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VI

E n esto hemos conocido la caridad, en que Él dio su vida por nosotros y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos. El que tuviera bienes de este mundo y viendo a su hermano pasar necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios?… Si alguno dijere: "Amo a Dios" pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano a quien ve, no ama a Dios a quien no ve, que es precisamente lo que siempre he sostenido, cariño, que tus ideas sobre la caridad son como para recogerlas en un libro, y no te enfades, que todavía me acuerdo de tu conferencia, ¡vaya un trago!, hijo mío, que te pones a mirar, y no hay quién te entienda, que te metías conmigo cada vez que iba a los suburbios a repartir naranjas y chocolate como si a los críos de los suburbios les sobrasen, válgame Dios, y no digamos la tarde que se me ocurrió ir con Valen al Ropero. ¿Puede saberse qué es lo que te pasa? Siempre hubo pobres y ricos, Mario, y obligación de los que, a Dios gracias, tenemos suficiente, es socorrer a los que no lo tienen, pero tú en seguida a enmendar la plana, que encuentras defectos hasta en el Evangelio, hijo, que a saber si tus teorías son tuyas o del Perret ese de mis pecados, o de don Nicolás, o de cualquiera otro de la cuadrilla que son todos a cual más retorcido, no me vengas ahora. "Aceptar eso es aceptar que la distribución de la riqueza es justa", habrase visto, que cada vez me dabas un mitin, cariño, con que si la caridad solamente debe llenar las grietas de la justicia pero no los abismos de la injusticia, que lo que decía Armando, "buena frase para un diputado comunista", a ver, que a los pobres les estáis revolviendo de más y el día que os hagan caso y todos estudien y sean ingenieros de caminos, tú dirás dónde ejercitamos la caridad, querido, que ésa es otra, y sin caridad, ¡adiós el evangelio!, ¿no lo comprendes?, todo se vendrá abajo, es de sentido común. Quien más, quien menos, estáis todos envenenados, como yo digo, que me dan escalofríos cada vez que pienso que te has ido sin reconciliarte, y no porque piense que tú seas malo, que no, pero eres crédulo, eso, crédulo y un poco bobo, Mario, por qué no decirlo, porque, en cambio, lo que hace Cáritas te parecía muy bien, que no lo entiendo, la verdad, porque si algo ha hecho Cáritas en este sentido es impedirnos el trato directo con el pobre y suprimir la oración antes del óbolo, o sea, malmeter a los verdaderamente pobres, para que lo entiendas, y, por si fuera poco, restar oraciones, que yo recuerdo antaño, con mamá, deshechos, ¡Dios mío, qué espectáculos tan hermosos!, rezaban con toda devoción y besaban la mano que los socorría. ¡Vete ahora a intentarlo, anda, según están! ¿Y sabes quién ha tenido tanta culpa como vosotros? ¡Cáritas, para que te enteres!, que tira las cosas a voleo, sin mirar antes quién lo merece, que lo mismo te ponen la mano los vagos que los protestantes, lo mismo, un desbarajuste, que eso es lo que no puede ser, estoy cansada de decirlo. Y así les luce, que nunca he visto a los pobres más maleados y no quiero pensar en el día que dé la vuelta la tortilla, cuatro tiros de agradecimiento, eso, mal por bien, que por mí puedes seguir con tus mítines, hijo, ya verás el pelo que echas, que si Cáritas es necesaria mientras no se modifiquen las estructuras, que a saber qué queréis decir, todo el día de Dios a vueltas con las estructuras y ni vosotros mismos sabéis con qué se come eso. Y mientras, don Nicolás, frotándose las manos, que es lo que más rabia me da, que le estáis haciendo el juego sin daros cuenta. Otras cosas sabrás, no lo discuto, pero tú de caridad, cero, Mario, convéncete, es lo mismo que cuando te pasabas las tardes con los presos, escuchando sus historias, tú dirás qué provecho podías sacar de esa gentuza, que si la sociedad les hace el vacío por algo será, eso por descontado. Lo que pasa es que ahora todo el mundo quiere empezar la casa por el tejado, todos de Capitán General, como yo digo, pero Mario, si no hay sorches, ¿quieres decirme para qué necesitamos los capitanes generales? Y no me vengas con que hablando y escuchando se puede hacer caridad y que la caridad no consiste en dar sino en darse, que tú por una frase eres capaz de vender tu alma al diablo, como yo digo, dichosa petulancia, como eso de poner en los libros frases con bastardilla o con mayúsculas sin ser nombres propios ni nada, que no tiene sentido por más que Armando diga que siempre hace bien, que él lo dice por guasa, por chufla, a ver, que siempre está de broma, ya le conoces. Es lo mismo que lo del lechazo de Hernando de Miguel, cosa más