– Dos coma uno. No veía esa cantidad desde los años en la facultad.
– Me pregunto dónde consiguió llegar al dos coma uno. -Abunda la bebida en un lugar como ese.
– Sí, excepto que no había copas sucias, ni botellas abiertas, ni botellas vacías en la basura.
– Bueno, quizá se emborrachó en otra parte
– Entonces, ¿cómo volvió a casa?
El forense pensó durante unos segundos, se frotó los ojos somnoliento.
– En coche. He visto a personas con porcentajes más altos sentados detrás del volante…
– Querrás decir en la sala de autopsias, ¿no? El problema con esa teoría es que ninguno de los coches salió del garaje desde que la familia se marchó al Caribe.
– ¿Cómo lo sabes? Un motor no se mantiene caliente durante tres días.
Frank pasó las páginas de su libreta, encontró lo que buscaba y se la paso a su amigo.
– Sullivan tiene un chófer en la casa. Un tipo mayor llamado Barnie Kopeti. Sabe de coches como el que más, y lleva un registro meticuloso de toda la flota de automóviles de Sullivan. Apunta el kilometraje de cada uno en un libro, y lo actualiza cada día. ¿Te lo puedes creer? Le pedí que comprobara los odómetros de cada uno de los coches del garaje, que presumiblemente eran los únicos al alcance de la señora, y de hecho los únicos coches que había en el garaje cuando se descubrió el cadáver. Además, Kopeti confirmó que no faltaba ningún coche. No había kilómetros adicionales en ninguno de los odómetros. No habían sido utilizados desde que todos se marcharon al Caribe. Christine Sullivan no regresó a casa en uno de sus coches. ¿Cómo volvió a casa?
– ¿En taxi?
– No. Hablamos con todas las compañías de taxis que funcionan en esta zona. Aquella noche nadie hizo una carrera hasta la dirección de los Sullivan. No es un lugar que se olvide fácilmente.
– A menos que el taxista se la cargara, y ahora no hable.
– ¿Crees que invitó a un taxista a su casa?
– Digo que estaba borracha y probablemente no se dio cuenta de lo que hacía.
– Eso no concuerda con el hecho de que manipularon la alarma, o que hubiera una soga colgada de la ventana del dormitorio. Y ya que hablamos de dos asaltantes, nunca vi un taxi conducido por dos taxistas.
Frank pensó una cosa y se apresuró a anotarla en la libreta. Estaba seguro de que a Christine Sullivan la había llevado a casa alguien que conocía. Dado que esa persona o personas no se habían presentado, Frank creía saber por qué no lo habían hecho. Descolgarse por la ventana en lugar de salir por donde habían entrado -la puerta principal- significaba que algo había espantado a los asesinos. La razón más obvia era la patrulla de vigilancia privada, pero el guardia de servicio aquella noche no había informado de nada extraordinario. Sin embargo, los atacantes no lo sabían. El mero hecho de ver el coche del guardia les había puesto en fuga.
El forense se balanceó en la silla, sin saber muy bien qué decir. Separó los brazos.
– ¿Algún sospechoso?
– Quizá. -Frank acabó de escribir.
– ¿Cuál es la historia del marido? Una de las personas más ricas del país.
– Y del mundo. -Frank guardó la libreta, recogió el informe y se bebió el resto del café-. Ella decidió quedarse mientras iban al aeropuerto. Sullivan pensó que se alojaría en el apartamento del edificio Watergate. Este hecho está confirmado. El jet la recogería al cabo de tres días para llevarla a la mansión de los Sullivan en las afueras de Bridgetown, Barbados. Cuando no se presentó en el aeropuerto, Sullivan se preocupó y comenzó con las llamadas. Esta es su historia.
– ¿Ella le dio algún motivo para el cambio de planes?
– No me lo mencionó.
– Los ricos se pueden permitir lo mejor. Hacer que parezca un robo mientras ellos están a seis mil kilómetros de distancia, tumbados en una hamaca y bebiendo piña colada. ¿Crees que es uno de esos?
Frank contempló la pared durante un buen rato. Recordó a Walter Sullivan sentado en silencio junto al cadáver de su esposa en el depósito. La expresión del rostro cuando no tenía motivos para pensar que le espiaban.
El detective miró al médico forense. Se levantó dispuesto a marcharse.
– No, no lo creo.