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Frank ya está sentado en la oficina de Joel cuando llego; no parece la misma persona. Sólo lo conozco con el atuendo mexica. Hoy lleva un conservador traje azul y una llamativa corbata de diseño. Tiene la misma mirada intensa, pero al verle así, las piernas cruzadas como si nada, la perilla recortada y gafas metálicas, nadie diría que es un bailarín azteca. Mi demo suena en el equipo. Ambos se levantan para saludarme. La asistente de Joel, Mónica, una rubia alta con un collar con la bandera venezolana, surge de la nada. Está preocupantemente delgada y lleva unos pantalones ceñidos y un top debajo de una camisa blanca y transparente.

– ¿Desea café o té? -me pregunta en español.

– No, gracias.

– ¿Agua?

– Está bien.

Mónica sale envuelta en una nube de perfume dulzón. Joel se levanta y pasea por la habitación. El despacho es grande y elegante, con dos sofás de cuero blanco, pinturas al óleo, y un gran ventanal tras la mesa de Joel. En una de las paredes hay una enorme pantalla negra y un equipo de música que parece tremendamente sofisticado. Otra está cubierta de discos de oro y platino enmarcados. Pequeños y potentes altavoces cuelgan de cada esquina. La música está muy alta. Tenemos que gritar para oírnos. Joel mueve la cabeza, al ritmo de la canción, una cumbia con toques reggae mezclada con metal, y el grave sonido de un bajo imitando el latido de un corazón. Madre oscura. Es una de mis favoritas.

– So -dice Joel en inglés.

Me alegro de que no hable en español. Me defiendo, pero no me siento cómoda como para negociar.

– Amber.

– Cuicatl -lo corrijo.

– Es verdad, me lo ha contado Frank -dice con una sonrisa irónica.

Junta las yemas de los dedos:

– Kwee… ¿Cómo se dice?, Kwee-cah-tel.

– Cuicatl. Cuesta un poco acostumbrarse.

Mónica vuelve con el agua y un vaso con hielo. No un vaso, sino una copa de cristal soplado azul con burbujitas, como los de México.

– Vamos al grano, Joel -dice Frank con frialdad-. No perdamos más tiempo.

Le hace una señal para que baje la música.

Me impresiona su actitud. En nuestros encuentros mexica siempre es cortés, casi apocado.

– Joel quiere contratarte -me dice-. El sello está entusiasmado contigo. Les gusta tu música. Quieres llegar al mejor acuerdo posible, porque vas hacer que esta compañía gane millones de dólares si te contratan, ¿no?

– Sí -digo, aunque no estoy segura de estar de acuerdo.

Joel mira a Frank con una mezcla de respeto e irritación.

– Hemos estado hablando unos minutos, y creo que podremos llegar a un acuerdo -añade Frank.

– Estoy seguro -dice Joel con una mirada algo dolida.

– Lo que he propuesto está explicado aquí, Cuicatl -dice Frank acercándome una gruesa carpeta.

– Le he dado otra a Joel. Es muy sencillo. Ésta no es la única discográfica interesada, y él lo sabe. He incluido datos de mercado y de demanda, y algunas cifras de ventas de artistas similares a nivel mundial. Lo que pedimos, en este contexto, es razonable. Joel lo sabe. Queremos unirnos al sello que más apoyo y recursos ofrezca. He detallado lo que necesitamos tanto en anticipo como en presupuesto de promoción, y otros puntos relativos al tratamiento del artista como compositor, intérprete y productor. Me gustaría que nos tomáramos unos minutos para analizar los números y ver lo que opinamos.

Joel abre su carpeta, lee durante unos minutos y pulsa el botón del interfono. Marca una extensión de cuatro dígitos y cuando un tipo contesta, empieza a hablar en un nervioso español. Le pide que venga inmediatamente a repasar la propuesta.

Gustavo Milanés, el presidente del sello, se persona. Es más joven de lo que imaginaba, alto, con el pelo corto y rizado y gafas grandes. Me da la mano y me dice que ha oído hablar muy bien de mí. Los hombres retocan unos números, discuten sobre otros, todo en español. Transcurre una hora sin que yo abra la boca. Cada vez que la demo termina, Joel Benítez coge el mando a distancia y vuelve a ponerla hasta que me harto de oírme.

