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Capítulo 16

Regresamos a la camioneta, a Luke Bowman le llevó media hora aliviar su alma. Durante ese tiempo recibí cuatro llamadas de la prensa. Al final decidí apagar el teléfono.

Mientras Bowman hablaba, la frase «obstrucción a la justicia» resonaba en mi mente. Comenzó a llover nuevamente. Observé las grandes gotas que se deslizaban por el parabrisas y formaban pequeños charcos fuera del taller. Boyd estaba echado a mis pies, convencido por fin de que dejar a Flush en paz era un plan mucho más inteligente.

Llegó mi coche, rodando detrás de la grúa como si lo hubiesen rescatado del mar. Bowman continuó con su extraño relato.

Bajaron el Chevy del gato hidráulico y lo llevaron junto al Pinto y las furgonetas. El hombre con la ropa manchada de grasa abrió una puerta y empujó mi Mazda hasta el interior del taller. Luego levantó el capó y echó un vistazo.

Bowman continuaba hablando, buscando la absolución.

Finalmente, el reverendo se calló, la historia había terminado y él había recuperado un lugar cerca de su dios. En ese momento Ryan llegó al taller.

Cuando bajó del coche, bajé el cristal de la ventanilla y le llamé. Se acercó a la camioneta, se inclinó sobre la puerta y apoyó los brazos en el borde de la ventanilla.

Le presenté a Bowman.

– Ya nos conocemos.

La humedad brillaba como un halo alrededor de la cabeza de Ryan.

– El reverendo me acaba de contar una historia muy interesante.

– ¿De verdad?

Los ojos helados estudiaron a Bowman.

– Puede serle útil, detective. O puede que no. Pero es la honesta verdad de Dios.

– ¿Cree que el diablo está recogiendo su cosecha, padre?

Bowman echó un vistazo al reloj.

– Dejaré que esta agradable mujer se lo explique, detective.

Hizo girar la llave en el contacto y Boyd levantó la cabeza. Cuando Ryan retrocedió y abrió mi puerta, el chow-chow se estiró y saltó fuera de la camioneta ligeramente molesto.

– Le agradezco otra vez lo que ha hecho por mí.

– Ha sido un placer. -Miró a Ryan-. Ya sabe dónde puede encontrarme.

Observé la camioneta mientras atravesaba la zona exterior del taller, los neumáticos levantaban una cortina de agua cuando pasaban por los pequeños baches inundados.

Nunca había entendido esa clase de fe como la de Bowman. ¿Por qué me había contado lo que le pasaba? ¿Miedo? ¿Culpa? ¿Quería cubrirse las espaldas? ¿Dónde estaban ahora sus pensamientos? ¿En la eternidad? ¿En el arrepentimiento? ¿En las costillas de cerdo que había descongelado para la cena de esta noche?

– ¿Qué problema tiene tu coche?

La pregunta de Ryan me devolvió a la realidad.

– Cuida de Boyd mientras voy a preguntarlo.

Corrí hacia el interior del taller, donde P o T aún estaba trabajando bajo la tapa del capó. Pensaba que el problema podía estar en la bomba de agua, lo sabría mañana. Le di el número de mi móvil y le dije que me alojaba con Ruby McCready.

Cuando regresé al coche, Ryan y Boyd ya estaban dentro. Me reuní con ellos y me sacudí el agua del pelo.

– ¿Una bomba de agua rota puede hacer un ruido fuerte? -Pregunté.

Ryan se encogió de hombros.

– ¿Cómo es que has regresado de Asheville tan temprano?

– Ha surgido otra cosa. Escucha, me reuniré con McMahon a la hora de la cena. Podrías entretenernos con la parábola de Bowman.

– Primero dejaremos a Rinty.

Esperaba que la cena no fuese en Injun Joe's.

No era allí.

Después de haber dejado a Boyd en High Ridge House, nos dirigimos al Bryson City Diner. El lugar era largo y estrecho como un vagón de tren. Los reservados cromados se alineaban en uno de los laterales del local, cada uno con una bandeja de condimentos, un servilletero y un tocadiscos automático en miniatura. El otro lateral del local estaba ocupado por un mostrador cromado, con taburetes fijados al suelo a intervalos regulares. Tapizados de plástico rojo. Pasteles dentro de recipientes de plástico. Percheros en la puerta. Lavabos en el fondo.

El lugar me gustó. Ninguna promesa de vistas a la montaña o experiencias étnicas. Ningún acrónimo desconcertante. Ninguna falta de ortografía para añadirle encanto. Era un restaurante y el nombre lo decía.

Incluso para lo que es la vida en las montañas llegamos temprano, antes de que el lugar se llenase. Unos cuantos parroquianos estaban sentados al mostrador, comentando el tiempo o hablando de sus problemas en el trabajo. La mayoría alzó la vista cuando entramos.

¿O estaban hablando de mí? Cuando nos dirigimos al reservado de la esquina sentí las miradas clavadas en mi espalda, los leves codazos dirigiendo la atención hacia mí. ¿Eran imaginaciones mías?

Acabábamos de sentarnos cuando una mujer de mediana edad, con un delantal blanco sobre un vestido rosa, se acercó a la mesa y nos entregó tres menús escritos a mano y protegidos por una funda de plástico. Sobre el pecho izquierdo llevaba bordado el nombre «Cynthia».

Elegí carne guisada al estilo sureño. Ryan y McMahon eligieron platos de carne mechada.

– ¿Bebidas?

– Té helado, por favor. Sin azúcar.

– Lo mismo para mí -Dijo McMahon.

– Limonada.

