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Julia tomó a su padre del brazo para acompañarlo hasta su habitación.

– Tienes mala cara, duerme y mañana habrás recuperado las fuerzas.

Anthony no quiso tumbarse en la cama. La butaca junto a la ventana le bastaba.

– ¿Sabes? -dijo sentándose-, tiene gracia, todos encontramos buenas excusas para no permitirnos amar, por miedo a sufrir, por miedo a que un día nos abandonen. Y, sin embargo, cuánto amamos la vida, pese a saber que algún día nos abandonará.

– No digas eso…

– Deja de proyectarte en el futuro, Julia. No hay platos rotos que reparar. Sólo hay cosas que vivir, y nunca ocurre como uno había previsto. Pero lo que puedo decirte es que la vida pasa a una velocidad de vértigo. ¿Qué haces aquí conmigo en esta habitación? Vete, ve a caminar tras los pasos de tus recuerdos. Querías hacer balance, así que vete, vete corriendo. Hace veinte años estabas aquí, ve a recuperar esos años mientras aún estás a tiempo. Tomas está en la misma ciudad que tú esta noche, ¿qué importa que lo veas o no? Respiráis el mismo aire. Sabes que está aquí, más cerca de ti de lo que lo estará nunca. Sal, párate bajo cada ventana iluminada, levanta la cabeza, pregúntate qué sientes cuando creas reconocer su silueta tras una cortina; y si piensas que es él, grita su nombre desde la calle, te oirá, bajará o no, te dirá que te ama o que te largues para siempre, pero al menos sabrás a qué atenerte.

Rogó a Julia que lo dejara solo. Ésta se acercó a él, y Anthony sonrió.

– Siento mucho haberte asustado antes en el bar, no debería haberlo hecho -dijo con un tonillo de falso remordimiento.

– No irás a decirme que has simulado ese malestar…

– ¿Crees que no eché de menos a tu madre cuando empezó a perder la memoria? No eres la única que perdió a quien amaba. Viví cuatro años a su lado sin que ella tuviera la más mínima idea de quién era yo. ¡Y ahora vete, corre, es tu última noche en Berlín!

Julia fue a su habitación y se tumbó en la cama. Los programas de televisión no tenían ningún interés, las revistas que había en la mesita baja estaban todas en alemán. Se levantó y se decidió por fin a disfrutar de la cálida temperatura nocturna. Para qué quedarse en la habitación, mejor ir a pasear por la ciudad y aprovechar esos últimos momentos en Berlín. Rebuscó en su maleta para encontrar un jersey; en el fondo, su mano rozó el sobre azul que en el pasado había escondido entre las páginas de un libro de historia guardado en la estantería de la habitación de su infancia. Miró la letra manuscrita y se guardó la carta en el bolsillo.

Antes de salir del hotel, volvió al último piso y llamó a la puerta de la suite donde descansaba su padre.

– ¿Has olvidado algo? -preguntó Anthony al abrirle.

Julia no contestó.

– No sé adonde vas, y seguro que es mejor así, pero no te olvides de que mañana a las ocho te estaré esperando en el vestíbulo. He reservado un coche, no podemos perder ese avión, tienes que llevarme de vuelta a Nueva York.

– ¿Crees que algún día se deja de sufrir por amor? -preguntó Julia en el umbral de la puerta.

– ¡Si tienes suerte, nunca!

– Entonces, me toca a mí pedirte perdón; debería haber compartido esto contigo antes. Me pertenecía y quería tenerlo sólo para mí, pero te concierne a ti también.

– ¿De qué se trata?

– De la última carta que me escribió mamá.

Se la tendió a su padre y se marchó.

Anthony contempló a su hija alejarse. Su mirada se posó en el sobre que le había entregado. En seguida reconoció la letra de su mujer, respiró profundamente y, sintiendo un peso en los hombros, fue a sentarse en una butaca para leerla.

