N o entregarás a su amo un esclavo huido que se haya refugiado en tu casa. Tenlo contigo en medio de tu tierra, en el lugar que él elija, en una de tus ciudades, donde bien le viniera, sin causarle molestias, como la simple de la Doro "al señorito se le puede servir de balde", hablar por hablar, tú lo sabes, Mario, que al señorito le sirvo yo, que ella ni se entera, así es la vida, mira, lo que se dice ni un vaso de agua, que no deja de tener gracia, luego por Navidades o por mi santo unas propinazas absurdas, la verdad, sobre todo cuando me estás viendo a mi descalza, arañando el céntimo, pero tú eres así, hijo, ya se sabe, para algunas cosas, a lo grande. Tenías que oír a Valen, Mario, se troncha, fíjate, de la devoción de la Doro por ti, con el cuento ese de "nuestro señor", como si mentara a Jesucristo o poco menos, que aquí, para ínter nos, es muy cortita la pobre Doro, fiel y cariñosa a su modo, pero muy cortita, que yo no me explico cómo en el extranjero admiten a esta clase de gente, Mario, que se van a cientos, fíjate, cada vez más, a saber qué harán allí, según Valen los trabajos más rudos, los que hacen aquí, pongamos por caso, los animales, ya ves, tirar de los carros, y así, que cuesta trabajo creerlo, desde luego, aunque yo de esos extranjerotes cualquier cosa. Engañados es lo que van, que a esta gente zafia, que ni se han molestado en aprender a leer ni nada, les dices el extranjero y los ojos en blanco, fíjate, que hay mucho papanatismo todavía, Mario, y con tal de cambiar cualquier cosa, que no es oro todo lo que reluce, que luego están rabiando y deseando de regresar, ¡a ver!, que como en España en ninguna parte. Porque, después de todo, ¿qué se les ha perdido en el extranjero, como yo digo? El caso es cambiar y hacer el tonto, aprender lo que no deben, eso, que buenos están los tiempos y aunque te rías, Mario, algún día España salvará al mundo, que no sería la primera vez. Yo me río con Valen, es un sol de chica, el otro día me para y me dice: "Me voy a Alemania; es la única manera de tener cocinera, señorita y doncella", ya ves qué ocurrencia, que tú mismo reconoces que tiene sentido del humor y a juzgar por la otra noche debe de tener mucho, que me pusisteis nerviosa con tanto cuchicheo y tanto ji, ji, ji y ja, ja, ja, y eso todavía pase, pero cuando empezaste a disparar los corchos del champán contra las farolas, te hubiese matado, ¡qué espectáculo!, y que no es decir que fuese una reunión de tres al cuarto, Mario, que estaba allí la mejor gente. Bebiste de más, querido, que a mí eso me horroriza y no sería porque no te lo advirtiese, que me pasé la noche, "no bebas más, no bebas más", pero tú ni caso, que una vez que te embalas no hay quien te pare, menos mal que Valen es de fiar. A mí, desde luego, me chifla Valen, ¿no te gusta a ti, cariño? Gastará mucho en potingues, yo no lo niego, que Bene la tira a matar, pero la luce, no es como otras, que Valen se da mucho arte para arreglarse, sobre todo los ojos. ¿Sabías tú que a Valen la limpian el cutis en Madrid una vez por semana? Date cuenta, Mario, con las ganas que yo tengo, y la dejan estupenda, ésta es la verdad, que parece mentira que una cosa como el cutis sea tan agradecida; Luego el reflejo la cae muy bien, que hay a quien no le va, a mí por ejemplo, fatal, acuérdate, y luego, con esa estatura que se gasta, no me choca nada que la gente se vuelva a mirarla, que llama la atención en la calle, a mí me gusta ir con ella por eso. Convéncete, Mario, de las compañeras del Instituto, la única, que hay que ver las reunioncitas de fin de curso, cuánta inconveniencia, ni manejar los cubiertos de pescado saben, que si no fuera por Valentina yo qué sé. Y debe de estar podrida de dinero porque vas por la calle con ella y lo que la apetece, cualquier cosa, como te lo digo, ni mirar los precios, que es de generosa… Es un cielo, Valen, ¡yo la quiero! Y Bene dice que la del dinero es ella, que yo no me explico la suerte de Vicente, ¡qué bodaza!, que no es que él esté mal, entiéndeme, pero una chica del atractivo de Valen y encima con dinero, es una lotería. Bene, la directora, dice que su trabajo le costó a Vicente, y no me extraña, que cuando se conocieron en Madrid, Valen salía con un italiano, que también a los italianos hay que echarles de comer aparte, madre qué