natural, una atención, a ver, si el chico no estaba preparado, y encima se viene desde Trascastro con él a cuestas, y tú le recibes a voces, que tampoco son maneras, me parece a mí, para terminar tirándole el lechazo por el hueco de la escalera, que le diste en mitad de la espalda, para haberlo matado, que era un animal de cuatro kilos lo menos, una pena. ¿A qué ton esas salidas, Mario, cariño? La caridad empieza por uno mismo, y los niños, tú lo sabes, no andan sobrados de carne, que con tanto subir los salarios hay que ver el precio que tiene, que cuando escribís no os dais cuenta de lo que hacéis, cabeza dura, mira Armando en la fábrica, las bases, y lo que él dice, "yo no voy a ser más papista que el Papa", bueno, pues cuatro kilos por el hueco de la escalera, porque sí, a ver qué daño hacíamos a nadie cogiendo ese lechazo. Es como lo de las botellas y las tartas, que si la gente quiere tener detalles ¡deja a la gente!, no hagas caso de la pánfila de Esther, que con eso de que lee libros se cree alguien, vaya un oráculo que te has echado, hijo, "los hombres como Mario son hoy la conciencia del mundo", me río yo, que me gustaría a mí que hubiera visto a la conciencia del mundo hecha un lío con que si no aceptar el lechazo era ofender al prójimo y, aceptarlo, admitir la corrupción, que, a decir verdad, yo no sé para qué pensáis tanto si las cosas son tan sencillas, y si pensabas así y los niños necesitaban vitaminas, ¿a qué le tiraste el lechazo a Hernando de Miguel si puede saberse? Luego, cuando te vino eso, la distonía o la depresión o como se llame, llorabas por cualquier pamplina, acuérdate, hijo, ¡vaya sesiones!, y que si la angustia te venía de no saber cuál es el camino, ni con qué haces daño o dejas de hacerlo, cuando hasta el niño más niño sabe que un golpe en las costillas con un lechazo de cuatro kilos puede ser mortal, que le pudiste matar, Mario, desengáñate, y que me envidiabas a mí y a todos los que como yo estábamos seguros de todo y sabemos a dónde vamos, que si eso fuese cierto, bendito sea Dios, ¿por qué no has seguido mi ejemplo y has dejado en paz a don Nicolás y a toda su corte de charlatanes? Pero qué va, en el fondo esa humildad es orgullo, Mario, y vengan píldoras, píldoras para la soberbia, como yo las llamo, que, en definitiva no son más que drogas, que te quitan inclusive las voluntades. Y Luis me oyó, pues no me iba a oír, que los médicos se creen que pueden jugar a capricho con los enfermos y, por primera providencia, lo de la depresión lo dijo con retintín, que fue cuando yo salté, qué otra cosa iba a hacer, "Mario no tiene motivos para estar deprimido; come bien y me ocupo de él más de lo que puedo", se lo solté, claro que se lo solté, como le solté lo de las píldoras, que me despaché a mi gusto, Mario, y no me pesa, te lo juro. Pero, las cosas como son, cuando estuviste así, créeme, es cuando la casa anduvo mejor, que tú no te metías en nada, y ya se sabe que los hombres, en estos asuntos, estorbáis más que otra cosa. Lo único, las llantinas, me desgarrabas el corazón, ¿eh?, llorabas como si te mataran, madre, ¡qué hipo!, imponías, Mario, y como no habías llorado nunca, ni cuando murieron tus padres ni nada, que luego eso salió, a ver, pues yo me asusté, la verdad, y se lo dije a Luis, y Luis me dio la razón, Mario, para que lo sepas, que "exceso de control emotivo e insatisfacción", que me acuerdo como si fuera hoy que yo le dije, "¿qué?", y él, muy amable, me lo explicó, que es apasionante eso de la psiquiatría, fíjate, por más que a mí nadie me saque de la cabeza que cuando os ponéis así, sin fiebre y sin doleros nada, eso son mimos y tonterías. A ver si no, Mario, que tú siempre has sido como un niño chico, aunque luego estudiaras tanto y escribieras esas cosas que, no sé, a lo mejor estarían bien, no lo discuto, pero desde luego eran una tabarra, francamente, a ver por.qué te voy a engañar y decirte una cosa que no siento. De ordinario, las personas que piensan mucho, Mario, son infantiles, ¿no te has fijado?, ya ves don Lucas Sarmiento, gustos sencillos y unas teorías absurdas sobre la vida, como filosóficas o qué sé yo. Y eso te ocurría a ti, cariño, y le ocurrirá a Mario si Dios no lo remedia, que ese chico con tanto librote y esa seriedad que se gasta no puede ir a buena parte. Yo ya se lo advierto, pero como tú no me apoyas, "déjale, tiene que formarse", lo mismo que si hablase con las paredes, ni enterarse, ya ves la otra tarde sin ir más lejos, le pongo un batido a Álvaro, con huevo y todo y va el otro, alarga la mano y se lo bebe, pero sin dejar de mirar al libro, que me puso de mal humor, la verdad, que la vida está por las nubes