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Anne miró a Sophy y luego a Charlotte.

– He hecho algunas averiguaciones respecto de qué debe decirse en estos casos. Debemos seguir ciertos pasos antes que yo proceda a cargar las pistolas. Primero: es mi deber decirles que existe una alternativa honorable antes que llevar a cabo este desafío. Les pido a ambas que la consideren.

Sophy frunció el entrecejo.

– ¿Qué alternativa?

– Usted, lady Ravenwood, es la retadora. Pero si la señorita Featherstone le ofrece sus sinceras disculpas por la ofensa cometida, causante de este duelo, entonces se dará por terminada la cuestión sin necesidad de que se dispare ni una sola bala.

Sophy parpadeó.

– ¿Todo esto puede terminarse con una simple disculpa?

– Debo hacer hincapié en que es una alternativa honorable para ambas. -Anne miró a Charlotte Featherstone.

– Qué fascinante -murmuró Charlotte-. Poder salir de todo esto sin una sola manchita de sangre en la ropa. Pero no estoy segura de querer disculparme.

– Depende de usted, claro -dijo Sophy.

– Bueno, es demasiado temprano para esto, ¿no cree? Y creo firmemente en que hay que tomar el camino más sensato que una tiene a mano. -Charlotte le sonrió-. ¿Está completamente segura de que su honor quedará intacto si yo simplemente me disculpo?

– Tendría que prometer que no publicará esas cartas de amor -le recordó Sophy, presurosa. Antes de que Charlotte pudiera responder, se escucharon pisadas de caballo.

– Debe de ser Jane -dijo Anne con tono muy aliviado-. Sabía que vendría. Debemos esperarla porque es una de las madrinas.

Sophy miró a su alrededor y en ese momento se dibujó claramente la figura de un tordo entre los árboles rodeados por la niebla. El animal se precipitaba a toda marcha hacia ellas, como un fantasma. Un fantasma que traía al demonio.

– Julián -susurró Sophy.

– En cierto modo, esto no me sorprende -señaló Charlotte-. Nuestro pequeño drama se pone más divertido a cada momento.

– ¿Qué está haciendo con el caballo de Jane? -preguntó Anne, irritada.

El enorme tordo se detuvo frente a las tres mujeres. Los brillantes ojos de Julián se detuvieron en Sophy y luego en Charlotte y Anne. Vio el estuche con las pistolas en su mano.

– ¿Qué rayos está sucediendo aquí?

Sophy resistió un repentino impulso por salir corriendo.

– Estás interrumpiendo una cuestión privada, milord.

Julián la miró como si se hubiera vuelto loca. Desmontó y entregó las riendas a Anne, quien las tomó automáticamente, con la mano que le quedaba libre.

– ¿Una cuestión privada? ¿Cómo te atreves a…? -Julián trató de controlarse-. Eres mi esposa. ¿De qué rayos se trata todo esto?

–  ¿No es obvio, Ravenwood? -De las tres mujeres presentes, Charlotte era evidentemente la única que no se sentía intimidada. Sus ojos cínicos delataban su profunda diversión.

– Tu esposa me ha retado a duelo por una cuestión de honor. -Señaló el estuche con las pistolas-. Como verás, estábamos a punto de arreglar las cosas de ese modo tan tradicional, honorable y masculino.

– No creo nada de esto. -Julián se volvió para mirar a Sophy-. ¿Tú retaste a duelo a Charlotte? ¿La desafiaste?

Sophy asintió con la cabeza, negándose a hablar.

– ¿Por qué, por el amor de Dios?

Charlotte sonrió.

– Seguramente conocerás la respuesta a esa pregunta, Ravenwood.

Julián avanzó un paso hacia ella.

– Demonios. Le mandaste una de esas malditas cartas chantajistas, ¿verdad?

– Para mí no es ningún chantaje -dijo Charlotte con toda calma-, sino una oportunidad comercial. Sin embargo, tu esposa optó por ver mi propuesta de un modo muy diferente. Según ella, sería un deshonor pagarme. Por otro lado, no soportaría ver tu nombre en mis Memoirs. Entonces eligió el único camino honorable para ella: desafiarme con pistolas al amanecer.

– Pistolas al amanecer -repitió Julián, como si todavía no pudiera creer en la evidencia que tenía frente a sus ojos. Avanzó otro paso hacia Charlotte-. Vete de aquí. Ya mismo. Vuelve a la ciudad y no digas ni una sola palabra de todo esto. Si escucho medio rumor respecto de lo acontecido hoy aquí, te aseguro que jamás conseguirás esa casita en Bath de la que tanto hablabas en un tiempo. También perderás la casa que tienes arrendada en la ciudad. Haré que tus acreedores te presionen tanto que tendrás que irte muy lejos. ¿Me entiendes, Charlotte?

– Julián, estás yendo demasiado lejos -dijo Sophy, enojada.

Charlotte levantó el mentón, pero ese aire burlón casi se había borrado completamente de su expresión. No parecía asustada, sino meramente resignada.

– Te entiendo, Ravenwood. Siempre lograste que te entendieran claramente.

– Una sola palabra de todo esto y me encargaré de arruinar todo para lo que has trabajado tanto en tu vida, Charlotte, te lo juro. Sabes que puedo hacerlo.

– No necesitas recurrir a amenazas, pues no tengo intenciones de murmurar sobre esto, Ravenwood. -Se volvió a Sophy-. Era una cuestión personal de honor entre tu esposa y yo. No concierne a nadie más.

– Estoy completamente de acuerdo -declaró Sophy con firmeza.

