Bálder cogió la lámpara y se encaminó hacia la escalera.Antes de apoyar el pie sobre el primer peldaño, se dio la vuelta y maldijo:
– No lo comprendes. Jamás soñaré contigo.
– Eres tú quien no lo comprende, maestro. Tú puedes soñar lo que te plazca. Yo me ocuparé de ser lo que tú sueñes.
Esa noche, presa de un arrebato ignominioso e inexplicable, Bálder quemó la talla a los pies de la torre. Mientras las llamas descomponían la figura en una lluvia de brasas, el extranjero miró hacia lo alto. Náusica no se asomó. Sin ánimo para abrazar una versión que le fuera más favorable, sintió, como un desgarro, que aquélla era la primera derrota que le infligía la intrincada muchacha.