En la base de la pared había un bulto bastante grande. Estaba envuelto en cortinas de baño, una transparente y la otra azul translúcida, y atado con varios trozos de cuerda. Me acerqué y recorrí la superficie con el haz de luz.
Aunque borrosos por las capas de plástico, pude discernir los detalles de la mitad superior. Pelo opaco, una camisa roja a cuadros, manos de un blanco fantasmagórico atadas por las muñecas. Saqué un par de guantes de la mochila, me los puse y giré el bulto.
Crowe se cubrió la boca con la mano.
Un rostro, púrpura e inflamado, los ojos lechosos y a medio cerrar. Labios agrietados, una lengua hinchada y apretada contra el plástico como si fuese una sanguijuela gigante.
Acerqué la linterna al descubrir un objeto ovalado en la base de la garganta. Un pendiente. Saqué el cuchillo y corté el plástico. El siseo del gas al escapar de su encierro estuvo acompañado de una espantosa fetidez a descomposición. Sentí que se me revolvía el estómago pero continué con mi tarea.
Conteniendo el aliento, rasgué el plástico con la punta del cuchillo.
Una silueta masculina era claramente visible en una pequeña medalla de plata, los brazos cruzados piadosamente en la garganta. Las letras grabadas formaban un halo alrededor de la cabeza. Orienté la linterna para poder leer el nombre.
San Blas.
Habíamos encontrado al pescador desaparecido con problemas de garganta.
George Adair.
Esta vez propuse un camino diferente. Crowe estuvo de acuerdo. Después de dejar a Bobby y George para que protegieran el lugar, la sheriff y yo nos dirigimos a Bryson City y sacamos a Byron McMahon del salón de High Ridge House donde estaba viendo un partido de fútbol americano por televisión. Juntos preparamos una declaración jurada, que el agente especial del FBI llevó directamente a un juez federal en Asheville.
En menos de dos horas, McMahon llamó a Crowe. Se había emitido una orden de registro basándose en la probabilidad de un asesinato y en la posible implicación de tierras federales, debido a la estrecha proximidad de una reserva y de un parque nacionales al lugar de los hechos.
A mí me correspondió llamar a Larke Tyrell.
Encontré al forense en su casa y, por el ruido de fondo, supuse que estaba mirando el mismo partido de fútbol.
Aunque las palabras de Larke fueron cordiales me di cuenta de que mi llamada le había intranquilizado. No perdí tiempo en aliviar su ansiedad o en disculparme por lo intempestivo de la hora.
El forense escuchó mientras yo le explicaba la situación. Unos minutos más tarde acabé el relato. El silencio fue tan prolongado que pensé que se había cortado la comunicación.
– ¿Larke?
Cuando volvió a hablar, el tono de su voz había cambiado.
– Quiero que tú te hagas cargo de esto. ¿Qué necesitas?
Se lo dije.
– ¿Puedes llevarlo al depósito provisional?
– Sí.
– ¿Quieres personal?
– ¿Quién está aún allí?
– Maggie y Stan.
Maggie Burroughs y Stan Fryeburg eran investigadores forenses de la Oficina del Forense Jefe en Chapel Hill, enviados a Bryson City para procesar los datos relativos al accidente del vuelo 228 de TransSouth Air. Ambos se habían graduado en mi taller de recuperación de cuerpos en la universidad y los dos eran excelentes en su trabajo.
– Diles que estén preparados a las siete.
– De acuerdo.
– Esto no tiene nada que ver con el accidente del avión, Larke.
– Lo sé. Pero se trata de cadáveres en mi estado. Se produjo otra larga pausa. Alcancé a escuchar la voz de un locutor y los gritos de ánimo de la multitud.
– Tempe, yo…
No le puse las cosas fáciles.
– Todo esto ha ido jodidamente lejos. Luego la línea quedó libre.
¿Qué cono significaba eso?
Yo tenía otras cosas de qué preocuparme.
Al día siguiente me levanté al amanecer y estaba en casa de Arthur a las siete y media. La escena del crimen se había transformado de la noche a la mañana. Ahora uno de los ayudantes de la sheriff Crowe estaba de guardia en la puerta cubierta de kudzu y había otros en las puertas delantera y trasera. Se había activado un generador y todas las luces de la casa estaban encendidas.
Cuando llegué, George estaba ayudando a McMahon a meter libros y papeles en varias cajas de cartón. Bobby estaba cubriendo la repisa de la chimenea con polvo blanco. Cuando me dirigía hacia la cocina, McMahon me guiñó un ojo y me deseó buena suerte.
Pasé los cuatro días siguientes como si fuese una minera, descendiendo al sótano al amanecer, subiendo al mediodía para tomar un bocadillo y una taza de café, para bajar luego otra vez hasta el anochecer. Habían instalado otro generador y numerosas lámparas para iluminar mi mundo subterráneo, de modo que no distinguía la noche del día.
Tommy Albright llegó a la casa en la mañana del día uno. Después de examinar y fotografiar el bulto con el cadáver que yo estaba segura de que correspondía a George Adair, envió el cuerpo al Hospital Regional Harris en Sylva.
Mientras Maggie trabajaba en la mancha de descomposición en el interior de la pared del patio, Stan me ayudaba a fotografiar el suelo del sótano. Luego exhumamos la sepultura del nicho, expusimos lentamente el cadáver y registramos la posición del cuerpo y el contorno de la tumba, mientras examinábamos cada partícula de tierra.
