Литмир - Электронная Библиотека

Capítulo 27

Una escalera de madera conducía directamente desde la cocina hasta el sótano. La sheriff le ordenó al ayudante Anónimo que permaneciera arriba mientras el resto de nosotros bajaba a echar un vistazo.

Bobby abría el camino, yo iba detrás y Crowe cubría la retaguardia. George se quedó esperando en la cocina alumbrando con su linterna como si fuera un foco en una noche de estreno.

A medida que descendíamos, el aire pasó de fresco a helado y la penumbra se convirtió en una boca de lobo. Oí un clic a mi espalda y vi el haz de luz de la linterna de Crowe a mis pies.

Nos reunimos al pie de la escalera, escuchamos.

Ni ruido de patas que se escabullen. Ni de alas que pasan zumbando. Apunté la linterna hacia la oscuridad.

Nos encontrábamos en una gran habitación sin ventanas con techo de madera y suelo de cemento. Tres de las paredes estaban enyesadas mientras que la cuarta la formaba el risco sobre el que se apoyaba la parte posterior de la casa. En el centro de esa pared había una pesada puerta de madera.

Al retroceder unos pasos mi brazo rozó un tejido. Me giré y la luz de la linterna recorrió una fíla de clavijas, de cada una de las cuales colgaba una prenda roja idéntica. Le pedí a George que sostuviese la linterna, descolgué una de las prendas y la mantuve alzada. Era como un sayo con capucha, similar al que usan los monjes.

– ¡Madre de Dios!

Oí que Bobby se enjugaba el rostro. O se persignaba.

Recuperé mi linterna y junto con Crowe examinamos la habitación, iluminada por George y Bobby.

Un recorrido completo del sótano no reveló nada que fuese propio de ese lugar. No había un banco de trabajo. Ningún tablero con herramientas. Tampoco utensilios de jardinería. O una cuba para lavar la ropa. No había telarañas ni excrementos de ratas o grillos muertos.

– Este lugar está jodidamente limpio.

Mi voz resonó contra la piedra y el cemento.

– Miren esto.

George desvió la luz de su linterna hacia donde el enyesado de la pared se unía al techo.

Un monstruo parecido a un oso nos miraba de reojo desde la oscuridad, el cuerpo cubierto de bocas abiertas y sanguinolentas. Debajo del animal había una única palabra: Baxbakua-lanuxsiwae.

– ¿Francis Bacon? -pregunté, más a mí misma que a mis compañeros.

– Bacon pintaba personas y perros gruñendo, pero nada como esto.

La voz de Crowe era sosegada.

George desvió la luz hacia la siguiente pared y descubrimos otros monstruo que nos miraba. Melena de león, ojos saltones, la boca abierta para devorar a un niño sin cabeza que sostenía entre las manos.

– Es una mala copia de una de las pinturas negras de Goya -dijo Crowe-. Las he visto en el Prado, en Madrid.

Cuanto más conocía a la sheriff del condado de Swain, más me impresionaba.

– ¿Quién es ese monstruo? -preguntó George.

– Uno de los dioses griegos.

Un tercer mural describía una balsa con el velamen hinchado por el viento. Hombres muertos y agonizantes cubrían la cubierta y colgaban sobre las aguas.

– Encantador -dijo George.

Crowe no hizo ningún comentario mientras nos acercábamos a la pared de piedra.

La puerta estaba sujeta al muro mediante goznes de hierro forjado, taladrados en la piedra y cubiertos con cemento. Un trozo de cadena unía un tirador circular de hierro forjado con una barra de acero vertical junto al marco. El candado era brillante y parecía nuevo y vi marcas frescas en el granito.

– Esto se ha añadido hace poco tiempo.

– Atrás -ordenó Crowe.

Al retroceder, los haces de nuestras linternas se ampliaron, iluminaron unas palabras talladas encima del dintel de la puerta. Enfoqué la luz de la linterna sobre ellas.

Fay ce que voudras

– ¿Francés? -preguntó Crowe, enganchando su linterna en el cinturón.

– Francés antiguo, creo…

– ¿Reconoce las gárgolas?

Una figura decoraba cada esquina del dintel. La masculina llevaba el nombre de «Harpocrates», la femenina el de «Angerona».

– Suena a egipcio.

La pistola de Crowe disparó dos veces y el olor a pólvora llenó el aire del sótano. Se adelantó, dio un tirón a la cadena y ésta se soltó. Cuando levantó el pasador no encontró resistencia ninguna.

Cogió el tirador y la puerta se abrió hacia fuera. Una corriente de aire frío nos envolvió, olía a cavidades profundas, criaturas invisibles y épocas primitivas.

– Tal vez haya llegado el momento de que baje -dijo Crowe.

Asentí y subí los escalones de dos en dos.

Boyd exhibió su habitual entusiasmo por participar, daba vueltas y mordisqueaba el aire. Me lamió la mano y luego bailó a mi alrededor hasta entrar en la casa. En la planta baja no había nada que pudiera alterar su felicidad.

Al comenzar a bajar la escalera sentí que su cuerpo se ponía tenso junto a mi pierna.

Añadí otra vuelta a la correa que envolvía mi muñeca y permití que tirase de mí escaleras abajo y hacia donde se encontraba Crowe.

A escasa distancia de la pared estalló, ladrando y arremetiendo hacia la oscuridad como lo había hecho con la pared derrumbada. Sentí un escalofrío que me recorría la columna vertebral y llegaba hasta el cuero cabelludo.

– Muy bien, manténgalo aquí -dijo Crowe.