éxitos, que yo no lo comprendo, la verdad, más o menos como nosotros, latinos al fin y al cabo, y, si me apuras un poco, menos varoniles. ¿Te acuerdas cuando llegaron aquí durante la guerra? ¡Qué emoción, cielo santo, no lo quiero ni pensar! Todas las chicas despepitadas, a ver, la novedad, y te daban el pego, que mira luego en Guadalajara, que Valen dice que Mussolini eligió a los más altos y así, los de mejor facha, para propaganda, no sé. Desde luego, el batallón o lo que fuera, que llegó aquí armó la revolución, qué tipazos, que todo el mundo era a tirarles flores cuando desfilaban, vaya acogida, no se quejarán, que después, cuando lo de Guadalajara, cambió la decoración, menudo pitorreo, todo para que ahora salga ese bebé de Aróstegui, que no ha visto la guerra ni en pintura, con todo lo joven rebelde que sea, que eso de Guadalajara demuestra que los italianos son civilizados porque no son guerreros por más que Mussolini les disfrazara de soldados. Y el tonto de Moyano, que adelantaría más rapándose esas barbas asquerosas, que los italianos son el no va más, que allí donde van ponen el mingo, que hasta han conquistado París con sus suéters y sus zapatos, que así conquista cualquiera, ya ves, qué bobada. Es lo mismo que con la belleza de las italianas, que habrá de todo, supongo, como en todas partes, ahora que es natural que en el cine saquen lo mejorcito, no van a ser tontos, pero el gancho de las películas italianas, que a mí no me la dan, es lo que enseñan ellas, Mario, que son unas guarras, no me digas, que de otro modo, mira las peliculitas aquellas de después de la guerra, qué horror, niños piojosos y muertos de hambre, todas iguales, que a mí, francamente, el cine para divertirme, que bastantes preocupaciones tiene ya la vida. Y te lo digo y te lo demuestro, Mario, que a sinvergonzonería pocos les ganarán, que en este aspecto todos estamos al cabo de la calle, que a saber qué arte se darán, pero aquí, en la guerra, estragos, las cosas como son, claro que los alojaron en casas particulares y eso es peligroso si una no tiene unos principios bien sólidos. Ve ahí el caso de Galli Constantino y, como ése, a cientos y no te exagero. Galli llegó a casa como a terreno conquistado, sonriendo, muy tostado, con su bigotito como un hilo y los ojos tan claros… Como guapo era muy guapo, que una cosa no quita a la otra, una medalla, y, luego, tan simpático, "bambina" por aquí, "bambina" por allá, que yo era muy joven entonces, ya ves, el 37, una cría, pero me encantaba oírselo. Galli fumaba todo el tiempo y como entonces las chicas ni idea, eso a Julia y a mí, nos parecía muy varonil, una niñería, tú dirás, pero entre eso y el uniforme, y las medallas que había ganado en Abisinia, imagina, contra los negros, que ésa sí que tuvo que ser una guerra horrible, pues deslumbradas, a ver, lógico. Me acuerdo que muchas tardes me quedaba yo sola en casa con Galli, porque papá y mamá se iban a dar una vuelta y Julia tenía clase de violín, y me encantaba, y él me cogía las manos, sin mala intención, por supuesto, no te den celos, pero a mí se me ponía el corazón a cien, y me contaba cosas de Pisa y de Abisinia, y de sus hijos, Romano y Ana María como "los figlios" del Duce y me decía "bambina" y yo loca, que Transi, para qué te voy a contar, muerta de envidia, "preséntamele, hija, no seas egoísta". Lo único que me disgustaba de Galli, ya ves, antes de pasar lo que pasó, eran las cremas y los tarros del cuarto de baño, que mamá, pesadísima, la pobre, "¿dónde se ha visto un hombre con tantos potingues?", que Julia, chitón, y a papá, figúrate, le daba de lado, que a papá lo que le sacaba de quicio, era que Galli le hiciera saludar a la romana después del parte, cuando sonaban los himnos, imagínate papá, lo menos marcial del mundo, y, al acabar, Galli, "¡viva la España!" y "¡viva la Italia"!, que todos, viva, pero muy bajito, muertos de vergüenza, que era una juerga. Y una noche que Galli no estaba, que muchas noches ni venía a cenar, a saber dónde iría, buen pájaro estaba hecho, papá, "que le resultaba un poco teatral", que allí verías a Julia, yo no sé si estaría enfadada por otra cosa, cómo se puso, que teatral ¿por qué? que "se es o no se es" que yo no sé bien lo que quería decir pero a papá le dejó parado, la verdad, pero es que ni abrir la boca. El