La víctima yacía boca abajo sobre una manta de lana gris, un brazo doblado debajo del pecho, el otro alrededor de la cabeza. El estado de descomposición era avanzado, los órganos se habían licuado, la cabeza y las manos se habían esqueletizado hacía tiempo Cuando los restos estuvieron completamente exhumados y documentados, comenzamos su traslado. Al transferir el cadáver a una bolsa advertí que la pernera izquierda del pantalón estaba doblada y la pierna estaba amputada debajo de la rodilla.
También noté fracturas concéntricas en la región temporoparietal derecha del cráneo. Unas grietas lineales cubrían los lados de la hendidura central, convirtiendo la zona en una tela de araña de huesos fragmentados.
– Realmente alguien se ensañó con este tío.
Stan había dejado de tamizar la tierra para observar el estado del cráneo.
– Sí.
Como sucedía siempre, la ira crecía en mi interior. La víctima había recibido un golpe que le había destrozado el cráneo y luego había sido arrojada a un agujero como el estiércol. ¿Qué clase de monstruo era capaz de hacer algo semejante?
Otro pensamiento atravesó mi furia.
Este cadáver había sido enterrado a pocos centímetros de la superficie. Aunque putrefacto, aún quedaba bastante tejido blando, lo que indicaba que la muerte era relativamente reciente. ¿Habría debajo otras víctimas más antiguas? ¿En otros nichos? Mantuve los ojos y la mente bien abiertos.
Maggie se reunió con nosotros en el sótano el día dos, después de haber excavado un cuadrado de tres metros a una profundidad de treinta centímetros alrededor y debajo de la mancha en la pared desmoronada del patio de la casa. Aunque el trabajo era aburrido, sus esfuerzos fueron recompensados. En el cedazo aparecieron dos dientes aislados.
Mientras Stan acababa de tamizar la tierra de la sepultura del nicho, Maggie y yo escudriñamos cada centímetro del suelo del sótano buscando objetos enterrados y diferencias en la densidad de la tierra. Encontramos ocho localizaciones sospechosas, dos en el nicho original, dos en la cámara principal y cuatro en un túnel sin salida en la parte oeste de la cámara.
A última hora de la tarde excavamos una zanja de experimentación en cada localización. De los puntos sospechosos en la cámara principal sólo conseguimos tierra estéril. En los otros seis puntos encontramos huesos humanos.
Les expliqué a Stan y Maggie cuál sería el procedimiento. Yo solicitaría la colaboración del departamento del sheriff para continuar con las fotografías y el tamizado de la tierra. Stan continuaría trabajando en el nicho. Maggie y yo comenzaríamos con las localizaciones del túnel.
Dirigía a mi equipo con objetividad profesional, la tranquilidad de mi voz y mi expresión impasible contradecían mi corazón desbocado. Era mi peor pesadilla. ¿Pero qué era esa pesadilla? ¿Cuántos otros cadáveres encontraríamos bajo tierra y por qué se encontraban allí?
Maggie y yo estábamos cavando en la primera de las dos alteraciones que presentaba el túnel cuando en la entrada apareció una figura, a medio camino entre nosotras y la luz que brillaba en la cámara principal. No alcanzaba a distinguir la silueta y me pregunté si un miembro del equipo de transporte venía a preguntarnos alguna cosa.
Un paso y lo supe.
Larke Tyrell se dirigió hacia mí, con pasos decididos y el porte erguido. Me levanté pero no le saludé.
– He intentado llamarte al móvil.
– La prensa me obligó a desconectarlo.
No insistió con esa tema.
– ¿Cuál es el recuento?
– Hasta ahora, dos cuerpos descompuestos y dos esqueletos. Hay presencia de huesos en al menos otras cuatro localizaciones.
Su mirada se desvió de mi rostro a los fosos donde Maggie y yo estábamos desenterrando esqueletos, todos tenían los miembros flexionados.
– Parecen sepulturas prehistóricas.
– Sí, pero no lo son.
Su mirada volvió a fijarse en mí.
– Tú lo sabrías.
– Sí.
– Tommy envió los dos cadáveres descompuestos al hospital Harris, pero no querrán destinar su sala de autopsias a esta investigación. Ordenaré que todo el material sea transferido al depósito provisional y que esa instalación se mantenga operativa todo el tiempo que consideres necesario.
No dije nada.
– ¿Lo harás?
– Por supuesto.
– ¿Tienes todo bajo control?
– Eso parece.
– Espero tu informe.
– Tengo una bonita caligrafía.
– Pensé que te gustaría saber que han identificado al último de los pasajeros de TransSouth Air.
– ¿Petricelli y los estudiantes en los asientos 22A y B?
– Petricelli, sí. Y uno de los estudiantes.
– ¿Sólo uno?
– Hace dos días el joven que debía ocupar el asiento 22B llamó a su padre desde Costa Rica.
– ¿No estaba en el avión?
– Cuando se encontraba en la sala de espera un tío le ofreció mil pavos por su tarjeta de embarque.
– ¿Por qué no se presentó antes?
– Estaba en medio de la selva y completamente incomunicado, no se enteró del accidente hasta que no regresó a San José. Luego estuvo dudando un par de días antes de llamar a casa porque sabía que la fiesta había acabado por echar el semestre por la borda.