– Mia, vete a casa. -Hizo una mueca-. A tu casa no. A la de Reed, con esa, como se llame.
– Lauren. -Señaló a Burnette, que se había parado en la salida de Homicidios, con los hombros caídos-. Ve a ayudarlo, Marc. Te veré mañana.
Jueves, 30 de noviembre, 20:05 horas
– La cena ha sido fantástica, Kristen. -Mia le sonreía a la sucia carita de Kara Reagan, mientras Kristen luchaba por quitarle una capa de salsa de espagueti sin lastimar la delicada piel de su hijita-. A ti también te ha gustado, ¿verdad, preciosa?
Kara saltó al regazo de Mia con una mirada pilla en los ojos.
– Helado de nata, ¿por favooooor?
Mia se rio. Quería a aquella niña como si fuera suya. Mia jugueteó con uno de los rizos pelirrojos de Kara.
– Tienes que pedírselo a mamá.
– Mamá ha dicho que no -intervino Abe; tenía mejor color, pero aún estaba muy delgado-, pero papi y Kara esperan que, como tía Mia está aquí, mamá cambie de opinión.
Kristen soltó un suspiro melodramático.
– Dos contra uno. Cada noche se confabulan contra mí. Te he preparado la habitación de invitados, Mia. Te quedarás aquí esta noche.
Kara empezó a dar brincos.
– Quédate -le exigió depositando un húmedo beso en la mejilla de Mia.
Kristen levantó a la niña del regazo de Mia.
– Es la hora del baño, niña, y luego a la cama. Dile buenas noches a tía Mia.
Kara la besó ruidosamente en la otra mejilla, luego Kristen se la llevó, mientras las dos cantaban una cancioncilla tonta para la hora del baño y Kara pronunciaba las palabras con un encantador ceceo.
– Tienes salsa en las mejillas -dijo Abe en tono burlón y Mia se la limpió.
– Valía la pena. -Sonrió con nostalgia mientras Kara se iba, agradecida de que la niña nunca tuviera que preguntarse si sus padres la querían-. No veo cómo Kristen consigue resistirse a ella.
– Es un caramelito. No dejes que la idea te haga perder los papeles. -Abe volvió a sentarse en su silla-. No vas a quedarte aquí esta noche, ¿verdad?
– No, pero no se lo digas a Kristen hasta que me haya ido. Ha amenazado con atarme.
– Por favor, dime que no te vas a casa.
Mia puso los ojos en blanco.
– Solliday tiene un adosado. Voy a usar el otro lado. Tengo mi propia habitación, mi propia cocina y mi propia entrada privada.
Abe movió los labios.
– ¿Y tu propio túnel que conecta con el otro lado para la cita a medianoche?
Mia chasqueó la lengua. Abe se rio y Mia supo que Aidan había largado sobre el abrazo de la oficina.
– Tu hermano es un bocazas. No fue nada.
– Aidan siempre ha sido un bocazas -se desternilló Abe-. Deberías verte la cara. Está más roja que la de Kara llena de salsa de espagueti.
Mia le arrojó una servilleta.
– Y pensar que te he echado de menos.
– Pronto volveré. Otra vez al curry y al sushi y a las delicias vegetarianas.
Entornó los ojos a propósito mirándolo fijamente.
– Solliday me deja elegir.
– ¿Elegir qué? -preguntó Abe con una sonrisa y Mia sintió que aún se sonrojaba más. Abe se inclinó hacia atrás, y puso una cara seria-. Me dirás si él… si tú necesitas ayuda.
– ¿Qué? Si se porta mal conmigo, ¿le darás una paliza?
– O algo parecido.
Lo decía en serio y a Mia le llegó al alma.
– Aparte de ser algo mandón, es un caballero, pero me saca de quicio intentando siempre ser más listo que nadie.
– Parece que lo ha logrado. -Abe se encogió de hombros cuando Mia hizo una mueca-. Ahora mismo no estás en tu apartamento. Me parece que eso es una ventaja. Tal vez pueda conseguir que te mudes.
Mia lo miró fijamente.
– ¿Tú también? Abe, es mi casa. Tú no venderías esta casa. Si me mudara cada vez que vuelvo loco a un tipo malo, sería una nómada en una jodida tienda.
– Esto es más que un tipo malo. ¿Qué está haciendo Spinnelli para frenar a Carmichael?
