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Capítulo 26

Doctora Brennan,

Soy una mujer mayor e inútil. Nunca tuve un empleo y tampoco desempeñé ninguna función pública. No he escrito ningún libro ni he diseñado ningún jardín. No tengo talento para la poesía, la pintura o la música. Pero durante todos los años de mi matrimonio fui una esposa fiel y obediente. Amaba a mi esposo y le apoyé de manera incondicional. Era el papel que mi educación me había reservado.

Martin Patrick Verckhofffue un buen administrador, un padre amante y un honesto hombre de negocios. Pero, cuando me siento, en la soledad de otra noche de insomnio, las preguntas me invaden. ¿Había otro aspecto en el hombre con el que viví casi sesenta años? ¿Había cosas que no estaban bien?

Le envío un diario que mi esposo guardaba bajo llave. Las esposas tienen una forma especial de hacer las cosas, doctora Brennan, las esposas que están solas y con tiempo libre. Encontré el diario hace varios años, volvía a él una y otra vez, escuchaba, seguía las noticias. Permanecí callada.

El hombre que murió cuando iba al funeral de Pat era Roger Lee Fairley. La nota necrológica incluye la fecha. Lea el diario. Lea los recortes de los periódicos.

No estoy segura de qué significa todo eso, pero su visita me asustó. Estos últimos días he estado mirando dentro de mi alma. Es suficiente. Ya no puedo soportar una noche más sola con el miedo.

Soy vieja, pronto moriré. Pero le pido sólo una cosa. Si mis sospechas resultan ser correctas, no deshonre a nuestra hija.

Le pido disculpas por mi comportamiento el viernes pasado.

Con pesar,

Marion Louise Willoughby Veckhoff

Ardía de curiosidad, comprobé el sistema de seguridad, me preparé una taza de té y llevé todo el material a mi estudio. Después de buscar un bolígrafo y un cuaderno de notas, abrí el diario, saqué un sobre que encontré entre las páginas y vertí el contenido sobre el escritorio.

Numerosos recortes de periódicos se esparcieron sobre la mesa, alguno sin identificación, otros pertenecientes al Charlotte Observer, el Raleigh News amp; Observer, el Winston-Salem Journal, el Asheville Citizen-Jlmes, conocido también como «la Voz de las Montañas», y el Charleston Post and Courier. La mayoría eran notas necrológicas. Unas pocas eran noticia de primera página. Cada una de ellas informaba de la muerte de un hombre eminente.

El poeta Kendall Rollins sucumbió a la leucemia el 12 de mayo de 1986. Entre los que habían sobrevivido a Rollins se encontraba su hijo, Paul Hardin Rollins.

El pelo de la nuca se me erizó. P. H. Rollins estaba en la lista de los integrantes de H amp;F. Apunté su nombre.

Roger Lee Fairley murió cuando su avioneta cayó en Alabama ocho meses antes. Muy bien, eso era lo que la señora Veckhoff había dicho. Apunté el nombre y la fecha. 13 de febrero.

La noticia más antigua describía el accidente de la autopista que había provocado la muerte de Anthony Alien Birkby. Los otros nombres no significaban nada. Los añadí a mi lista, junto con las fechas de sus fallecimientos, aparté los recortes y me concentré en el diario.

La primera entrada correspondía al 17 de junio de 1935, la última a noviembre del 2000. Al pasar las páginas pude comprobar que la caligrafía cambiaba varias veces, eso quería decir que había varios autores. Los últimos treinta años estaban relatados en una letra tensa y apretada, casi demasiado pequeña para que resultara legible.

Martin Patrick Veckhoff lo anotaba todo cuidadosamente en su diario, pensé, regresando a la primera página. Durante las dos horas siguientes avancé lentamente a través de una caligrafía desteñida por el tiempo, mirando de vez en cuando el reloj, distraída al pensar en Lucy Crowe.

En el diario no había un solo nombre. A lo largo de las páginas se utilizaban apodos o códigos. Omega. Ilos. Khaffre. Chac. Inti.

Reconocía a un faraón egipcio aquí, una letra griega allá. Algunos apodos me sonaban vagamente familiares, otros no.

Había informes financieros: dinero que entraba, dinero que salía. Reparaciones. Compras. Premios. Faltas. Había descripciones de diferentes acontecimientos. Una cena. Una reunión de negocios. Una velada literaria.

A comienzos de los años cuarenta comenzaba a aparecer otro tipo de entrada. Listas de nombres en clave seguidas de grupos de símbolos extraños. Examiné varios de ellos. Los mismos personajes aparecían año tras año, luego desaparecían y nunca se los volvía a ver. Cuando uno de ellos salía, aparecía uno nuevo.

Los conté. En esas listas nunca había más de dieciocho nombres.

Cuando finalmente me recliné en el sillón el té se había enfriado y sentía el cuello como si hubiese estado colgado de una cuerda secándose al viento. Birdie dormía en el otro sillón.

– Muy bien. Ahora lo haremos al revés.

El gato se estiró en el sillón pero no abrió los ojos.

Utilizando las fechas que había sacado de los recortes de la señora Veckhoff avancé rápidamente a través de las páginas del diario. Cuatro días antes del accidente de circulación de Birkby habían apuntado una lista de nombres en clave. Sinué aparecía por primera vez, pero faltaba Omega. Examiné las listas siguientes. Omega no volvía a ser mencionado en ninguna de ellas.

