Pocos años después se repitió la misma batalla en otro tablero más grande, aquel que muchos insistían aún (tan ingenuamente) en llamar la realidad. Esta vez, tras el Desembarco de Normandía, fue posible detener el avance del Renegado.
Como los reyes sin corona, Alekhine se refugió en Estoril, donde se convirtió en el único campeón del mundo que murió en posesión de su título.
– Bajo nuevas identidades, sin embargo, sigue vivo -les advirtió Carranza-. Por eso mismo era indispensable que también el Ángel Custodio volviera a reencarnarse en San Bobby Fischer, nuestro redentor.
Con ayuda de su regla de cálculo, Benito Vela había intentado averiguar de cuánto tiempo disponían.
Por mucho que aumentara las probabilidades, siempre llegaba al mismo resultado desalentador. Con media humanidad jugando contra la otra media sin interrupción, una secuencia equis de movimientos tardaría en producirse unos quince siglos.
¡Demasiado tarde!
– Ésa tiene que ser la fecha exacta del fin del mundo – explicaba el Maestro-. En teoría, es posible dar con la fórmula probando una tras otra todas las combinaciones. ¡En teoría…! En la práctica, siempre se agotará antes el plazo. Nos encontraremos en pleno zeitnot o, como quien dice, en apuros de tiempo. Y siempre a la misma distancia del secreto, igual que si fuera un horizonte…, pero callemos, camaradas, callemos y que San Bobby juegue y se manifieste…, schsss…, schsss…, schsss…
La revelación transmitida a Carranza aventajaba a la que recibió en 1301 el Gran Maestre en que añadía una información decisiva: la fórmula Omega se haría visible en la secuencia de movimientos de una partida de Fischer.
¡Y ahora la acababan de aplazar, debido a la presión norteamericana!
De nuevo, la realidad visible había hecho impacto contra la realidad real, como un elefante en una cacharrería. ¡Por culpa de una guerra revolucionaria de más o de menos Fischer había dejado de jugar!
¿Y si no volvía a mover?
Entonces sí que se trataría de… ¡el mayor peligro al que nos hemos enfrentado jamás!
Algo tenían que hacer, ¿no?
Sí, pero ¿qué?
Don Claudio esperaba instrucciones occipitales.