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Dejó el huevo en la cama con manos temblorosas. Debería haberse dado cuenta la primera vez que no estaban en casa. Debería haberlo aceptado como el destino. Ella no era tan importante como los demás, pero había sido la pieza incompleta de un rompecabezas acabado, y le había preocupado mientras estaba viva. Pero Laura estaba muerta, muerta desde hacía mucho tiempo, y fuera de su alcance.

Prendió la mecha, esta vez no para castigar ni para celebrar, sino para ocultarse.

Viernes, 1 de diciembre, 3:15 horas

Reed supo el momento en que ella se despertó. Acurrucada contra él, su cuerpo tenso se estiró y se arqueó otra vez contra él.

– Hola -susurró Mia.

Reed tenía la cara hundida en la grácil curva de su hombro y la mano ocupada en el cálido y húmedo calor de su entrepierna.

– ¿Te he despertado? -preguntó el teniente.

Mia jadeó cuando el pulgar de Reed encontró su punto más vulnerable.

– Me preguntaba cómo manejarías esto -dijo ella-. Me refiero, dado el conjunto… -Mia se estremeció contra él de manera brusca-. Destreza, jolín.

– Me las arreglo bien -dijo, acariciándola y disfrutando de la sensación de su cuerpo arqueado-. Me he despertado y volvía a tener ganas de ti.

Se había despertado con ganas de tocarla y su corazón se había calmado cuando sus manos habían tocado la piel de Mia en lugar de aire.

Mia intentó darse la vuelta, pero Reed la sostenía con fuerza en su sitio.

– No. -Colocó la pierna de ella otra vez sobre su cadera-. Déjame a mí. Déjame. -Ella se rindió por completo, gimiendo cuando Reed se hundió en ella-. Déjame, Mia.

Lo cogió por el cuello mientras hacía trabajar sus caderas como pistones.

– Te dejo.

Y lo dejó. Lo dejó hacer todo, respondiendo con una intensidad que le hizo sentirse como si hubiera conquistado un continente. Aquella vez no fue distinto y se corrió de manera formidable alrededor de él, arrastrando a Reed a su propio clímax con tanta fuerza que se preguntó si se le pararía el corazón. Yacían jadeantes y su risa llenaba la habitación.

– Me has despertado.

Reed le dio un beso perezoso en un lado del cuello.

– ¿Debo disculparme?

– ¿Sientes que debes?

– No.

Mia volvió a reír, esta vez más flojo.

– Entonces no te disculpes.

Reed la abrazaba, acariciándole todo el muslo, cuando notó el moretón del brazo en la tenue luz procedente de la farola de la calle. Encendió la luz, asustado.

– ¿Yo te he hecho esto?

– ¿Qué? ¡Ah, eso! No. Me tropecé con algo cuando salía esta noche de la oficina.

– Bien. No pretendía ser rudo contigo.

– No lo has sido. Ha estado bien. -Suspiró, satisfecha-. Creo que ambos teníamos muchas necesidades acumuladas. No hacía seis años, pero para mí también hacía mucho tiempo.

Había estado comprometida. De repente, él necesitó saber por qué no había seguido adelante.

– Mia, ¿por qué no te casaste?

Se quedó callada tanto tiempo que Reed pensó que no le iba a contestar. Se estaba maldiciendo a sí mismo por haber preguntado cuando ella suspiró, esta vez pensativa.

– Quieres saber más sobre mi ex.

– Lo que en realidad deseo saber es por qué has dicho que no querías querer esto. -La besó en el hombro, bajando un poco el tono-. Eres muy buena en esto.

Pero su inflexión seductora no la animó.

– El sexo nunca ha sido un problema para mí, Reed. Guy nunca se quejó de eso.

Entonces se llamaba Guy. Un nombre francés. No veía a Mia con un tipo francés llamado Guy. No era de esas mujeres de rosas y romanticismo. Sin embargo, notó que lo asaltaban los celos y los apartó de su cabeza. Al fin y al cabo Guy se había ido.

– ¿De qué se quejaba entonces?

– De mi trabajo, de las horas que me ocupaba. -Hizo una pausa-. Su madre también se quejaba. Ella no creía que fuera lo bastante buena para su niño.

– Suele pasar con las madres.

– ¿Tu madre creía que Christine era lo bastante buena para ti?

