Una soledad feliz, la felicidad de dos mujeres que viven juntas como amigas o amantes, la felicidad de una madre y una hija, compartiendo la cama, hablando la noche entera; la felicidad de dos hermanas cuando se han ido sus maridos, o han muerto; la felicidad del trabajo; de la jardinería, del cuidado de los niños; de las compras; de los paseos; de ocuparse de una casa: todo eso son herejías.
La mayor parte de nuestras vidas transcurre en soledad, o con otras mujeres, y sin embargo se nos pide que iluminemos la parte mucho más pequeña de nuestras vidas que compartimos con los hombres. La vida de las mujeres no es toda oscuridad excepto en eso, y encima nos piden que hagamos como si lo fuera y que escribamos del amor, el amor, el amor, hasta que nos aburrimos incluso a nosotras mismas.
Eso es lo que de verdad significa ser el segundo sexo. Todos tus placeres y penas se consideran secundarios con respecto a los que se comparten con el otro sexo.
¿Son tan interesantes de verdad los hombres? Para ellos mismos sí. Sin embargo, últimamente, encuentro a las mujeres mucho más interesantes. He vivido para los hombres tan gran parte de mi vida que al darme cuenta de eso me sobresalté. ¿He estado tan limitada por las convenciones, que yo, la supuesta rebelde, soy tan convencional como cualquiera de las mujeres de mi tiempo? ¿O me he transformado gracias al sexo porque siempre supe que era el modo fundamental de seducir a la musa? Si soy honrada conmigo misma, debo responder a estas preguntas.