Nadie tenía nada que añadir a ese comentario.
– ¿Quién coño son estos lunáticos? -la voz de Ryan rompió el silencio.
McMahon se encargó de responder a su pregunta.
– El Grupo de Inversiones H amp;F está enterrado debajo de más capas que el australopithecus Olduvai, George. Veckhoff está muerto, de modo que no habla. Siguiendo tus sugerencias, Tempe, buscamos el paradero de Rollins y Birkby a través de sus padres. Rollins vive en Greenville y es profesor de inglés en un colegio universitario. Birkby es propietario de una cadena de tiendas de muebles de segunda mano y tiene casas en Rock Hill y Hilton Head. Estos dos caballeros cuentan la misma historia: heredaron su participación en H amp;F, no saben absolutamente nada acerca de la propiedad, nunca han estado allí.
Una puerta se abrió en alguna parte y el sonido de unas voces llegó hasta nosotros.
– W. G. Davis es un banquero asesor de inversiones retirado que actualmente vive en Banner Elk. F. M. Payne es profesor de filosofía en Wake Forest. Warren, por su parte, es abogado en Fayetteville. Encontramos al asesor legal de camino al aeropuerto, tuvo que postergar su pequeña escapada a Antigua.
– ¿Admitieron que se conocían?
– Todos cuentan la misma historia. H amp;F es simplemente un negocio, jamás se han visto. Nunca han puesto sus pies en la casa del bosque.
– ¿Qué hay de las huellas dactilares en la casa?
– El equipo de huellas las recogió a millones. Las estamos examinando pero llevará tiempo.
– ¿Antecedentes?
– Payne, el profesor, fue arrestado por posesión de marihuana en el setenta y cuatro. Aparte de eso, nada. Pero estamos comprobando cada lugar en el que estos tíos pudieron coincidir. Si uno de ellos orinó en un árbol en Woodstock, conseguiremos una muestra. Estos cabrones están de mierda hasta el cuello y caerán por asesinato.
En ese momento Larke Tyrell apareció en la puerta. Unas líneas profundas arrugaban su frente. McMahon le saludó y fue a buscar una silla para él. Tyrell se dirigió a mí.
– Me alegra que estés aquí.
No dije nada.
McMahon regresó con una silla metálica plegable. Tyrell se sentó, la espalda tan recta que no tocaba el respaldo.
– ¿Qué puedo hacer por usted, Doc? -dijo McMahon.
Tyrell sacó un pañuelo, se enjugó el sudor de la frente y luego volvió a doblarlo formando un cuadrado perfecto.
– Tengo información, es sumamente delicada.
La mirada tipo Andy Griffith pasó de un rostro a otro, pero no dijo lo evidente.
– Estoy seguro de que ya sabéis que Parker Davenport murió ayer a causa de un disparo. Aparentemente la herida se la hizo él mismo, pero hay algunos elementos inquietantes, por ejemplo un nivel extremadamente alto de trifluroperazina en su sangre.
Los tres nos quedamos mirándole.
– El nombre común es Stelazine. Es una droga que se emplea en el tratamiento de la ansiedad psicótica y las depresiones profundas. A Davenport nadie le había recetado este medicamento y sus médicos ignoran por qué lo estaba tomando.
– Un hombre en su posición no tiene ningún problema en conseguir cualquier cosa que necesite -sentenció McMahon.
– Eso es verdad, señor.
Tyrell carraspeó.
– También se detectaron diminutos restos de trifluroperazina en el cuerpo de Primrose Hobbs, pero la inmersión y la descomposición lo complicaron todo, de modo que no fue posible sacar conclusiones definitivas.
– ¿La sheriff Crowe sabe todo esto? -pregunté.
– Sabe lo que se refiere a Hobbs. Le comunicaré lo que sabemos de Davenport en cuanto me marche de aquí.
– Entre las pertenencias de Hobbs no había Stelazine.
– Tampoco tenía una receta.
Sentí que se me formaba un nudo en el estómago. Nunca había visto que Primrose tomase siquiera una aspirina.
– Igualmente inquietantes son las llamadas telefónicas hechas por Davenport la tarde de su muerte -continuó Larke.
Tyrell le dio una lista a McMahon.
– Tal vez reconozca algunos de los números.
McMahon examinó la lista y luego alzó la vista.
– Hijo de puta. ¿El vicegobernador del Estado llamó a las oficinas de H amp;F pocas horas antes de volarse la tapa de los sesos?
– ¿Qué? -exclamé.
– O que se la volaran -sugirió Ryan.
McMahon me pasó la lista. Seis números, cinco nombres. W. G. Davis, F. M. Payne, F. L. Warren, C. A. Birkby, P. H. Rollins.
– ¿Y la sexta llamada?
– El número nos llevó a una cabaña alquilada en Cherokee. La sheriff Crowe lo está investigando en este momento.
– Tempe, muéstrale al doctor Tyrell lo que acabas de mostrarnos a nosotros.
McMahon cogió el teléfono.
– Es hora de que estos cabrones muerdan el polvo.
Larke quería examinar las marcas personalmente de modo que ambos nos dirigimos al depósito. Aunque yo no había probado bocado desde el café de las siete de la mañana, y ya pasaban de la una, no tenía hambre. Seguía viendo a Primrose, y me preguntaba qué había podido descubrir. Qué amenaza representaba. Y una nueva pregunta: ¿Estaba su asesinato relacionado con la muerte del vicegobernador?