caso es que Julia y yo salíamos con Galli casi todas las tardes en el Fiat descapotable y luego Transi me daba la lata, "qué majo es; ¡ay hija! no seas así, preséntamele; no seas egoísta", pero yo ni caso, figúrate, conforme las gastaba Transi. Y Galli nos compraba helados y pasteles, y una tarde nos metió en una librería y compró una gramática italiana para las dos, yo qué sé el dinero, que Galli, aparte de generoso, tenía una buena cualidad, rara en un hombre, fíjate, nunca le vi enfadado, que inclusive cuando yo me reía porque él pronunciaba mal, él, tan terne, "¿per chè ride, bambina? ¿per chè?", y entrecerraba los ojos de unas formas que me volvía loca, no te enfades, Mario, que lo digo en buen plan. Fue una temporada regia, la verdad, a todas partes con el Fiat descapotable, toda la gente sudando, que fue cuando pensé, cuando me case, lo primero, un coche, ya ves si viene de atrás, porque papá era muy refractario y, aunque podía, nunca le dio por ahí, a saber, una manía como otra cualquiera, pero yo me dije, "cuando me case, lo primero un coche", ya ves qué ilusa, la que me esperaba, para que luego venga Encarna con que si te llevo o te traigo, para un capricho que he tenido en la vida, que te pones a ver y en esta casa no se ha hecho más que tu santísima voluntad, ni más ni menos. Fuera de los nombres de los chicos, la administración, los colegios y cosas así, yo un cero a la izquierda, no me vengas ahora, que lo que más me duele, Mario, es que por unos cochinos miles de pesetas, me quitaras el mayor gusto de mi vida, que yo no te digo un Mercedes, que de sobra sé que no estamos para eso, con tanto gasto, pero qué menos que un Seiscientos, Mario, si un Seiscientos lo tienen hoy hasta las porteras, pero si les llaman ombligos, cariño, ¿no lo sabías?, porque dicen que los tiene todo el mundo. ¡Cómo hubiera sido, Mario!, de cambiarme la vida, fíjate; no quiero ni pensarlo. Pero ya, ya, un automóvil es un lujo, una cátedra no da para tanto, me río yo, como si no supiera que los que te frenaban eran los de la tertulia, pero mira don Nicolás, consejos vendo y para mí no tengo, un Milquinientos, que es lo que yo digo, una cosa es predicar y otra dar trigo, que mucho igualdad y todas esas historias pero ya le ves a él, el cuento de siempre, que si tú te lo propones, un Gordini, a ver, y no quito ni tanto así, que oportunidades no te han faltado, mira Fito, en mejor plan no cabe, y aun sin recurrir a eso, Mario, porque tú escribes bien, todo el mundo lo dice, pero de unas cosas que no entiende nadie y cuando se entiende, peor, de una gentuza que hasta huele, desarrapados y muertos de hambre. Y eso a la gente, no, Mario, que la gente es muy avisada y no le gusta que le vayan con problemas, que bastantes tienen ya, que me he hartado de decírtelo. ¡Si vieses con qué ilusión te propuse lo de Maximino Conde! Contármelo Oyarzun y salir pitando fue todo uno, que llegué sin aliento, tú lo viste, total para nada, aunque no me negarás que era un argumento formidable, muy humano y así, quizá un poquitín verde, pero tampoco había necesidad de llevarlo al extremo, creo yo, nada de líos gordos, bastaba con enamorarle de la hijastra, ¿me comprendes?, y una vez que ella cede y, por así decir, se le entrega, a Maximino, o como se fuera a llamar en la novela, le haces reaccionar en decente y de este modo quedaba un libro inclusive aleccionador. Pero contigo, cariño, sobran razones, igualito que hablarle a una pared, "sí", "no", "está bien", ni notas, ni interés, ni escucharme siquiera, que esto es lo que peor llevo, que los hombres no sois más que unos soberbios, os creéis en posesión de la verdad y a nosotras ni caso. Y mal que os pese, de la vida entendemos las mujeres un rato largo, Mario, si sabré yo los libros que leen mis amigas, que tú siempre, "pocos serán", con ese desprecio, que no es que yo vaya a decir que sean muchos, que ni tiempo tenemos para leer el periódico, pero si quitas a Esther, los que leen no son de guerras, desde luego, ni sociales o eso, sino de pasiones y de amor, no falla. Y además es lógico, querido, que el amor es un tema eterno, métetelo en la cabeza, mira Don Juan Tenorio, eso no se pasa, no son modas de un día, que tú me dirás sin amor qué sería del mundo, ni existiría, a ver, natural, se le habría llevado la trampa.