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El presente texto de La sustancia interior difiere en muy poco del que fue publicado en la todavía no demasiado lejana primavera de 1996. Entonces la obra tuvo alguna repercusión, que fue modesta en cuanto a sus cifras pero resultó muy alentadora para su autor en lo que se refiere al sentir general de aquellos pocos lectores.

Con ellos y conmigo mismo tenía contraído el compromiso de revisar ciertos extremos del libro. Se trataba ante todo de asear algunas de sus páginas, aliviándolas de determinados errores formales que mi impericia o la precipitación de aquella edición primera, cuando no ambas, me habían llevado a deslizar. Agradezco a los lectores las observaciones que me han permitido localizar estos errores, y muy especialmente reconozco las valiosas sugerencias recibidas de Carlos Soto y de Ricardo Senabre, a quienes me atrevo a mencionar por razones distintas, pero en ambos casos suficientes para evitar malinterpretaciones: del primero soy amigo de toda la vida y del segundo, aunque alguna vez haya sido generoso conmigo, no espero que vaya a ser nunca un gran partidario de esta novela en particular.

En otros aspectos, los cambios aquí introducidos pueden resultar casi imperceptibles, porque afectan a una muy escasa fracción del texto y no varían en absoluto el sentido de la historia. Las únicas alteraciones de contenido que me he autorizado son un par de aclaraciones puntuales y alguna depuración de circunstancias y adjetivos. Fuera de ellas, el fondo del libro permanece exactamente como estaba.

Quiero creer que ésta es la versión definitiva de La sustancia interior. No porque sea perfecta o porque esté limpia de fallos, sino porque no me siento en condiciones de trabajar más sobre ella. Han pasado seis años desde que la concebí y durante ese tiempo la he revisado decenas de veces. Durante esas revisiones, muchas de ellas desarrolladas en turbias noches insomnes, he cercenado una buena parte del texto originario y he llegado a darle una forma que quizá resulte extraña o incluso anómala, pero que a la postre ha terminado por convertirse, al menos para mis fuerzas y mis herramientas, en una especie de superficie blindada. Soy consciente de que éste es un libro que fascina a unos lectores y disgusta a otros, y no acabo de saber por qué. Alguien me ha dicho que la alegoría resulta demasiado compleja y la peripecia demasiado inhumana, pero también hubo quien se emocionó con el libro y captó su significado sin ningún esfuerzo.

Nada más lejos de lo pertinente que tratar de dar mi explicación aquí para paliar posibles problemas de interpretación. Sólo diré que he escrito una historia para ser leída ante todo como tal, y que la realidad que hay debajo no es tan intrincada como a veces se ha pretendido.Tiene que ver, simplemente, con los conflictos y desaires que en mi parecer sufre cada día el hombre de nuestro tiempo. Si el lector acierta a sentirlo así, creo que la descifrará sin dificultad. Si no, espero que sepa disculpar el fracaso de su artífice.

Madrid, 4 de febrero de 1998

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