Los ejecutivos empiezan a lanzar sugerencias que me ponen enferma: que utilice mi antiguo nombre, que suene un poco más pop, que me quite el anillo de la nariz, que me aclare el pelo.

Frank los corta de raíz.

– Es perfecta como es. Deben saber lo que tienen aquí. ¿Han visto cuántos jóvenes asisten a sus conciertos? Hay colas que dan la vuelta a la manzana; eso sin promoción. ¿Entienden la demanda que hay de una artista así? No hay nadie como ella ahí fuera. El material está listo, ha grabado seis compactos por su cuenta. Es un proyecto sencillo, sin riesgos. Ustedes lo saben y yo lo sé. Avancemos.

Más charla en español. Remiten las náuseas.

Al final, Frank dice que él está de acuerdo con la propuesta y sus modificaciones. Joel sugiere reunimos la próxima semana para firmar el contrato. Frank es inflexible, debemos hacerlo ahora.

– Pensé que eran serios, caballeros -dice.

Joel comenta algo sobre la aprobación del director financiero de la compañía. Frank le devuelve el golpe diciendo que deben haber discutido el tema y establecido ciertos límites, y que la oferta debe estar dentro de los márgenes de lo previsto y aprobado.

– Tenemos otras propuestas -empieza a recoger sus papeles-. Vamos, Cuicatl.

Joel y Milanés susurran un instante. Entonces Milanés dice que enseguida vuelve con un contrato.

– Tardaré una hora, puede que algo más -dice.

Frank dice que está bien. Esperamos. Por un instante me pregunto si puedo confiar en Frank. Realmente no le conozco. Pero es mexica. No tengo motivos para dudar de él.

Nos entregan el contrato al cabo de dos horas. Miro a Frank, y me vocaliza en náhuatl «Confía en mí».

Firmo.

Joel firma.

Milanés firma.

– Me gustaría dar una rueda de prensa la semana que viene -dice Joel-, para anunciar la firma. Deberíamos salir en abril. Es precipitado, pero estás preparada. Podemos empezar comercializando tus grabaciones caseras, pero quiero que las pulas un poco.

– Tendrás tu primer cheque en seis semanas -me dice Joel. Su actitud ha cambiado, y está claro que es él, no Frank, quien manda ahora-. Por esta cantidad -y puntualiza-: Utilízalo para cualquier gasto de mezclas o producción, y para las nuevas canciones que quieras grabar.

Señala una cifra enterrada entre la abundante letra pequeña del contrato. Me quedo boquiabierta y Frank se ríe. Hago un cálculo rápido. Hablamos de millones. Habría salido de allí feliz con cien mil.

– Es para cubrir tus gastos, claro, pero fundamentalmente para producir tu primer álbum, que saldrá a finales de marzo, previa distribución de copias promocionales con la mayor antelación posible. No lo malgastes. Parece mucho, pero tendrás que pagar todo tú misma, el alquiler del estudio, la producción, los aparatos, las mezclas, los músicos. Todo menos la promoción, que empezaremos desde ahora mismo -me explica Joel.

Miro fijamente la cifra.

– Si entregas el disco a tiempo -prosigue- recibirás el resto.

Señala otra cifra: más millones. Me quedo helada de nuevo. Los ojos de Frank brillan y despliega la poderosa y ancestral sonrisa de nuestra gente.

– Además -continúa Joel-, obtendrás un porcentaje adicional por cada disco vendido, y por las canciones que se pongan en la radio, como compositora, artista y productora ejecutiva. Y por supuesto, cualquier beneficio derivado de la gira promocional de proyección internacional. Hemos acordado invertir mucho en promoción, así que supongo que te conocerán bien en Latinoamérica, España y en el mercado hispanohablante de Estados Unidos. Asia es una posibilidad para este tipo de música. Siempre lo es. Los derechos extranjeros son otro asunto, pero Frank se asegurará de conseguir un buen acuerdo. ¿No, Frank?

Frank asiente.

– Eh, Cuicatl, sé que no querrás grabar un single en inglés. Pero piénsatelo. Cada vez colaboramos más con Wagner. Tu música tiene el doble potencial -dice Joel.

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