– No se trata de eso. -Otra pausa-. Es sobre tu padre. El prolongado silencio resultó difícil de interpretar.
– ¿Qué pasa con él? -El tono no era tan frío como esperaba. -Tiene problemas.
– ¿Y? -Ahora había recuperado el tono de antes-. No sé de qué te sorprendes.
– Me refiero a que está metido en un lío muy gordo. Me ha dado un susto de muerte sin llegar a decirme nada concreto.
– Jack, es muy tarde y los problemas en los que pueda estar involucrado…
– Kate, está asustado. Asustado de verdad. Tan asustado que vomitó.
Otra pausa interminable. Jack siguió el proceso mental de Kate mientras ella pensaba en el hombre que los dos conocían tan bien. ¿Luther Whitney asustado? Eso no tenía sentido. Su línea de trabajo exigía nervios de acero. No era una persona violenta, pero había pasado toda su vida adulta al borde del abismo.
– ¿Dónde estás?
– Al otro lado de la calle.
Miró hacia el piso de Kate; vio una silueta que se asomaba a la ventana. Levantó una mano.
Llamó a la puerta entreabierta y vio a Kate desaparecer en la cocina. Después oyó un estrépito de ollas, el ruido del agua y el chasquido del mechero cuando encendió el gas. Jack echó un vistazo a la habitación, y esperó junto a la puerta, con la sensación de que hacía el tonto.
Al cabo de un minuto, Kate entró en la habitación. Vestía un albornoz grueso que le llegaba a los tobillos. Iba descalza. Jack le miró los pies. Ella le siguió la mirada y asimismo le miró. Jack levantó la cabeza con un movimiento brusco.
– ¿Qué tal está el tobillo? Se ve bien. -Sonrió.
– Es tarde, Jack -replicó Kate, desabrida. Frunció el entrecejo-. ¿Qué pasa con él?
Jack entró en la sala y se sentó. Kate le imitó.
– Me llamó hace un par de horas. Cenamos algo en aquella fonducha cerca de Eastern Market, y después fuimos a dar un paseo. Me pidió un favor. Dijo que estaba metido en un buen lío. Un problema muy serio con algunas personas que le podían hacer un daño irreparable. Irreparable de verdad.
Se oyó el silbido de la tetera. Kate se levantó de un salto. Jack la observó entrar en la cocina. La visión del trasero perfecto que se marcaba contra el albornoz le hizo recordar un montón de cosas que ahora no venían a cuento. Kate volvió a la sala con dos tazas de té.
– ¿Cuál era el favor? -La joven bebió un trago de té. Jack dejó su taza en la mesa.
– Dijo que necesitaba un abogado. Que quizá necesitaría un abogado. Aunque las cosas podían cambiar y entonces no lo necesitaría. Me pidió que yo fuera su abogado.
– ¿Eso es todo?
– ¿No es suficiente?
– Lo sería para una persona honesta y respetable, pero no es su caso.
– Caramba, Kate, el hombre estaba asustado. Nunca le había visto asustado, ¿y tú?
– Le he visto demasiado. Él escogió cómo vivir su vida y ahora, al parecer, ha llegado el momento de pasar cuentas.
– Por todos los santos, es tu padre.
– Jack, esta conversación no me interesa. -Kate hizo el ademán de levantarse.
– ¿Y si le pasa algo? Entonces, ¿qué?
– Pues le pasa y se acabó -replicó Kate, con un tono helado-. No es mi problema.
Jack dejó la silla y caminó hacia la puerta dispuesto a marcharse. Pero se dio la vuelta con el rostro rojo de cólera.
– Ya te contaré cómo fue el funeral, aunque ahora que lo pienso ¿a ti qué más te da? Te enviaré una copia del certificado de defunción para tu libro de recortes.
No sabía que ella pudiera moverse tan rápido, pero sentiría la bofetada al menos durante una semana, como si alguien le hubiese echado ácido en la mejilla, una descripción más ajustada de lo que creyó en aquel momento.
– ¿Cómo te atreves? -Los ojos de Kate brillaban furiosos mientras él se frotaba la cara.
Entonces la joven se echó a llorar con tanta fuerza que las lágrimas cayeron sobre el albornoz.
– No mates al mensajero, Kate -le pidió Jack con toda la calma de que fue capaz-. Se lo dije a Luther y te lo digo a ti, la vida es demasiado corta para estas idioteces. Perdí a mis padres hace mucho tiempo. Está bien, tienes tus razones para que no te guste el tipo, estupendo. Eso es cosa tuya. Pero el viejo te quiere y se preocupa, y aparte de lo que puedas pensar sobre cómo te jodió la vida tienes que respetar ese cariño. Este es mi consejo, tómalo o déjalo.
Una vez más se dirigió a la puerta pero Kate llegó antes que él.
– Tú no sabes nada.
– De acuerdo, no sé nada. Vete a la cama. Estoy seguro de que te dormirás en el acto, no hay nada que te preocupe.
Kate le cogió del abrigo con tanta fuerza que le hizo dar la vuelta, aunque él pesaba casi cuarenta kilos más que ella.
– Tenía dos años cuando le encerraron en la cárcel por última vez. Había cumplido los nueve cuando salió. ¿Tienes idea de la vergüenza que pasa un niña cuyo padre está en la cárcel? ¿Cuando su papá roba las cosas de otras personas para ganarse la vida? ¿Cuando en la escuela los niños dicen en clase lo que hacen sus padres, y el papá de uno es doctor y el de otro es mecánico, y cuando es tu turno la maestra mira el suelo y le dice a la clase que al papá de Kate se lo llevaron porque hizo algo malo y pasa al niño siguiente?