Ryan permanecía impasible, pero yo sabía muy bien lo que estaba pensando.

Cynthia me miró largamente después de haber apuntado el pedido, luego apoyó el lápiz sobre la oreja. Rodeó el mostrador, cortó la hoja con el pedido y la colgó de un alambre que había encima de la ventana de servicio.

– Dos seis y un cuatro -Gritó, luego se volvió para mirarme otra vez.

La paranoia se reavivó.

Ryan esperó hasta que Cynthia trajo las bebidas, luego le dijo a McMahon que tenía una declaración de Luke Bowman.

– ¿Qué coño estaba haciendo con Bowman?

En su voz había preocupación. Me pregunté si estaba preocupado por mi seguridad o por el hecho de que entrometerme en la investigación podía llevarme a la cárcel.

– Tuve una avería. Bowman me ayudó. No me pregunte por qué eso le inspiró para abrirme su alma. -Le quité la envoltura a una pajita y la metí en mi té-. ¿Quiere oírlo?

– Adelante.

– Por lo visto los reverendos Bowman y Claiborne llevan un tiempo peleándose por los límites de sus respectivos ministerios. El movimiento de la Santidad ya no es lo que era, y los pastores se ven obligados a competir por los seguidores en una piscina cada vez más vacía. Esto exige espectáculo.

– ¿Podríamos rebobinar? ¿Estamos hablando de serpientes aquí, verdad? -Preguntó Ryan.

Asentí.

– ¿Qué tienen que ver las serpientes con la santidad?

Esta vez decidí no ignorar la pregunta de Ryan.

– Los seguidores de la Santidad interpretan la Biblia de forma literal y citan pasajes que ordenan la manipulación de serpientes.

– ¿Qué pasajes? -La voz de Ryan estaba teñida de desprecio.

– «En mi nombre exorcizarán a los demonios; hablarán nuevas lenguas. Cogerán serpientes; y si beben cualquier cosa mortal, no sufrirán ningún daño», del Evangelio de san Marcos, capítulo dieciséis, versículos diecisiete y dieciocho.

Ryan y yo miramos a McMahon.

– «¡Mirad, os doy el poder de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo; y nada os hará daño de ninguna manera!», Lucas, capítulo diez, versículo diecinueve -Continuó McMahon.

– ¿Cómo sabe esas cosas?

– Todos tenemos nuestro bagaje.

– Creía que había estudiado ingeniería.

– Así es.

Ryan volvió al tema de los reptiles.

– ¿Esas serpientes están domesticadas de alguna manera? ¿Están acostumbradas a que se las manipule, les han arrancado los colmillos o extraído el veneno?

– Aparentemente no -Dijo McMahon-. Para sus ceremonias esos predicadores utilizan botas de agua y culebras de cascabel cazadas en las colinas. Muchos de ellos han muerto a causa de las picaduras.

– ¿No es una práctica ilegal? -Pregunté.

– Sí -Dijo McMahon-. Pero en Carolina del Norte la manipulación de serpientes es simplemente una falta leve y casi nunca se castiga.

Cynthia llegó con nuestros platos y se marchó. Ryan y yo añadimos sal y pimienta. McMahon cubrió con jugo de carne todo lo que había en su plato.

– Continúa, Tempe -dijo.

– Intentaré reconstruir su historia lo mejor que pueda.

Probé una de las judías. Era perfecta, dulce y aceitosa después de horas cociéndose con azúcar y grasa de beicon. Dios bendiga a los estados del sur. Tenía muchas más.

– Aunque lo negó en su entrevista con el NTSB, lo cierto es que Bowman no «estaba» en casa aquel día. Y «estaba» lanzando cosas al cielo.

Hice una pausa para comer un bocado de carne. Estaba igual que las judías.

– Pero no misiles.

Los hombres esperaron mientras yo pinchaba otro trozo de carne y lo tragaba. Apenas era necesario masticarla.

– Esta comida está realmente muy buena.

– ¿Qué estaba lanzando?

– Palomas.

El tenedor de Ryan se detuvo a medio camino.

– ¿Te refieres a pájaros?

Asentí.

– Parece que el reverendo confía en algunos efectos especíales para mantener vivo el interés de los fieles.

– ¿ Prestidigitación?

– Él prefiere considerarlo como una especie de teatro para el Señor. En cualquier caso, dice que estaba experimentando la tarde en que el vuelo 228 de TransSouth Air se vino abajo.

Ryan me hizo un gesto con el tenedor para que continuase la historia.

– Bowman estaba preparando un sermón sobre los Diez Mandamientos. Tenía planeado mostrar una copia de las tablas hechas con arcilla y acabar con una representación de Moisés destruyendo los originales, furioso porque el pueblo hebreo había abandonado su fe. Como gran final arrojaría las maquetas al suelo y reprendería a la congregación para que se arrepintiese. Cuando implorasen el perdón, Bowman accionaría unas palancas y una bandada de palomas saldría volando en medio de una nube de humo. Pensaba que sería muy efectivo.

– Impresionante -dijo Ryan.

– ¿Ésa es su confesión? ¿Que estaba en el patio trasero jugando con palomas y humo? -dijo McMahon.

– Ésa es su historia.

– ¿Acostumbra hacer esa clase de cosas?

– Le gusta el espectáculo.

– ¿Y mintió también cuando fue interrogado porque no podía arriesgarse a que sus feligreses descubriesen que estaban siendo engañados?

– Eso es lo que él dice. Pero entonces el Todopoderoso le palmeó el hombro y comenzó a temer por su alma.

– O por una paliza en una prisión federal.

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