Литмир - Электронная Библиотека

– ¿Eran contrabandistas?

– Conspiraban. -El camarero se acodó frente a Biralbo y se acercó mucho a su cara, hablándole en voz baja, con sigilo teatral-. Algo de política. Burma era una sociedad secreta. Había armas aquí…

Sonó un timbre y el camarero cruzó el salón caminando como en contenidos pasos de baile hacia una puerta donde se había encendido la luz roja. El otro bebedor se descolgó lentamente de la barra del fondo y avanzó hacia la salida siguiendo una sospechosa línea recta. Sobre su cara se sucedían como fogonazos los tonos de la luz y de la penumbra. Era muy alto y sin duda estaba borracho, llevaba las manos hundidas en los bolsillos de un chaquetón de aire militar. No era portugués, tampoco español, ni siquiera parecía europeo. Tenía los dientes grandes y una barba recortada y rojiza, y la cara un poco aplastada y la peculiar curvatura de la frente le hacían parecerse de manera lejana a un saurio. Se paró ante Biralbo, meciéndose sobre sus grandes botas con hebillas, sonriéndole con aletargado estupor, con júbilo lento de borracho. Frente a la mirada de aquellos ojos azules la memoria de Biralbo retrocedió a los mejores días del Lady Bird, a los más antiguos, a la felicidad cándida y casi adolescente de ser amado por Lucrecia. «¿No te acuerdas de mí?», le dijo el otro, y él reconoció su risa, su acento perezoso y nasal. «¿Ya no te acuerdas del viejo Bruce Malcolm?»

31
{"b":"81771","o":1}