Aclarado esto, la pregunta seguía siendo la misma: ¿quién había rociado la sustancia? Al principio, Frank había pensado que Rogers, o como se llamara en realidad, podía haberlo hecho mientras estaba en la casa, pero los hechos demostraban que no era posible. Primero, en la casa siempre había gente; un extraño rondando el panel de la alarma habría despertado sospechas incluso al más despistado. Segundo, el vestíbulo era grande, abierto y el lugar menos íntimo de la casa. Y tercero, la aplicación habría llevado algún tiempo y cuidado. Rogers no podía permitirse ninguna de las dos cosas. La más mínima sospecha, la mirada más pasajera y el plan se habría desmoronado. La persona que había planeado esto no era de las que corrían esos riesgos. Rogers no lo había hecho. Frank estaba muy seguro de saber quién era.
A primera vista, la mujer se veía tan delgada que daba la impresión de demacrada quizá debido a una enfermedad. Pero después, el color saludable de las mejillas, los huesos finos y la gracia de los movimientos indicaban que pese a la delgadez gozaba de buena salud.
– Por favor, siéntese, señora Broome. Le agradezco que haya venido.
La mujer asintió y se sentó en una de las sillas. Llevaba una falda floreada a media pierna. Un collar de una sola hilera de perlas falsas le rodeaba el cuello. El pelo recogido en un moño; algunas hebras sobre la frente comenzaban a encanecer. Por la tersura de la piel y la ausencia de arrugas, Frank hubiese dicho que tenía unos treinta y nueve años. En realidad tenía unos cuantos más.
– Creía que ya había acabado conmigo, señor Frank.
– Por favor, llámeme Seth. ¿Fuma?
Ella meneó la cabeza negativamente.
– Se me quedaron en el tintero algunas preguntas, nada importante, pura rutina. Usted no es la única. Tengo entendido que deja el trabajo con el señor Sullivan, ¿es cierto?
La mujer tragó saliva, bajó la mirada y después miró otra vez a Frank.
– Tenía una cierta amistad con la señora Sullivan. Ahora es difícil, ya sabe… -Le falló la voz.
– Ya lo creo, sé cómo son esas cosas. Fue algo terrible. -Frank hizo una pausa-. ¿Cuánto tiempo lleva con los Sullivan?
– Poco más de un año.
– Hace la limpieza ¿y…?
– Ayudo en la limpieza. Somos cuatro, Sally, Rebeca y yo. KarenTaylor se encarga de la cocina. Yo también me encargaba de las cosas de la señora Sullivan. Las ropas y todo lo demás. Era una especie de asistenta. El señor Sullivan tiene su propio asistente, Richard.
– ¿Le apetece un café?
Frank no esperó la respuesta. Se levantó y abrió la puerta de la sala de interrogatorios.
– Eh, Molly, ¿puedes traerme un par de cafés? -Se volvió hacia la señora Broome-. ¿Solo o con leche?
– Solo.
– Que sean dos solos, Molly, gracias.
Cerró la puerta y volvió a su silla.
– Hace frío aquí adentro. No consigo entrar en calor. -Tocó la pared desnuda-. Los ladrillos de cemento siempre dan frío. ¿Qué me decía de la señora Sullivan?
– Era muy buena conmigo. Me refiero a que me comentaba cosas. Ella no era… no era, ya sabe, de esa clase de personas, quiero decir la clase alta. Fue al mismo instituto que yo aquí, en Middleton.
– Y supongo que no se llevaban muchos años.
El comentario provocó la sonrisa de Wanda Broome y en un gesto inconsciente levantó una mano para arreglar un mechón de pelo invisible.
– Más de lo que me gustaría admitir.
Se abrió la puerta y les sirvieron el café caliente y recién hecho. Frank no mentía sobre el frío.
– No me atrevería a decir que ella encajaba del todo con esa clase de gente, pero sabía cómo comportarse. No aceptaba tonterías de nadie, si sabe lo que quiero decir.
Frank tenía sus razones para creer que era verdad. Por lo que sabía la difunta señora Sullivan había sido una golfa en muchos aspectos.
– ¿Cómo calificaría las relaciones entre los Sullivan: buenas, malas o normales?
– Muy buenas -respondió la mujer sin vacilar-. Sé lo que la gente piensa de las diferencias de edad y todas esas cosas, pero ella era muy buena con él, y él le correspondía. Se lo juro. Él la quería, eso lo sé de seguro. Quizá más como un padre quiere a su hija, pero era amor.
– ¿Y ella a él? -preguntó Frank. Esta vez fue evidente el titubeo de Wanda al escuchar la pregunta.
– Debe tener presente que Christy Sullivan era un mujer muy joven, quizá más joven en muchos sentidos que otras mujeres de su edad. El señor Sullivan le abrió un mundo totalmente nuevo y… -Se interrumpió, sin saber cómo continuar.
– ¿Qué me dice de la caja fuerte en el dormitorio? -Frank cambió de tema-. ¿Quién lo sabía?
– Yo no. Desde luego que no. Supongo que el señor y la señora Sullivan lo sabían. Quizás el criado del señor Sullivan, Richard, estaba enterado. Pero no lo sé a ciencia cierta.
– ¿Así que Christine Sullivan o el marido nunca le mencionaron que había una caja fuerte detrás del espejo?
– Dios mío, no. Yo era amiga de ella, pero no dejaba de ser una empleada. Sólo llevaba con ellos un año. El señor Sullivan nunca habló conmigo. Me refiero a que no es el tipo de cosas que le diría a alguien como yo, ¿no le parece?