y Mario ya está suficientemente alimentado, anda que por gusto todos tomaríamos batidos a cualquier hora, imagina. Pero Álvaro es otra cosa, entiéndeme, no es que yo diga que por irse a los montes a prender hogueras haya que sobrealimentarle, pero está tan flaco, no tiene más que la piel y los huesos, Mario, que me preocupa ese chico, la verdad, que le viene cualquier cosa, le coge sin defensas y sanseacabó. Mamá decía, "más vale prevenir que curar", ¿te das cuenta Mario? Y no es que yo tenga predilección por Alvarito, que sois muy maliciosos, me cae en gracia, pero nada más, a lo mejor por el nombre, vete a saber, ¿recuerdas que ya de novios te decía "me encantará tener un hijo para llamarle Álvaro"? Ha sido una manía de siempre, yo creo que desde que nací, fíjate, que es un nombre Álvaro que me chifla, que no es decir que Mario me disguste, al contrario, me parece un nombre muy masculino y así, pero lo otro es debilidad, yo misma lo comprendo. Me río sólo de pensar lo que hubiera sido esta casa si te dejo a ti elegir los nombres, no quieras saber, un Salustiano, un Eufemiano y una Gabina, cualquier cosa, con tus aficiones proletarias no quieras saber, como lo de poner a los chicos los nombres de la familia, habrase visto costumbre menos civilizada. ¿Quieres decirme qué hubiese hecho yo en casa con un Elviro y un José María, cosa más vulgar, por mucho que les hubieran matado? Pasé por Mario y Menchu, que, al fin y al cabo, eran los nuestros, pero ¿a qué más? Habiendo nombres tan bonitos como Álvaro, Borja o Aránzazu, lo otro no tiene sentido, reconócelo, lo que pasa es que vivís en la Edad Media, hijo, y perdona mi franqueza, mira la gente bien, y es natural, Mario, cariño, que un nombre imprime carácter, que es para toda la vida, que se dice pronto. Mira, ahí tienes una cosa de la que deberían ocuparse en el Concilio, que todos serán nombres de santos, no digo que no, pero en vez de salir a gresca diaria y con esas colaciones de que los judíos y los protestantes son buenos, que sólo nos faltaba eso, pues revisar el santoral, pero a fondo, sin contemplaciones, este nombre vale y éste no vale, que la gente sepa a qué atenerse en este punto. Bien mirado, todo está ahora patas arriba, Mario, que a este paso cualquier día nos salen con que los malos somos nosotros, visto lo visto, cualquier cosa… Y así nos crece el pelo, que te pones a ver y hasta los negros de África quieren ya darnos lecciones cuando no son más que caníbales, por más que tú vengas con que no les enseñamos otra cosa, que mira papá qué bien enfocó el problema por la tele la otra noche, había que oír a Valen. Una cosa, Mario, aquí, para ínter nos, que no me he atrevido a decirte antes, escucha; yo no daré un paso por informarme si es cierto lo que dice Higinio Oyarzun de que te reunías los jueves con un grupo de protestantes para rezar juntos, pero si sin ir a buscarlo alguien me lo demostrase, aun sintiéndolo mucho, hazte a la idea de que no nos hemos conocido, de que nuestros hijos no volverán a oírme una palabra de ti, antes prefiero, fíjate bien, que piensen que son hijos naturales, que con gusto tragaré ese cáliz, que decirles que su padre era un renegado. Sí, Mario, sí, estoy llorando, pero bueno está lo bueno, que yo paso por todo, ya lo sabes, que a comprensiva y a generosa pocas me ganarán, pero antes la muerte, fíjate bien, la muerte, que rozarme con un judío o un protestante. Pero ¿es que vamos a olvidarnos, cariño, de que los judíos crucificaron a Nuestro Señor? ¿Adonde vamos a parar por este camino, si me lo puedes decir? Y, por favor, no me vengas con historias de que a Cristo le crucificamos todos, todos los días, cuentos chinos, que si Cristo levantara la cabeza, ten por seguro de que no vendría a rezar con los protestantes, ni a decir que los pobres vayan a la Universidad, ni a comprar Carlitos a todos los vagos de Madrid, ni a ceder la vez en las tiendas, ni, eso fijo, a tirar lechazos a Hernando de Miguel por el hueco de la escalera. Tenéis un concepto muy pobre de Cristo, a lo que veo, querido. Yo no soy blanda, Mario, ni mucho menos, y si Cristo volviera, ten el convencimiento de que yo sacaría la cara por él aunque el mundo entero se me pusiese enfrente, no haría la de San Pedro, eso ya te lo aseguro, que, aunque mujer, no soy blanda, mira cuando acabó la guerra, el año del hambre, no creas que me eché atrás, que va, por los pueblos más cochambrosos en el coche del tío Eduardo, con gasógeno y todo, a ver, buscando de comer para mis padres. Yo doy el pego, Mario, te lo he dicho muchas veces, pero tengo más fibra de la que aparento.

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