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Sobre las tres Marta miró el reloj, y Jaime le preguntó si deseaba irse. Ella dijo que sí, y Jaime la miró a los ojos con una leve sonrisa y preguntó:

– ¿Tu casa o la mía?

– La tuya -dijo Marta, y un pequeño escalofrío de placer anticipado recorrió el cuerpo de él.

Salieron a la transparente noche. Él la cogió por la cintura; ella hizo lo mismo y anduvieron hasta el coche en silencio, viendo el brillo de las luces.

De pronto a Jaime le pareció ver algo extraño, pero familiar en la oscuridad. Era como un destello azul, ¿quizá verde?, de unos ojos femeninos que le reclamaban desde la noche profunda. Veía los ojos y oía unas palabras que no entendía, pero que le llamaban. Algo fuera de su control ocurría en su interior.

Tenía a su lado una hembra como pocas tuvo antes. Y la deseaba. Pero algo lo atraía hacia otra mujer. Era una obsesión.

«Como mariposa a la llama», le avisó su voz interna.

– Tonterías -murmuró.

– ¿Dices algo? -preguntó Marta.

– ¡Oh! Nada, mi amor. Que estoy feliz de estar a tu lado -contestó Jaime abriéndole la puerta del coche.

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