El viejo Huang se encogió de hombros.
– Las bebidas allí son caras, pero un viajero solitario puede conseguir algo de acción, acercarse a la piel de una mujer. Y, si tiene dinero, jugar una partida de poker; hasta puede que tenga suerte. Jugarse el dinero está mal y es ilegal: ésa es la política del Partido, y para mí es la correcta. Pero un poquito de vez en cuando no hace daño a nadie. El tío Ma y yo vamos alguna vez al Venga la Suerte a jugar una partida de mah-jong: treinta o cuarenta yuanes, sólo para divertirnos. Alguna vez ganamos una manita. Pero no somos adictos; si uno es adicto, entonces el juego es mortal. El mah-jong es otra cosa. Es un juego más elaborado, no depende tanto de la suerte.
– ¿Les importaría llevarme al Venga la Suerte? -preguntó Mei, sonriendo. Sus grandes ojos aletearon como luciérnagas en una noche de verano-. Verán, es que han visto a Zhang Hong por ahí con una amiga joven. Su mujer le quiere de vuelta antes de que todo el dinero se haya esfumado.
– Bueno, si él es del tipo jugador, no habrá nada que lo pare -dijo el viejo Huang, con aire sagaz. Al parecer le complacía que una guapa joven le necesitara. Se volvió a su amigo-. ¿Tú quieres ir? Como se entere tu mujer…
– Sí -dijo el tío Ma con rapidez, bajando la cabeza y lanzando con sus pequeños ojos una mirada avergonzada a la mesa donde reposaban sus manos y donde el té se había enfriado en su taza-. Yo también voy.