía buenos hombres de negocios, a China sólo puede irle mejor. Mirad Singapur: se valora más a la gente que tiene una educación superior porque, bueno, afrontémoslo, son mejores.
»Cuando Lining y yo vamos al extranjero, la gente siempre nos dice: «Qué cosmopolitas sois». Nos ven como representantes de la China moderna.
La tía Pequeña asintió:
– La gente como Lining y tú es lista.
– Pero también trabajamos mucho -dijo Lu-. El elitismo es un error si los que son especiales no cumplen con sus obligaciones. Somos un modelo de comportamiento, no debemos olvidarlo.
Después de la cena les sirvieron té de jazmín en el salón. Sobre la mesa baja la tía Zhang dispuso pipas de girasol tostadas, lichis secos y cacahuetes salados en cuencos de cristal.
– Gracias por esta estupenda cena -dijo la tía Pequeña. Se recostó con cuidado de no verter té en el sofá de plumón de oca blanca de Lu.
– Nuestra cocinera es de verdad muy buena, ¿a que sí? Le diré que os ha gustado cómo cocina. Es una pena que Lining y yo no cenemos en casa más a menudo -Lu hablaba suavemente, tomando sorbitos de su taza de té ribeteada de oro-. Mei, ¿qué te parece mi suelo nuevo? -sonrió, ladeando un poco la cabeza-. Me lo acaban de hacer. Ahora todo el mundo pone los suelos de mármol -señaló al suelo con sus dedos de uñas esmaltadas en rojo-. La piedra es importada de Italia.
– Muy bonito -dijo la tía Pequeña, asintiendo mientras pelaba ruidosamente pipas de girasol con los dientes.
– Al principio no quería molestarme en hacerlo; al fin y al cabo, nos vamos a mudar muy pronto. Pero luego, ya me conoces, no me gusta dar mi brazo a torcer.
– ¿Que te vas a mudar? Pero si no llevas ni dos años viviendo aquí -a Lu siempre le pasaba algo nuevo: otro jade, otro rubí, un coche más nuevo, un asistente de mejor aspecto, amigos más deseables. Mei apenas lograba estar al tanto.
– Nos hemos comprado un apartamento en ese edificio nuevo del paseo de la Puerta de Jianguo que se llama Torre Jianguo. De hecho, ayer firmamos el contrato. ¿Sabes tú cuál digo, Mei? Lo tienes que haber visto: es inmenso.
– ¿Pero es que te vas a mudar sólo por un par de manzanas? Si este apartamento es precioso.
– Ah, querida, el paseo de la Puerta de Jianguo es el Park Avenue de Pekín, y la Torre Jianguo va a ser el único edificio de apartamentos permitido dentro de la Puerta de Jianguo. La gente ya está hablando de ella. Vas a ver cómo la Torre Jianguo se convierte en el mejor sitio de Pekín.
– Los apartamentos tienen que ser muy caros -dijo la tía Pequeña con envidia.
– Lo son, y además te tienen que dar el visto bueno los directores del proyecto. Quieren sólo a la gente más respetable -Lu se estaba animando. La cara le brillaba de autosatisfacción.
Mei la miró estupefacta.
– ¿Fue por eso por lo que no fuiste ayer a ver a Mamá? ¿Porque estabas comprándote un apartamento nuevo?
– Era importante. Llevábamos meses esperando a que nos dieran la aprobación.
– ¿Más importante que ocuparte de tu propia madre? -le espetó Mei.
– No me critiques a mí. Tú tampoco estabas allí -replicó Lu.
– Qué egoísta eres. Sólo te preocupas de ti misma. «Ay, no puedo ir a ver a mi madre, que se está muriendo, porque tengo que ir a comprarme un apartamento más grande y mejor.»
– ¿Que yo soy egoísta? -Lu se puso de pie, los almendrados ojos llameando de rabia-. ¿Qué has hecho tú por Mamá? Yo he traído a la tía Pequeña de Shanghai y he pagado todos sus gastos. También habría pagado los gastos de hospital de Mamá, que muy bien podrían haberle salvado la vida. ¿Y qué puedes hacer tú? Nada; porque no tienes nada. Eres un gran fracaso. De hecho, lo único que has hecho siempre ha sido dar disgustos a Mamá. Probablemente es culpa tuya que esté en el hospital.
Mei se levantó.
– ¿Cómo te atreves? Yo quiero a Mamá. Haría cualquier cosa por ella. ¡Tú has triunfado porque has utilizado a todas las personas que has conocido!
– ¡Chicas, chicas! -la tía Pequeña se puso de pie, moviendo los brazos como una demente-. ¡Parad ahora mismo este absurdo! -gritó-. Le rompéis el corazón a vuestra madre -de pronto rodaron lágrimas por sus mejillas-. ¿Tenéis idea de todo lo que ha pasado vuestra madre? Esto no está bien, sobre todo después de lo que ella ha hecho por vosotras.
Mei y Lu cogieron cada una de un brazo a la tía Pequeña y la ayudaron a sentarse en el sofá. Lu trajo rápidamente un paquete de clínex. La tía Pequeña lloraba, ora gimiendo dolorosamente, apretándose el pecho, ora haciendo mudos pucheros. Las hermanas contemplaron las lágrimas que se vertían por sus mejillas como si no tuvieran fin. Las conmocionó que su tía, a quien siempre habían conocido como la feliz hermanita menor de su madre, pudiera albergar tanta pena en su diminuto cuerpo; le temblaban los hombros, tenía los ojos rojos y llenos de aflicción.