¿Acaso Anthony Birkby había sido Omega?

Tomé esta hipótesis como referencia y pasé directamente a 1986.

Otra lista de nombres cifrados aparecía pocos días después de la muerte de Kendall Rollins. Maní había reemplazado a Piankhy.

Con el pulso acelerado continué examinando el diario a partir de las fechas de los recortes de periódico.

John Morgan murió en 1972. Tres días más tarde, una lista. Aparecía Arrigatore. Itzmana se desvanecía.

William Glenn Sherman murió en 1979. Cinco días más tarde Veckhoff hizo otra lista. Ometeotl hacía su aparición en escena. Rho era historia.

Cada nota necrológica recortada por la señora Veckhoff era seguida, pocos días más tarde, por una lista de nombres en clave. En cada caso, desaparecía uno de los personajes asiduos y un recién llegado se unía a la lista. Haciendo coincidir los recortes con las entradas del diario establecí una relación entre los nombres en clave y los nombres verdaderos de todos los muertos desde 1959.

A. Birkby: Omega; John Morgan: Itzmana; William Glenn Sherman: Rho; Kendall Rollins: Piankhy.

– ¿Pero qué hay de los años anteriores?

Bird no tenía idea.

– Muy bien, volvamos a hacerlo de la otra manera.

Busqué una página en blanco en mi cuaderno de notas. Cada vez que una entrada mostraba la sustitución de un nombre en código por otro, apuntaba la fecha. No me llevó mucho tiempo.

En 1943, líos fue reemplazado por Omega. ¿Podría haber sido ese el año en que Birkby se unió a H amp;F?

En 1949 Narmer reemplazó a Khaffre.

Entra un faraón y sale otro. ¿Acaso se trataba de alguna clase de secta masónica?

Continué adelante, añadiendo el año para cada lista.

Mil novecientos cincuenta y nueve. 1972. 1979. 1986.

Miré los años. Luego busqué mi maletín, saqué otras notas y las comprobé.

– ¡Hijo de puta!

Miré el reloj: 3.20. ¿Dónde diablos estaba Lucy Crowe?

Decir que dormí mal sería como decir que Cuasimodo tenía problemas de espalda. Pasé la noche dando vueltas en la cama, dormitando pero sin alcanzar el verdadero sueño.

Cuando sonó el teléfono ya me había levantado, separado la ropa que tenía que lavar, barrido el patio, recogido las hojas muertas y bebido una taza de café tras otra.

– ¿La consiguió? -dije casi chillando.

– Repite el chiste.

– No puedo mantener ocupada la línea, Pete.

– Tienes la modalidad de llamada en espera.

– ¿Por qué me llamas a las siete de la mañana?

– Debo regresar a Indiana para volver a entrevistar a Itchy y Scratchy.

Me llevó un momento reaccionar.

– ¿Los gemelos Bobbsey?

– Los he bajado de categoría. Te llamo para decirte que mandaré a Boyd al Granbar Kennel.

– ¿Qué? ¿Las toallas son demasiado ásperas aquí?

– No quiere abusar.

– ¿Granbar no es asquerosamente caro?

– Sabe que juego en la primera división del derecho, así que Boyd se ha acostumbrado a esperar cierto estilo de vida.

– Yo podría hacerme cargo de él.

– Te gusta ese perro. -Pete quería engatusarme.

– Ese perro es un retrasado mental. Pero no hay ninguna razón para tirar el dinero cuando aún tengo diez kilos de comida Alpo para perro.

– El personal de Granbar se sentirá fatal.

– Estoy segura de que podrán superarlo.

– Te lo llevaré dentro de una hora.

Estaba limpiando el interior del cubo de la basura cuando volvió a sonar el teléfono. La voz de Lucy Crowe estaba tensa por la frustración.

– El magistrado se sigue negando a emitir la orden de registro. No lo entiendo. Habitualmente Frank es una persona razonable, pero esta mañana se puso tan furioso que creí que iba a sufrir un infarto. No insistí porque no quería matar a esa comadreja.

Le dije lo que había encontrado en el diario de Pat Veckhoff.

– ¿Puede hacer una comprobación de los parlamentarios entre el setenta y dos y el setenta y nueve?

– Sí.

Un largo silencio se extendió desde las tierras altas.

– Cuando estábamos en aquel lugar vi una barra metálica en el suelo, delante del porche delantero.

– ¿Y?

Mi herramienta para entrar en la casa.

Otra pausa.

– Si se descubre algún resto en una propiedad que se encuentra dentro de una relativa proximidad del lugar donde se ha estrellado un avión, mi oficina tiene jurisdicción durante el período de recuperación de los cuerpos.

– Entiendo.

– Sólo por motivos relacionados directamente con el accidente. Para buscar supervivientes que pudieran haberse arrastrado hasta ese lugar, por ejemplo. Tal vez muerto debajo de la casa.

– O en el interior del patio.

– Necesitaría una orden de registro para investigar el origen de cualquier objeto sospechoso encontrado en el interior de la propiedad.

– Por supuesto.

– Aún hay dos pasajeros que no han sido encontrados.

– Sí.

– ¿Le parece que esa barra metálica podría ser uno de los restos del avión?

– Podría ser una pieza del suelo de la cabina.

– Eso mismo pienso yo. Creo que será mejor que eche un vistazo.

– Puedo estar allí a las dos.

– Esperaré.

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