– ¿Qué puede hacer él? Ella no dijo que era mi dirección. Dijo que se hicieron unos disparos y que yo era el blanco. Deja que el lector lo deduzca. No quebranta ninguna ley.
– Mia, ¿cómo sabía Carmichael dónde encontrar a Getts y a DuPree?
– Dijo que se lo había contado una de sus fuentes.
– ¿Y si ella es la fuente?
– ¿Quieres decir que ella podría haber estado allí la noche en que te dispararon? -Abe asintió y ella pensó en la posibilidad-. Pudo haberlos seguido entonces, pero eso significaría que ella sabía dónde estaban todo el tiempo y no dijo nada.
– Eso significaría que esperó hasta el día en que tú volviste para compartir la información.
Mia oía cómo se resquebrajaba su paciencia.
– ¡Maldita sea! Quería la historia en la que yo los apresaba y yo le di la mitad de lo que quería cuando detuve a DuPree.
– Y eso fue una noticia de primera plana cuando lo hiciste. No confíes en ella, Mia.
– Mierda. -Se puso de pie con las piernas temblorosas-. Ha sido un día de mierda lo mires por donde lo mires.
– Quédate un poco más. Pareces cansada.
Mia parpadeó con esfuerzo.
– Estoy cansada, pero tengo que repasar los expedientes de Burnette. No tenemos… -Vaciló, luego se encogió de hombros y usó las propias palabras de Burnette-. No tenemos una puñetera mierda en cuanto a pruebas materiales se refiere. Hemos de encontrar algo que lo relacione.
– Pero si no sabes su verdadero nombre, entonces ¿qué estás buscando? -preguntó Abe.
La detective se frotó la frente dolorida.
– Intentas enredarme con juegos de lógica -gruñó Mia-. Dormiré un poco y luego seguiré con los expedientes.
Se encaminó hacia la puerta principal. Abe la siguió, moviéndose despacio pero con firmeza.
– Pásame algunos. Puedo ayudarte.
Mia se encogió de hombros ya con el abrigo puesto, haciendo un gesto de dolor en dirección a su hombro. Tendría suerte si Burnette no le había dejado un moretón.
– Estás inválido, colega.
– Puedo sentarme y leer. Me voy a volver loco aquí todo el día. -Ladeó la cabeza-. ¿Por favooor?
Mia se echó a reír.
– Ahora sé a quién ha salido Kara. Si Spinnelli lo aprueba, considérate contratado. Lo llamaré mañana. Dale las gracias a Kristen por la cena y dale un beso a Kara de mi parte.
Mientras se alejaba de su casa, Mia lo vio de pie en la ventana, mirando, tal como Dana la había mirado alejarse la noche anterior. Una vez más, sintió un desagradable sentimiento de celos mezclado con resentimiento, pero no sentía resentimiento ni hacia Abe ni hacia Dana, en realidad no. Era la intimidad que tenían con sus familias. Podía admitirlo para sí. Era el llegar al hogar y encontrar una casa ruidosa, con gente que te amaba por encima de todo. Era el no tener que avanzar sola.
E incluso a pesar de que el lugar había cambiado, estaría sola aquella noche. Se quedaría en casa de Lauren, mientras la familia de Reed se reunía en el otro lado. Pensó en su propia familia; Kelsey en la cárcel, su madre… después del funeral no habían hablado. Annabelle le había ordenado que no volviera, lo cual no era difícil de obedecer. Pensó en la rubia misteriosa, se pregunto quién era y si tenía familia. Si se llevaba bien con su madre.
Aún tenía que comprobar aquellos números de matrícula. Cuando todo se calmase, los comprobaría. «Cuando todo se calme. Cuando todo se aposente». Eran las palabras que usaba para aplazar las cosas. Para aplazar la compra de nuevos muebles, para pintar su dormitorio, para evitar mudarse a casa de Guy cuando se lo pidió, para casarse con él… Cuando todo se aposente…
«¿Y cuándo será eso, Mia? ¿Cuántos años tendrás cuando eso suceda?».
Sintiéndose indispuesta, ahuyentó esos pensamientos de su mente. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Iría a su apartamento a prepararse una bolsa, así que debía tener la mente clara y aguzar los sentidos por si acaso algún indeseable armado rondaba por los alrededores. Ya pensaría en toda aquella angustia más tarde. Se echó a reír en voz alta, y el sonido llegó crispado y amargo hasta sus oídos. «Cuando todo se aposente».