»Nunca estuvo con nosotras. ¡Nunca! -gritó Kate-. Mamá sufría como una loca por él. Pero siempre mantuvo la esperanza, hasta el último momento. Se lo puso fácil.
– Ella acabó por divorciarse, Kate -le recordó Jack.
– Porque no podía hacer otra cosa. Y cuando comenzaba a reorganizar su vida descubrió un bulto en el pecho y al cabo de seis meses se murió. -Kate se apoyó contra la pared. Parecía extenuada, daba pena verla-. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? No dejó de quererle ni por un momento. Después de todo lo que le había hecho pasar. -Kate sacudió la cabeza, le costaba trabajo creer lo que había dicho. Miró a Jack con la barbilla temblorosa.
»Pero no pasa nada. Soy capaz de odiar por las dos -afirmó mientras miraba a Jack con una expresión donde se mezclaban el orgullo y la rectitud.
Jack no sabía si lo que iba a decir era debido al agotamiento que sentía o al hecho de que llevaba años pensándolo. Años de presenciar esta payasada. Y de dejarla a un lado en favor de la belleza y la vivacidad de la mujer que tenía delante. Su idea de la perfección.
– ¿Es este tu ideal de la justicia, Kate? ¿Poner odio y amor en una balanza hasta que queden equilibrados?
– ¿De qué hablas? -Kate se apartó.
Jack avanzó mientras ella continuaba retrocediendo.
– Estoy hasta las narices de la historia de tu martirio. Te crees la defensora ideal de los dolientes y las víctimas. No hay nada por encima de eso. Ni tú, ni yo, ni tu padre. La única razón para acusar a cualquier pobre hijo de puta que se cruce en tu camino es lo que te hizo tu padre. Cada vez que mandas a la cárcel a alguien es otra puñalada en el pecho de tu padre. -Kate intentó repetir la bofetada. Él le cogió la mano-. Desde que te hiciste mayor no has hecho otra cosa que vengarte. Por todos los errores. Por todo el daño. Por no estar contigo. -Le apretó la mano hasta que la sintió gritar-. ¿Alguna vez te has parado a pensar que quizá tú nunca estuviste con él?
Le soltó la mano mientras ella permanecía inmóvil, con la mirada fija y una expresión que él desconocía.
– ¿Eres consciente de que Luther te quiere tanto que nunca intentó ponerse en contacto contigo, nunca intentó ser parte de tu vida, porque es lo que tú quieres? Está totalmente aislado de la vida de su única hija que vive a unos pocos kilómetros de su casa. ¿Alguna vez te has preguntado cómo se siente? ¿Alguna vez el odio te ha permitido planteártelo?
Kate no respondió.
– ¿Alguna vez te has preguntado por qué le quería tu madre? ¿La imagen que tienes de Luther Whitney es tan deforme que no puedes entender por qué le quería? -Jack la cogió de los hombros, la sacudió-. ¿Alguna vez el maldito odio te deja ser compasiva? ¿Alguna vez te permite querer, Kate?
Jack la apartó con un fuerte empujón. Ella trastabilló sin desviar la mirada.
– La verdad es que no te lo mereces. -Hizo una pausa y se decidió a acabar la frase-. No te mereces que te quieran.
En un arrebato de furia, Kate rechinó los dientes, el rostro desfigurado por la cólera. Soltó un grito y se lanzó sobre él. Descargó los puños contra el pecho de Jack, le abofeteó. Jack no sintió los golpes mientras veía rodar las lágrimas por las mejillas de la joven.
El ataque concluyó con la misma rapidez con que había comenzado. Kate se sujetó al abrigo de Jack, los brazos le pesaban como plomo. Fue entonces cuando comenzaron los sollozos y resbaló hasta el suelo, con el rostro bañado en lágrimas; los sollozos resonaban en la pequeña sala.
Jack la levantó y la colocó como un objeto frágil sobre el sofá.
Se arrodilló a su lado, la dejó llorar, y ella lloró durante un buen rato, su cuerpo se tensó y relajó hasta que él sintió que perdía fuerzas, notaba las manos pegajosas. Por fin la abrazó, apoyó el pecho contra el costado de Kate. La joven se cogió al abrigo con sus manos de dedos largos y sus cuerpos se sacudieron al unísono. Cuando pasó la crisis, Kate se sentó poco a poco, con el rostro lleno de manchas rojas.
Jack se apartó.
– Vete, Jack -dijo ella sin mirarle.
– Kate…
– ¡Vete! -El grito sonó frágil, derrotado. Kate se cubrió el rostro con las manos.
Él dio media vuelta y salió del apartamento. Mientras caminaba por la calle miró un momento hacia el edificio. La silueta de Kate se recortaba en la ventana, miraba hacia el exterior, pero no le miraba a él. Buscaba algo y Jack no sabía qué podía ser. Quizás ella tampoco lo sabía. Mientras miraba, ella se apartó de la ventana y al cabo de un instante se apagaron las luces de la casa.
Jack se secó los ojos y continuó su camino. Regresaba a casa después de vivir uno de los días más largos de su vida.
– ¡Maldita sea! ¿Cuánto tiempo? -Seth Frank estaba junto al coche. Todavía no eran ni las ocho de la mañana.
El joven agente del condado de Fairfax ignoraba la importancia del acontecimiento y se sorprendió ante el estallido del detective.
– La encontramos hace cosa de una hora; un tipo que corría vio el coche y dio el aviso.
Frank caminó alrededor del coche y espió el interior desde el costado del pasajero. El rostro mostraba una expresión de paz, muy distinta a la del último cadáver que había visto. La larga cabellera suelta caía sobre el asiento y rozaba el suelo. Wanda Broome parecía dormida.