– Háblanos de eso -dijo Mei. Le echó una mirada a su hermana: no la había perdonado, pero ahora tenían que dejar de lado sus diferencias y hablar con la tía Pequeña.
– Queremos saberlo -dijo Lu.
La tía Pequeña sacudió la cabeza:
– Le prometí a vuestra madre…
– Tía Pequeña -la dulce voz de Lu tenía autoridad-. Yo sé que Mamá no habría querido tener secretos para mí si supiera que se iba a morir.
Mei le sirvió una taza de té a la tía Pequeña. La fragancia del jazmín llenó el aire.
– Tía Pequeña, cuéntanos, por favor. Nosotras ya hemos descubierto muchas cosas. Sabemos que Mamá y el tío Chen trabajaron juntos. ¿Cuándo fue eso? ¿Qué hacía Mamá?
Poco a poco, la tía Pequeña dejó de sollozar. Se enjugó la cara con un clínex limpio y cogió la taza de té.
– Tendré que empezar por el principio -dijo pausadamente, mirando a las pipas de girasol del cuenco de cristal como si les estuviera hablando sólo a ellas.
Sus sobrinas asintieron. La presión en el cuarto había llegado a tal intensidad que daba la impresión de que una palabra más o un simple movimiento podían hacer que aquella confrontación se viniera abajo.
Despacio, suavemente, la tía Pequeña empezó:
– Vuestra madre fue seleccionada por el Ministerio de Seguridad del Estado antes incluso de licenciarse en la universidad. Hablaba bien el ruso, era una estudiante brillante y disciplinada, y además la representante del Partido Comunista en su clase. Sí, entró en los servicios secretos. Era un trabajo de mucho prestigio, como os podéis imaginar.
»Lógicamente, había mucha reserva: nunca podía decirme exactamente lo que hacía, y a veces ni siquiera dónde estaba. Pero yo sabía que era feliz. Se hizo nuevos amigos y volvió a conectar con viejos amigos, como el tío Chen, que también entró en el ministerio. Y conoció a vuestro padre, un joven escritor en alza, atractivo e inteligente. Vuestra madre se enamoró profundamente.
»Luego vino la Revolución Cultural. De pronto las instituciones, lo que solíamos llamar la Vieja Guardia, se convirtieron en enemigos del Estado. Yo me alisté en las Guardias Rojas, como tantos millones de adolescentes. Viajábamos por el país rebelándonos contra lo antiguo. Al poco tiempo, el país entero estaba siendo puesto patas arriba. Entonces vuestro padre fue denunciado y enviado a un campo de trabajos forzados por sus opiniones contra Mao. Vuestra madre fue con él, llevándoos a vosotras dos.
»Cuando por fin volvió a Pekín, había estado un tiempo enferma y había adelgazado mucho. No sé cómo os rescató vuestra madre del campo de trabajo, nunca me habló de eso. Pero sé que tiene que haber sido un infierno para ella. Uno no salía así como así de un campo de trabajos forzados.
»Ella había cambiado. Vuestra madre era guapa de joven. Pero cuando volví a verla después del campo de trabajo, parecía vieja y su belleza había desaparecido; estaba triste y hacía grandes esfuerzos para escapar de la desgracia que parecía estarla consumiendo. Había perdido su casa, su marido y su trabajo. No tenía esperanza alguna, aparte de vosotras dos.
»Es probable que no os acordéis de lo duro que fue cuando os estabais criando. Os iban trasladando de aquí para allá, a cualquier sitio donde hubiera un cuarto libre, y nunca os llegaba para comer. Tu madre luchó mucho, hasta que al final le dieron el trabajo en la revista.
– ¿Qué pasó con su trabajo del Ministerio de Seguridad del Estado? -preguntó Mei.
– Lo perdió. Como estaba casada con tu padre y había ido con él al campo de trabajo, ya no era una revolucionaria roja. Ya no podía seguir trabajando para el Ministerio de Seguridad del Estado.
– ¿Y por qué ahora el ministerio se está ocupando de ella? -preguntó Lu, brillantes sus ojos de almendra.
– No sé si será el ministerio. No ha tenido nada que ver con ellos en veinticinco años -la tía Pequeña parecía reacia a continuar.
– ¿Pero quién si no podría tener tanto poder? -Lu frunció el ceño.
La tía Pequeña sacudió la cabeza.
– Sea quien sea, ojalá hubiera llegado antes. Así ella no habría sufrido tanto. Mi pobre Hermana Mayor. Estaba sola y la salud se le iba. No debería haber sido así. Se suponía que ella lo tenía todo: belleza, inteligencia, pasión y un futuro brillante. Pero tuvo que casarse con vuestro padre.
– ¿Tú sabes lo que le pasó a él? -durante veinte años, Mei había esperado a que alguien le diera una respuesta-. ¿Cómo murió?
– No lo sé y, francamente, creo que no deberías preguntar por él. Sobre todo ahora. ¿Por qué siempre te ha importado tanto tu padre? Eso es lo que suele poner triste a tu madre. Vuestro padre está muerto, y os destrozó la vida. Es vuestra madre la que ha sufrido, la que os ha querido y os ha criado. Espero que entendáis las dificultades que ha tenido que pasar. Escaló un monte de dagas y buceó en un mar de fuego por vosotras dos. Estáis hoy aquí porque ella os eligió. Eligió quereros a vosotras.
A medida que la tía Pequeña pronunciaba estas palabras, empezó a llorar de nuevo. Su hermana también la había querido a ella. Y ahora, la que había sido tan fuerte y tan generosa se estaba muriendo.