Verán.
Atzlán está surgiendo. En mí.
Con el dinero que consigamos vamos a producir nuestra propia versión de The Road to El Dorado, y esta vez diremos la verdad. Esta vez, las indias no serán putas que coquetean con los avariciosos españoles. Esta vez el sacerdote indio no será un salvaje que necesita ser rescatado. Esta vez el mundo sabrá lo que los españoles hicieron con nosotros. Esta vez hablaremos de veintitrés millones de personas exterminadas por los españoles. Esta vez se oirán las voces del noventa y cinco por ciento de los indígenas de México y Centroamérica asesinados como animales por los europeos. Nuestro holocausto resonará en cada nota tocada en el escenario, y yo seré su portavoz.
Cuicatl hablará.
Las canciones brotan en mi cabeza. Todos estos sentimientos. Empiezo a tararear, a cantar unas cuantas letras, me doy la vuelta y miro fijamente al techo. Canto tan fuerte como puedo. Nadie me oye. Puede que no sea tan malo. Quizá esté mejor sola, sin tener que preocuparme del delicado ego de un hombre como Gato. No me derrumbaré como Lauren. No me engañaré, como Sara. No pasaré la vida deseando un imposible, como Usnavys. Me quedaré aquí, en este espacio donde las palabras y las melodías me encuentran. Haré música. Nada cambió en mi corazón cuando llegó el dinero. Necesito fuerza para estar sola. Eran los hombres quienes vendían a las mujeres en el pasado azteca, ¿verdad? Había casi quinientos nombres masculinos en el censo azteca del siglo XVI y menos de cincuenta femeninos. Los hombres recibían sus nombres según las posibilidades de vida. Las mujeres en relación con otros hermanos -la primera, la segunda-, o bien tenían nombres como «mujercita». Me siento más ligera, como si por fin pudiera respirar.
Estoy contenta de cómo ha quedado el disco. Ha salido tal y como quería. Mola. No te das cuenta de lo que cuesta hacer un buen álbum. Podría haber gastado más dinero, mucho más dinero, lo haré con el próximo disco.
La compañía discográfica cumplió sus promesas. Han estado promocionando mi trabajo en Estados Unidos, en Latinoamérica -odio llamarla así-, y en Europa. He estado dando entrevistas los últimos dos meses, y ahora están empezando a salir. Me invitaron a tocar en el programa en directo de Regís y Kelly, y lo hice la semana pasada. La semana que viene salgo en el Tonight Show y en Saturday Night Live.
Voy a estar de gira los próximos doce meses, y quiero que el concierto no se me vaya de las manos. No tengo ni tiempo ni energía para echar de menos a Gato. Lloraré su pérdida en un par de canciones y punto.
La versión inglesa de mi primer sencillo (no quería grabar en inglés, pero Gato me convenció diciendo que sería la mejor manera de difundir nuestro mensaje) suena en KISS-FM en Los Ángeles y en las emisoras más importantes. Mi canción suena en MTV, y los chicos llaman y la piden en TR2. Grabé el video hace tiempo. No puedo creer que la versión final de este video se centre en los músculos de mi estómago, en mi cuerpo, en mis tetas, y en mis ojos, pero bueno. Al principio me cabreé mucho, pero Gato me tranquilizó y me recordó que en todo hay que hacer concesiones, que era el precio que tenía que pagar para tener control total después, que es el precio que pago para que el mundo escuche a mi gente.
No puedo ir al súper sin que me paren para pedirme un autógrafo, sin que alguien me diga que parezco más pequeña que en la televisión. Supongo que en la tele pareces más grande, y por eso a mi madre le gusta tanto, piensa que todo lo que ve allí es mejor que en la vida real. Por eso le gusto más ahora, porque por fin me ha visto por televisión. Es la primera vez que yo y mis ideas somos reales para ella.
El único sitio público donde puedo ir sin que me molesten es el West Side, donde casi todo el mundo es famoso y nadie le da importancia. Si voy a cualquier sitio al este del río de Los Ángeles, olvídate. Supongo que la mayoría de los chicos mexicanos no oyen en la radio los programas de rock mexica que me ponen verde, según Gato. Los chicos salen de sus Chrysler, me señalan, y gritan, será porque les gusto, ¿no? Me imagino que es el precio de la fama. Tuve que dejar de ir a bailar a Whittier Narrows, porque se me echaban encima y arruinaban la ceremonia. Probablemente fue lo que hizo que la gente del movimiento pensara que me había vendido, ahora que lo pienso.
Di mi primer concierto en Los Ángeles la semana pasada, y mi hermano vino a verme. Canté el primer sencillo en inglés, Hermano oficial mientras me observaba desde la primera fila. Estaba nervioso, pero creí ver un destello en sus ojos, el poder del águila surgiendo en él. Creo que hasta aquel momento no me conocía. Ahora sabe quién soy. Y empieza a darse cuenta de quién es él. Es indio. Un orgulloso hombre mexica. Es lo único que me importa. Predico para los que necesitan oír mi mensaje. Los convertidos pueden rechazarme, pero les daré más seguidores. Ya verán.
Enciendo el ordenador en mi oficina y abro el correo electrónico. Hay un mensaje de Frank, con todas las fechas de mi gira mundial. Todo está preparado. Miro las fechas y el nombre de las ciudades. Llevaré mi mensaje a más de treinta países. Se me pone la carne de gallina.
Le contesto a Frank:
– Todo perfecto, menos el treinta de mayo en Managua. No puedo ir.
Esa noche, se reúnen las temerarias.
Debería estar deprimida. ¿Por qué? Bueno, porque fue mi cumpleaños la semana pasada y ya estoy a un año de los treinta. No estoy casada, prometida o divorciada. No tengo niños.
Ahí está. Ah, y además están todos esos artículos sobre cómo las mujeres empiezan a ser menos fértiles a partir de los veintisiete, lo que significa que llevo dos años con óvulos de calidad menguante y no hay ni rastro de la posibilidad de ser madre.
Pero contra todo pronóstico nada de esto me deprime. Al contrario, soy feliz. Por primera vez en mi vida, creo, soy feliz. Ahora bien, aquellas que leáis habitualmente mi columna -con entusiasmo o reticencia, no me importa mientras la leáis- pensaréis que soy feliz por mi nuevo ligue. Y es verdad, ha mejorado mi vida. Pero la causa fundamental de mi felicidad es que me he dado cuenta de que ya tengo lo que he estado buscando todos estos años. Y lo he tenido durante una década.
Me refiero a la familia. Ya sabemos que aquella en la que nací no era muy buena. Y que he tenido mala suerte para encontrar al hombre ideal para formar una propia. Pero he estado muy ciega para darme cuenta de que las mujeres que han sido mis amigas durante los últimos diez años son mi familia. En todos los sentidos importantes, son la amorosa, loca, creativa, divertida y vivaracha familia que siempre he querido tener.
Cuando empiezo a dudar de mí misma, cuando el doloroso pasado vuelve a tirar de las perneras de mis pantalones, son mis amigas -no mi madre, ni mi padre, ni mis novios, ni mis jefes- las que me respaldan. Son las que me recuerdan que soy guapa. Son las que me ayudan a ver las cosas con perspectiva.
Cuando empiezo a sentirme vieja y me desespero pensando que nunca tendré familia, son mis chicas las que salen al paso y me dicen alto y claro: «Ya tienes una».
De «Mi vida», de LAUREN FERNÁNDEZ