Julia:

Entras en esta habitación, tu silueta se recorta en este rayo de luz que inventa la puerta que entornas. Oigo avanzar tus pasos hacia mí. Conozco bien los rasgos de tu rostro, a veces busco tu nombre, conozco tu olor familiar, puesto que me sienta bien. Sólo esa fragancia especial me aleja de esta inquietud que me atenaza desde hace tan largos días. Debes de ser esa muchacha que viene a menudo al caer la tarde, entonces la noche debe de estar cerca puesto que avanzas hasta mi cama. Tus palabras son dulces, más tranquilas que las del hombre del mediodía. A él también lo creo cuando dice que me ama, puesto que parece querer que esté bien. Sus gestos son los que son dulces; a veces se levanta y va hacia la otra luz que domina los árboles al otro lado de la ventana; a veces apoya la cabeza en ella y llora por una pena que yo no entiendo. Me llama por un nombre que tampoco conozco pero que vuelvo a hacer mío cada instante, sólo para complacerlo. Tengo que confesarte que cuando le sonrío al llamarme por ese nombre lo noto como más despreocupado. Entonces le sonrío también para agradecerle el haberme alimentado.

Te has sentado junto a mí, en el borde de la cama. Sigo con la mirada los dedos finos de tu mano, que acarician mi frente. Ya no tengo miedo. No dejas de llamarme, y leo en tus ojos que tú también quieres que te dé un nombre. Pero en tus ojos ya no hay tristeza, por eso me gusta tu visita. Cierro los míos cuando tu muñeca pasa por encima de mi nariz. Tu piel huele a mi infancia, ¿o era la tuya? Eres mi hija, amor mío, ahora lo sé, y durante algunos segundos más todavía. Tantas cosas que decirte y tan poco tiempo. Quisiera que rieras, mi vida, que corras a decirle a tu padre, que va a esconderse a la ventana para llorar, que no llore más, que lo reconozco a veces, dile que sé quién es, dile que recuerdo cómo nos hemos amado puesto que lo amo de nuevo cada vez que viene a verme.

Buenas noches, mi amor, aquí duermo, y espero.

Tu madre

20

Knapp los estaba esperando en recepción. Tomas lo había llamado al salir del aeropuerto para avisarle de su llegada. Después de saludar a Marina y abrazar a su amigo, los llevó a los dos a su despacho.

– Qué bien que estés aquí -le dijo a Marina-, me vienes de perlas para resolverme un problema. Vuestro primer ministro está de visita en Berlín esta noche, y la periodista que debía cubrir el acontecimiento y la fiesta de gala ofrecida en su honor se ha puesto enferma. Tenemos tres columnas reservadas en la edición de mañana, así que tienes que cambiarte de ropa y marcharte ahora mismo. Necesitaré tu artículo antes de las dos de la madrugada, para que pueda enviarlo al corrector. Tiene que estar en las rotativas antes de las tres. Siento mucho interferir en vuestros planes si es que teníais alguno para esta noche, ¡pero es urgente, y el periódico es lo más importante!

Marina se levantó, se despidió de Knapp, besó a Tomas en la frente y le murmuró al oído «Arrivederci, tontorrón», antes de marcharse.

Tomas pidió disculpas a Knapp y corrió a alcanzarla en el pasillo.

– ¿No irás a obedecerlo sin rechistar? ¿Y qué hay de nuestra cena íntima?

– ¿Y tú, acaso no lo obedeces tú sin rechistar? ¿Recuérdame a qué hora salía tu avión para Mogadiscio? Tomas, me lo has dicho mil veces, la carrera es lo primero, ¿no? Mañana ya no estarás aquí, y Dios sabe durante cuánto tiempo. Cuídate. Si los vientos nos son propicios, nuestras vidas terminarán por volver a cruzarse en una ciudad o en otra.

– Coge al menos las llaves de mi apartamento, ven a escribir tu artículo en casa.

– Estaré mejor en el hotel. Difícilmente creo que pueda concentrarme, la tentación de visitar tu palacio sería irresistible.

– Sólo hay una habitación, ¿sabes?, se ve todo en un momento.

– Desde luego eres mi tontorrón preferido, estaba hablando de darte un revolcón, idiota. Habrá que dejarlo para otra vez, Tomas, y si cambio de opinión, me encantará despertarte llamando a tu puerta. ¡Hasta pronto!

Marina le dirigió un ciao con la mano y se alejó.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Knapp a Tomas cuando éste volvió al despacho y cerró con un sonoro portazo.

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