Cogí el collar con ambas manos y arrastré a Boyd hacia atrás, dejando que Bobby se hiciera cargo de la correa. Boyd continuaba ladrando y gruñendo e intentaba tirar de Bobby hacia la puerta de la pared. Volví a reunirme con Crowe.

La luz amarilla de mi linterna reveló un túnel similar a una caverna con una serie de nichos a cada lado. El suelo era de tierra, las paredes y el techo de roca sólida. La altura hasta el techo abovedado del túnel era de aproximadamente un metro ochenta, el ancho de un metro veinte. La longitud era imposible de calcular. Más allá de tres pasos era un agujero negro.

Mi pulso no se había normalizado desde que entramos en la casa. Ahora parecía decidido a batir su propio récord.

Avanzamos lentamente, iluminando con nuestras linternas el suelo, el techo, las paredes y los nichos. Algunos no eran más que pequeñas cavidades. Otros eran cuevas de gran tamaño con barrotes de metal verticales y puertas centradas en la entrada.

– ¿Bodegas de vino? -la pregunta de Crowe sonó apagada en el estrecho espacio.

– ¿No debería haber estanterías? -Compruebe esto.

Crowe iluminó un nombre, luego otro, y otro más, cincelados a lo largo del túnel. Los fue leyendo en voz alta mientras continuábamos avanzando.

– Sawney Beane. Inocencio III. Dionisos. Moctezuma… Extraños compañeros de cama. Un papa, un emperador azteca y el mismísimo dios del vino.

– ¿Quién es Sawney Beane? -pregunté. -Que me cuelguen si lo…

La luz de su linterna abandonó la pared y enfocó la nada. Extendió un brazo y me cogió por el pecho. Me quedé inmóvil.

Ahora los haces de luz de ambas linternas iluminaron la tierra a nuestros pies. El terreno no descendía.

Giramos en la esquina del túnel y continuamos nuestro lento avance moviendo las linternas de un lado a otro. Por el sonido del aire deduje que habíamos entrado en alguna especie de cámara. Estábamos circundando la pared del perímetro. Los nombres continuaban. Tiestes. Polifemo. Christie o' the Cleek. Cronos. No reconocí a ninguno que figurase en el diario de Veckhoff.

Al igual que en el túnel, la cámara contenía numerosos nichos, algunos con barrotes, otros sin puerta. En una situación directamente opuesta a nuestro punto de entrada encontramos una puerta de madera, similar a la que daba acceso al túnel, y asegurada con el mismo sistema de cadena y candado. Crowe superó el escollo del mismo modo que había hecho con el anterior.

Cuando la puerta se abrió hacia adentro, una corriente de aire frío y fétido surgió del interior. Detrás de mí, en la distancia, pude oír los furiosos ladridos de Boyd.

El olor a putrefacción puede verse alterado por la forma de la muerte, algunos venenos pueden endulzarlo con un aroma de pera o de almendra o de ajo según los casos. También se puede retrasar mediante sustancias químicas, aumentadas por la actividad de los insectos. Pero la esencia es inconfundible, una mezcla hedionda e intensa que anuncia la presencia de carne en descomposición.

En ese nicho había algo muerto.

Entramos y nos dirigimos a la izquierda, manteniéndonos pegadas a la pared como lo habíamos hecho en la cámara exterior. A un metro de la entrada la luz de mi linterna descubrió una irregularidad en el suelo. Crowe la vio al mismo tiempo.

Enfocamos nuestras linternas sobre un trozo de tierra oscura y gruesa.

Sin decir nada, le di mi linterna a Crowe y saqué una pala plegable de la mochila. Apoyé la mano izquierda en la pared de piedra, me agaché y rasqué la tierra con el borde de la pala.

Crowe enfundó la pistola, ató el sombrero al cinturón y dirigió la luz de ambas linternas hacia la zona de tierra delante de mí.

La mancha cedió rápidamente, revelando un límite claro entre la tierra recién removida y el suelo duro. El olor a putrefacción aumentaba a medida que iba retirando paletadas de tierra.

Pocos minutos más tarde la pala chocó con algo blando y de color azul claro.

– Parecen unos téjanos.

Los ojos de Crowe brillaban en la oscuridad y su piel tenía un color ambarino bajo la pálida luz amarilla de las linternas.

Seguí la tela desteñida, ampliando la abertura.

Pantalones Levi's alrededor de una pierna cadavérica. Continué cavando hasta encontrar un pie marrón y reseco que formaba un ángulo de noventa grados en el tobillo.

– Esto es todo.

La voz de Crowe hizo que mi mano saltase.

– ¿Qué?

– Éste no es un pasajero del avión.

– No.

– No quiero estropear la escena del crimen. No continuaremos hasta que no disponga de una orden.

No discutí. La víctima que yacía en ese agujero merecía que su historia fuese contada ante un tribunal. No haría nada que pudiese comprometer un posible proceso.

Me levanté y quité la tierra de la pala golpeando la hoja contra la pared. Luego doblé la hoja, guardé la pala en la mochila y cogí mi linterna.

Al pasar de la mano de Crowe a la mía, el haz de luz recorrió el nicho e iluminó algo en el extremo más alejado.

– ¿Qué demonios es eso? -pregunté, tratando de atisbar en la oscuridad.

– Vamonos.

– Deberíamos pegar a su magistrado con todo lo que podamos encontrar.

Me dirigí hacia el punto donde había visto el destello. Crowe vaciló un momento y luego me siguió.

69
{"b":"97480","o":1}