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Julián entrecerró los ojos-

– Dios nos proteja. Estás tratando de llegar al hombre que sedujo a Amelia, ¿no? Debí haberlo supuesto. ¿Y qué demonios creías que harías con él una vez que lo hallaras?

– Arruinarlo socialmente.

Julián pareció hipnotizado.

– ¿Qué?

Sophy se movió en su silla, inquieta.

– Obviamente, él es uno de los cazadores sobre los cuales me advertiste en su momento, Julián. Uno de los miembros de la alta sociedad que se aprovecha de las mujeres jóvenes. Estos hombres valoran su vida social por encima de todas las cosas, ¿no? Sin ella no son nada, pues no tendrían acceso a las «presas» que buscan, ¿cierto? Mi intención es la de privar a todos los que usen ese anillo de sus conexiones sociales; de ser posible, claro.

– Por Dios. Juro que tu audacia me deja sin aliento. No tienes ni la más remota noción de lo que es el peligro y, mucho menos, sientes temor ante él, ¿verdad? No sabes en qué te metes. ¿Cómo puedes ser tan inteligente en ciertos aspectos, como para preparar medicinas a base de hierbas, por ejemplo, y tan estúpida en otros, donde tu reputación y hasta tu propia vida quedan en juego?

– Julián, aquí no hay riesgos, te lo prometo. -Sophy tenía la esperanza de hacerlo entrar en razón-. Estoy siendo muy cauta con esto. Planeo encontrarme con estos tres hombres e interrogarlos.

– Interrogarlos. Dios querido, interrogarlos.

–  Muy sutilmente, por supuesto.

– Por supuesto. -Julián meneó la cabeza. No podía creerlo-. Sophy, permíteme informarte que tu talento para la sutileza se parece mucho al mío para el bordado. Por otra parte, los tres hombres de esa lista son unos canallas irrefutables…, patanes de la peor calaña. Hacen trampas en los juegos de naipes, seducen a cuanta mujer se les cruza por el camino y su sentido del honor es más bajo que el de un perro. De hecho, me atrevo a aventurar que un perro tiene más sentido del honor que los tres juntos. ¿Y tú pensaste interrogarlos a los tres?

–  Pienso aplicar la lógica deductiva para determinar cuál de ellos es el culpable.

– Cualquiera de los tres te cortaría en pedacitos sin vacilar ni por un instante. El culpable te arruinaría a ti mucho antes que tu pudieras arruinarlo a él. -La voz de Julián estaba cargada de furia.

Sophy levantó el mentón.

– No podrá hacerlo mientras yo tenga cuidado.

– Dios, dame fuerzas-dijo Julián entre dientes-. Tengo frente a mí una mujer loca.

Lo que quedaba del autocontrol de Sophy desapareció. Se puso de pie y aferró el primer objeto contundente que encontró a mano. En ese caso, el cisne de cristal que estaba sobre su tocador.

– Maldito seas, Julián. No soy ninguna loca. Elizabeth era una loca, pero yo no. Puedo ser tonta, estúpida e inocente, a tu criterio, pero no loca. Juro por Dios, milord, que te obligaré a no confundirme más con tu primera esposa, así sea lo último que haga en esta vida.

Arrojó el adorno que tenía en la mano con todas sus fuerzas. Julián, quien ya había empezado a ponerse de pie desde el principio, apenas logró esquivar el misil. Le pasó por encima del hombro y se estrelló contra la pared detrás de él. Ignoró el impacto y atravesó el cuarto en sólo tres pasos largos.

– No tengas miedo, madam -le dijo ferozmente, mientras la levantaba en sus brazos-. No te confundo con Elizabeth. Sería algo completamente imposible. Créeme que eres, Sophy, totalmente única. Eres una paradoja en tantos aspectos que desafía a toda posible descripción. Y tienes razón. No estás loca. Soy yo el que está convirtiéndose en un firme candidato para el manicomio.

Caminó hacia la cama y la arrojó sin ninguna ceremonia, sobre ella. Mientras Sophy rebotaba contra el colchón, su cabellera se soltó completamente. Julián se sentó en el borde de la cama y empezó a quitarse las botas.

Sophy estaba hecha una furia.

– ¿Qué crees que estás haciendo?

– ¿Y a ti qué te parece? Estoy buscando la única cura que se me ocurre para mi problema. -Se puso de pie y desabrochó sus pantalones.

Sophy lo miró, impactada, cuando su miembro quedó libre. Ya estaba magníficamente erecto. Un tanto aturdida, la joven trató de escabullirse por el otro extremo de la cama. Julián la atrapó, poniéndole una de sus enormes manos sobre la cintura, deteniendo, efectivamente, la retirada.

– No, madam, todavía no te irás a ningún lado.

– No querrás… acostarte ahora conmigo, Julián -dijo Sophy, irritada-. Estamos en medio de una pelea.

– Ya no tiene caso seguir peleando. No puedes entrar en razón. Y parece que yo tampoco. Por consiguiente, sugiero que busquemos una manera alternativa para poner punto final a esta discusión desagradable. Si no conseguimos nada más, al menos obtendré un poco de paz por un rato.

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