– Quería decirle, señora -dijo Charlotte-, que en lo que a mí concierne, este asunto termina aquí, aunque no haya habido disparos. No debe temer por lo que se publicará en mis Memoirs.

Sophy respiró.

– Gracias.

Charlotte sonrió e hizo una reverencia agraciada.

– No, señora, soy yo quien debe agradecerle. Me he divertido mucho. Mi mundo está atiborrado de hombres de su casta que se jactan mucho del honor. Pero su idea de honor está muy limitada. Esos mismos hombres no pueden comportarse honorablemente frente a ninguna mujer ni a nadie que sea más débil que ellos. Al menos, fue un gran placer para mí haber conocido a alguien que comprende el significado de esa palabra. No es ninguna sorpresa para mí descubrir que ese ser tan destacado e inteligente sea una mujer. Adieu.

–  Adiós -contestó Sophy, con una reverencia tan agraciada como la de la mujer.

Charlotte subió a su coche, tomó las riendas y dio una señal a su caballo. El pequeño vehículo desapareció entre la niebla.

Julián observó la partida de Charlotte y luego se volvió para clavar a Anne con la mirada. Le arrebató el estuche con las pistolas de la mano.

– ¿Quién eres, muchacho?

Anne tosió y se bajó aún más la gorra sobre los ojos. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y resopló.

– La dama quería un caballo y un coche para la primera hora de la mañana, señor. «Tonces tomé "prestado" el carro de mi padre para sacar una tajadita de esto.»

– Yo te daré una buena tajada de todo esto si me aseguras que mantendrás la boca cerrada con respecto a lo que sucedió aquí esta mañana. Pero si me entero de que has hablado, haré que tu padre pierda el caballo, el vehículo y todo lo que tiene. Además, me aseguraré de que él se entere de que ha perdido todo por culpa tuya. ¿Me entiendes, muchacho?

– Oh, sí, milord. Muy clarito, milord.

– Muy bien. Entonces lleva a mi esposa de regreso a mi casa. Yo te seguiré. Cuando lleguemos, recogerás a una dama que estará esperando allí y la llevarás donde ella quiera. Después desaparecerás de mi vista para siempre.

– Sí, «señó».

– Bueno, Julián -comenzó Sophy severamente- No hace falta que amenaces a todo el que se te cruza en el camino.

Julián la interrumpió con una gélida mirada.

– No quiero que digas ni una sola palabra. No confío en que pueda hablarte todavía con algo parecido a la calma: -Se acercó al carruaje y le abrió la puerta-. Sube.

Subió al coche sin articular palabra. Al hacerlo, se le cayó el sombrero con el velo sobre una oreja. Una vez que la joven se sentó, Julián se le acercó para acomodárselo con un gesto iracundo. Colocó el estuche con las pistolas sobre sus piernas y cerró la puerta del vehículo violentamente.

Indudablemente, a Sophy le pareció el viaje más largo de toda su vida. Julián estaba totalmente descontrolado, hecho una furia. Sólo le quedaba esperar que Jane y Anne quedaran fuera de todo eso.

La casa apenas empezaba a despertar cuando Anne se detuvo en la puerta.

Jane, aún con su velo negro, estaba esperando ansiosamente cuando Julián entró en la biblioteca, con Sophy detrás de él.

Jane miró rápidamente a su amiga.

– ¿Estás bien? -le preguntó en un susurro.

– Tan bien como lo ves. De hecho, todos están bien. Sin embargo, todo habría podido salir mejor si no hubieras sentido la obligación de intervenir.

– Lo lamento, Sophy, pero no podía permitirte…

– Suficiente -interrumpió Julián, mientras Guppy aparecía desde la puerta que estaba detrás de la escalera, acomodándose la chaqueta a toda prisa.

– ¿Está todo en orden, milord?

– Ciertos planes que había hecho para esta mañana se han cancelado inesperadamente, pero puedes tener la certeza de que tengo todo bajo control.

– Por supuesto, milord -dijo Guppy.

Si hubiera dicho una sola palabra respecto de la extraña situación de aquella mañana, Guppy corría peligro de perder su puesto y lo sabía. Era evidente que el amo estaba en medio de una de sus peligrosas y tranquilas iras. Sin embargo, era igualmente evidente que lord Ravenwood controlaba la situación.

Con una rápida y preocupada mirada a Sophy, Guppy se dirigió a la cocina discretamente.

Julián se volvió para afrontar a Jane.

– No sé quién es usted, señora, y por el velo que lleva, entiendo que no desea revelarme su identidad. Pero quienquiera que sea, quiero que sepa que le estaré eternamente en deuda. Aparentemente, fue usted la única que demostró tener sentido común en todo esto.

– Soy famosa por mi sentido común, milord -dijo Jane, con tristeza-. Ciertamente, algunas amistades opinan que soy un poco aburrida por tener tanto sentido común.

– Si sus amistades son un poco sensatas, entonces tendrían que admirarla por sus cualidades. Buenos días, señora. Allí afuera hay un muchacho con un carruaje cerrado que la escoltará hasta su casa. Su caballo está atado al carruaje. ¿Quiere otra escolta? Puedo enviar a uno de los sirvientes con usted.

– No. El carruaje y el muchacho bastarán. -Jane miró confundida a Sophy, quien se encogió apenas de hombros-. Gracias, milord. Espero sinceramente que esto ponga punto final a la cuestión.

– Puede quedarse tranquila, pues así será. Y espero que usted no vaya a correr la voz de lo acontecido.

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