– No, supongo que no. -Frank estaba seguro de que mentía, pero no tenía ninguna prueba. Christine Sullivan era la clase de persona a la que le gusta exhibir su riqueza ante alguien con quien pudiera identificarse, aunque sólo fuera para mostrar lo mucho que había progresado en el mundo.
– ¿Por lo tanto, tampoco sabía que se podía mirar a través del espejo hacia el dormitorio?
Esta vez la mujer se quedó boquiabierta. Frank vio el rubor debajo de la fina capa de maquillaje.
– Wanda, ¿puedo llamarle Wanda? ¿Wanda, comprende, no, que el sistema de alarma de la casa fue desactivado por la persona que entró? Fue desactivado utilizando el código correcto. Ahora bien, ¿quién conectaba la alarma?
– Lo hacía Richard -replicó-. Algunas veces, el señor Sullivan.
– Entonces, ¿todos los ocupantes de la casa conocían el código?
– Oh no, desde luego que no. Richard lo sabía, en efecto. Lleva con el señor Sullivan casi cuarenta años. Que yo sepa, él era el único aparte de los Sullivan, que conocía el código.
– ¿Alguna vez le vio conectar la alarma?
– Por lo general ya estaba acostada cuando la conectaban. Frank le miró. «Desde luego, Wanda, desde luego.»
– ¿Usted… usted no sospechará que Richard tuvo algo que ver con esto? -dijo Wanda Broome mirándole asombrada.
– Wanda, de alguna manera, alguien que no podía hacerlo, desconectó el sistema de alarma. Y es lógico que las sospechas recaigan sobre cualquiera que conociera el código.
Por un momento, Wanda Broome dio la impresión de que se echaría a llorar, pero se contuvo.
– Richard tiene casi setenta años.
– Entonces es probable que necesite hacerse con unos ahorrillos. Como comprenderá, todo esto es estrictamente confidencial.
Ella asintió al tiempo que se sonaba la nariz. Cogió la taza de café y se lo bebió a sorbitos.
– Hasta que alguien me explique cómo entraron en el sistema de seguridad -añadió Frank-, he de investigar las pistas que parecen más lógicas.
Mantuvo la mirada sobre la mujer. Había dedicado todo el día anterior a averiguar todo lo posible sobre Wanda Broome. Era una historia bastante habitual excepto en un detalle. Cuarenta y cuatro años, se había divorciado dos veces y tenía dos hijos mayores. Vivía en el ala de los sirvientes junto con el resto de los empleados de la casa. A unos diez kilómetros de allí vivía la madre, de ochenta y un años, en una casa modesta que necesitaba de algunas reparaciones; la anciana cobraba la pensión del marido y un subsidio de la Seguridad Social. Broome, tal como ella misma había dicho, trabajaba para los Sullivan desde hacía más o menos un año, cosa que había llamado la atención de Frank: era la empleada más nueva de la casa. Esto en sí mismo no significaba gran cosa, pero según todos los informes los Sullivan trataban muy bien a los empleados, y también había que destacar la lealtad del personal bien pagado y con muchos años de antigüedad. Wanda Broome parecía ser alguien muy leal. La pregunta era a quién.
El detalle era que Wanda Broome había estado en prisión, de esto hacía unos veinte años, por desfalco cuando trabajaba de contable para un médico en Pittsburgh. Los demás sirvientes no tenían antecedentes. Ella había quebrantado la ley, y había pasado una temporada entre rejas. En aquel entonces se llamaba Wanda Jackson. Se había divorciado al salir de la cárcel, o mejor dicho él la había dejado. Desde entonces nunca había cometido ningún delito. Con el cambio de nombre y una condena tan lejana, si los Sullivan habían averiguado los antecedentes, quizá no habían encontrado nada, o quizá no les había importado. Según todas las fuentes, Wanda Broome había sido una ciudadana honesta y trabajadora durante estos últimos veinte años.
Frank se preguntó qué le había hecho cambiar.
– ¿Hay alguna cosa que recuerde o piense que me pueda servir de ayuda, Wanda? -Frank intentó parecer lo más inocente posible; abrió la libreta e hizo ver que tomaba notas. Si ella era el cómplice en el interior, lo que menos le interesaba era que Wanda alertara a Rogers. Por otro lado, si conseguía que se derrumbara, quizás ella decidiría cambiar de bando.
Se la imaginó quitando el polvo en el vestíbulo. Hubiese sido fácil, tan fácil rociar el paño con el producto químico y después pasarlo por el panel de la alarma. Hubiese parecido tan natural, que nadie, incluso alguien que le hubiese estado mirando mientras lo hacía, hubiese sospechado nada. Sólo una criada eficaz haciendo su trabajo. Después no había tenido más que regresar al vestíbulo cuando todos dormían, iluminar un segundo el panel y ya está.
Desde un punto de vista estrictamente técnico, quizá se le podía considerar cómplice de un asesinato, dado que el homicidio era una de las consecuencias probables del robo a una casa. Pero Frank no pretendía mandar a Wanda Broome a la cárcel de por vida, sino atrapar al que había disparado. Estaba seguro de que esta mujer no había trazado el plan. Ella había interpretado un papel pequeño pero muy importante. Frank quería al maestro de ceremonias. Llamaría al fiscal de la mancomunidad y arreglaría un trato para Wanda a cambio de su ayuda.
– ¿Wanda? -Frank se inclinó sobre la mesa y la cogió de una mano, ansioso-. ¿Recuerda algo más? ¿Algo que me ayude a detener a la persona que asesinó a su amiga?