Larke y yo pasamos una hora estudiando los huesos, el forense miraba y escuchaba atentamente, haciendo una pregunta de vez en cuando. Mi teléfono sonó justo cuando habíamos acabado.
Lucy Crowe se encontraba en Waynesville pero había algo de lo que necesitaba hablar conmigo. ¿Podíamos encontrarnos en High Ridge House alrededor de las nueve? Le dije que sí.
Antes de colgar me hizo una pregunta.
– ¿Conoce a un arqueólogo llamado Simon Midkiff?
– Sí.
– Puede estar implicado con esta banda de H amp;F.
– ¿Midkiff?
– Él era el sexto número al que Davenport llamó antes de morir. Si trata de ponerse en contacto con usted, no le diga nada.
Mientras hablábamos, Larke fotocopió los artículos y las fotos. Una vez que hubo terminado, le dije lo que Crowe me había comunicado. Me hizo una sola pregunta.
– ¿Por qué?
– Porque están locos -contesté, aún distraída por el comentario de Crowe acerca de Midkiff.
– Y Parker Davenport era uno de ellos.
Tyrell guardó las fotocopias en su maletín y me empaló con los ojos exhaustos.
– Intentó el sabotaje profesional para mantenerte alejada de esa casa. -Larke abarcó las mesas con un gesto del brazo-. Para apartarte de esto.
No contesté.
– Y yo caí en la trampa como una novata. -Permanecí en silencio.
– ¿Hay alguna cosa que pueda decirte?
– Hay algunas cosas que puedes decirles a mis colegas.
– Las cartas dirigidas a la AAFS, el ABFA y el NDMS saldrán inmediatamente -me cogió de la muñeca-. Y llamaré personalmente a cada uno de los jefes de cada organización el lunes por la mañana para explicarles lo que ha pasado.
– ¿Y la prensa?
Aunque sabía que Larke estaba sufriendo no podía expresar ninguna calidez en mi voz. Su deslealtad me había herido, profesional y personalmente.
– También me encargaré de ello. Debo decidir cuál es la mejor manera de manejar esa cuestión.
¿Mejor para quién? me pregunté.
– Si te sirve de consuelo, Earl Bliss actuó bajo mis órdenes. Jamás creyó una sola palabra de lo que se decía sobre ti.
– La mayoría de los que me conocen no lo creyeron.
Me soltó el brazo pero no dejó de mirarme. De la noche a la mañana se había convertido en un hombre viejo y cansado.
– Tempe, fui entrenado como un militar. Creo en el respeto a la línea de mando y en cumplir las órdenes legítimas de mis superiores. Esa predisposición me llevó a no cuestionar algunas cosas que debía haber cuestionado. El abuso de poder es algo terrible. No resistirse a la presión corruptora es igualmente censurable. Ha llegado el momento en que este perro viejo se levante y abandone el porche.
Mientras le observaba marcharse sentí una profunda tristeza. Larke y yo habíamos sido amigos durante muchos años. Me pregunté si alguna vez podríamos volver a serlo.
Cuando estaba preparando café mis pensamientos se desviaron hacia Simon Midkiff. Por supuesto. Todo encajaba. Su exagerado interés en el lugar del accidente. Las mentiras acerca de la excavación en el condado de Swain. La fotografía en compañía de Parker Davenport durante los funerales de Charlie Wayne Tramper. Él era uno de ellos.
Un recuerdo súbito. El Volvo negro que había estado a punto de arrollarme. El hombre que estaba al volante me había resultado vagamente familiar. ¿Podría haber sido Simon Midkiff?
Estaba terminando mi informe sobre Edna Farrell cuando el móvil volvió a sonar.
– Sir Francis Dashwood era un tío realmente prolífico.
La afirmación procedía de una galaxia diferente de aquella en la que mi mente estaba en ese momento.
– ¿Perdón?
– Soy Anne. Estaba organizando el material que trajimos de nuestro viaje a Londres y encontré un folleto que Ted compró en las cuevas de West Wycombe.
– Anne, no creo que esto…
– Aún hay un montón de Dashwood dando vueltas por ahí.
– ¿Un montón?
– Descendientes de sir Francis, conocido más tarde como lord El Malgastador, naturalmente. Sólo por curiosidad introduje el nombre de Prentice Dashwood en una página web genealógica en la que estoy apuntada. No podía creer la cantidad de información que encontré. Uno de los datos era especialmente interesante.
Esperé. Nada.
Me di por vencida.
– ¿Jugamos a las preguntas, o qué?
– Prentice Elmore Dashwood, uno de los muchos descendientes de sir Frank, abandonó Inglaterra en 1921. Abrió una mercería en Albany, Nueva York, hizo un montón de pasta y, finalmente, se retiró.
– ¿Eso es todo?
– Durante sus años en Norteamérica, Dashwood escribió y publicó docenas de panfletos, uno de los cuales recogía historias de su tal y tal algo, sir Francis Dashwood segundo.
– ¿Y los otros panfletos?
Si no lo preguntaba, esta situación podía durar eternamente.
– Elige lo que quieras. Las canciones de los aborígenes australianos. Las tradiciones orales de los indios cherokee. Acampada. Pesca con mosca. Mitología griega. Una breve etnografía de los indios caribe. Prentice era todo un hombre del Renacimiento. Escribió tres folletos y numerosos artículos que hablaban exclusivamente de la Ruta de los Apalaches. Por lo visto el Gran P fue uno de los impulsores de que la ruta volviese a abrirse en los años veinte.