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– Dame una oportunidad -le rogó-. Aprendo rápido y trabajo duro. Puedo aprender sobre Pekín. Dame tres meses y te prometo que me sabré todas las calles. También me quitaré este acento. Soy capaz, créeme.

Al final, Mei decidió darle una oportunidad. Recordó lo que el señor Hua había dicho y pensó que Gupin sería, si no un brillante secretario, al menos sí el cobrador de deudas más temible de cuantos había entrevistado. También era con diferencia el más barato.

– Te daré un año -le dijo-. No tienes ni idea de lo grande que es Pekín.

Había pasado más de un año y Gupin había demostrado que era todo lo que dijo ser: trabajador, despierto y leal. Había invertido gran parte de su tiempo libre en cabalgar su bicicleta por los hutong y las calles de Pekín, y ya conocía algunos barrios mejor que Mei. Había llegado a ser otro par de ojos y oídos para ella.

– Bien hecho -dijo Mei a Gupin-. El señor Su no es de los que se separan fácilmente del dinero. Vamos a recoger.

Recogieron sus cosas y aseguraron todos los cerrojos de la puerta. Hacía más fresco en el pasillo en penumbra.

– Espero que el fin de semana no sea tan caluroso -dijo Gupin mientras salían del edificio. Llevaba su bolsa militar rebotándole en el hombro-. ¿Tienes algún plan especial?

– Un picnic en el Antiguo Palacio de Verano.

– ¿Tan lejos te vas para un picnic?

– Es la reunión de mi clase de la universidad.

Fuera, el sol se desdibujaba en la calima y el aire estaba espeso como el almíbar. Se dijeron adiós y se separaron, Gupin en dirección a un joven álamo al que había encadenado su bicicleta Paloma Voladora y Mei a su Mitsubishi de dos puertas, aparcado bajo un vetusto roble.

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