Recordaba su relación con cariño.

– Sí, sí lo creía. Christine y mamá eran amigas. Iban a comprar y a comer juntas y todas esas cosas.

– Bernadette y yo nunca tuvimos ese tipo de relación. -Mia suspiró-. Conocí a Guy en una fiesta. Estaba fascinado con mi trabajo. Todo eso del CSI y tal. Y yo me interesé en el suyo.

– ¿A qué se dedicaba?

Se puso boca arriba y levantó la mirada hacia él.

– Era Guy LeCroix.

Reed tuvo que admitir que estaba impresionado.

– ¿El jugador de hockey? -LeCroix se había retirado la temporada anterior, pero había sido un mago en el hielo-. ¡Uau!

Los labios de Mia se curvaron en media sonrisa.

– Sí. ¡Uau! Tenía asientos justo detrás del banquillo. -La sonrisa se desvaneció-. Le gustaba presentarme como su novia, la poli de Homicidios.

– Entonces, ¿por qué te comprometiste con él?

– Me gustaba de verdad. Guy es un buen tipo y mientras jugaba, las cosas iban bien. No estaba en casa lo suficiente como para exigirme nada. Luego se retiró y las cosas cambiaron. Quería que nos casáramos y yo me dejé arrastrar por su estela. Luego se metió por medio Bernadette. Tenía ideas muy concretas sobre cómo tenían que ser las bodas y las esposas.

– Deduzco que no encajabas en sus requisitos.

– No -dijo Mia con sarcasmo-. Además, yo había cancelado demasiadas pruebas para mi vestido y a Bernadette le dio un berrinche. Lo descubrí la noche siguiente cuando Guy me llevó a ese restaurante tan pijo del centro con manteles de lino, copas de cristal y camareros que aguardan para atenderte.

Mia hizo una mueca. Odiaba ese tipo de sitios. Reed le acarició la barbilla con el pulgar.

– ¿Y?

– Y Guy me informó de que yo había cancelado el setenta y tres por ciento de las citas que su madre había establecido para la boda; entonces él se puso severo y añadió que yo había roto el sesenta y siete por ciento de nuestras citas. Resultaba revelador que nuestras citas fueran secundarias. Además, insistió en que yo «mejorase mi rendimiento». Sí, creo que así es como lo dijo.

– ¿Y te dio algunos consejos de entrenador sobre cómo debías hacerlo?

Los labios de Mia dibujaron una sonrisa divertida.

– Por supuesto. -Otra vez su sonrisa volvió a desvanecerse-. Pero en esencia era que yo tenía que pedir el traslado a otro departamento. O mejor aún, dejarlo por completo. Además, no podría trabajar cuando me quedara embarazada. -Clavó en Reed una mirada desafiante-. Yo había sido sincera con eso todo el tiempo, yo no quería niños. Pero Guy se olvidó convenientemente de ese hecho o pensó que podría convencerme para que cambiara de idea. Yo le refresqué la memoria y tuvimos una riña monumental. Y cuando se acabó, le devolví el anillo. Él no creía que yo lo haría en un lugar público como aquel en medio de la porcelana y la mantelería de lino.

Reed se sintió orgulloso de la postura de Mia.

– Estaba equivocado.

– Sí, pero le hice daño. Yo no quería hacerle daño ni era mi intención hacérselo, pero se lo hice. Él quería un hogar y una esposa y al final lo que tenía era una policía de Homicidios.

Era demasiado para que ella cambiara, pero Reed sintió lástima por LeCroix.

– Debería decir que lo siento.

Mia hizo una mueca.

– ¿Lo sientes?

Reed recorrió con la yema de un dedo la parte más plena de los pechos de Mia, vio cómo la areola se arrugaba y los pezones se ponían duros. Tenía unos senos increíbles.

– No -dijo con voz ronca.

Como reacción, los ojos de Mia se oscurecieron.

– Entonces no lo sientas. Además creo que Guy sintió menos la ruptura que Bobby.

«Ah». Ahora estaban llegando a alguna parte.

– Bobby. Tu padre.

Mia esbozó una sonrisa crispada.

– Mi padre. Le gustaba la idea de tener a Guy LeCroix como yerno. Creo que en su mente era lo mejor que había hecho en mi vida.

Reed frunció el ceño ante la amarga hostilidad que reflejaba la voz de Mia.

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