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Jueves, 30 de noviembre, 17:55 horas

– Mia, ¿puedes venir un instante? -Spinnelli estaba de pie en el umbral de la puerta de su despacho.

Dirigiendo una mirada de preocupación a Solliday y a Aidan, Mia se acercó.

– ¿Qué?

– Entra y cierra la puerta. Los periodistas son la forma de vida más rastrera del planeta.

Se le encogió el corazón.

– Van a emitir la cinta. -Le tocó el turno al estómago-. ¡Oh, Marc!

– Relájate. Hablaré con Wheaton. Insiste en que el vídeo que has recibido ha sido un error. Ella pretendía enviarte una copia de la conferencia de prensa, ya que habías estado buscando a alguien entre los asistentes. -Se mostró disgustado-. Ella solo quería ayudar.

– Marc -dijo Mia con los dientes apretados-. ¿Qué pasa con Kelsey?

– Te he dicho que te relajaras. Wheaton ha dado a entender que quería una exclusiva sobre este caso. Lo he rechazado de plano y he insinuado que amenazar a un oficial de policía era un delito grave. Se ha puesto de mala leche y ha dicho que no era una amenaza intencionada. Esa cinta sobre tu hermana está programada para emitirse el domingo por la noche con alguna declaración por nuestra parte o sin ella. Era un ultimátum con un plazo.

El corazón le martilleaba en el pecho, pero su confianza en Spinnelli le mantenía los pies pegados al suelo.

– ¿Y?

– No puedo evitar que Wheaton emita esa cinta, Mia, pero que me cuelguen si esa… -Tomó aliento, corrigiéndose a sí mismo-. He llamado a Patrick. Está tocando algunas teclas para que trasladen a Kelsey a otra prisión mañana por la mañana. Entrará con otro nombre. Se hará con mucha discreción. -Spinnelli levantó un hombro-. Es todo lo que puedo hacer.

Mia tragó saliva con dificultad; le invadió una sensación de alivio y gratitud.

– Mucha gente no habría hecho tanto.

– Te has sacrificado por este departamento, por esta ciudad, en muchas ocasiones. Que me cuelguen si permito que Wheaton o cualquier otro utilice este departamento para amenazarte a ti o a tu familia.

Mia cerró los ojos, conmovida.

– Gracias -susurró.

– De nada -dijo Spinnelli en voz baja.

Su voz recuperó el dinamismo habitual.

– Murphy aún está barriendo la zona donde encontramos el coche que White usó para alejarse del apartamento de Brooke Adler, pero todavía no ha encontrado nada. Seguirán peinando la zona durante una hora más, luego continuarán por la mañana. He enviado por fax la foto del profesor de mates White a los equipos de noticias locales y a los periódicos. Es el mejor modo de encontrarlo.

– Lo sé.

– ¿Y vosotros habéis encontrado al auténtico White en alguno de esos hoteles de Atlantic City?

– Aún no. Seguiremos hasta que lo encontremos.

Spinnelli ladeó la cabeza y la estudió.

– ¿Dónde vas a quedarte esta noche?

Mia entornó los ojos.

– ¿Qué?

No era posible que supiera lo de ella y Solliday. Tenía las palabras «solo ha sido un abrazo de apoyo» en la punta de la lengua.

– Tu dirección estaba en el periódico, Mia. Busca otro lugar donde vivir. Es una orden.

– No puedes decirme dónde tengo que vivir. Que yo sepa, soy policía. Puedo cuidar de mí misma.

– Que yo sepa, eres policía y yo soy tu jefe. Busca otro sitio, Mia. No quiero tener que preocuparme por ti toda la noche. -Cuando ella hizo una mueca de obstinación, Spinnelli explotó-. Maldita sea, Mia. Durante días me he sentado junto al lecho de Abe preguntándome dónde cojones estabas. Pensé que podía perder a dos de mis mejores hombres. No me hagas volver a pasar por eso otra vez.

Mia bajó la mirada sintiéndose de repente muy pequeña.

– Bueno, si te pones así…

Spinnelli suspiró.

– Será solo por poco tiempo. Howard y Books están a punto de cazar a Getts. Han cerrado todas las ratoneras por las que puede haberse escabullido.

– Él ya sabía mi dirección.

– Cierto, pero ahora cualquier aspirante a cabrón también la sabe. Tú te preocupas por Kelsey que está dentro, pero hay muchos más tipos fuera a quienes les encantaría ponerte la mano encima.

– Yo tengo un arma. Kelsey no.

– Y las dos tenéis que dormir en algún momento.

Mia se pasó la lengua por los dientes.

– No quiero admitir que tienes razón, pero -se apresuró a decirlo antes de que Spinnelli pudiera intervenir- ¿a quién quieres que ponga en peligro? ¿A Dana? Tiene hijos. ¿A Abe? Tiene a Kristen y al bebé.

La puerta de Spinnelli se abrió y Solliday llenó el hueco de la puerta.

– Puede quedarse en mi casa.

La boca de Mia se abrió de par en par.

– ¿Qué?

Spinnelli se limitó a parpadear.

– ¿Qué?

Solliday encogió los anchos hombros.

– Es lo más sensato. Tengo una casa pareada, mi hermana ha alquilado el otro lado. Además Lauren pasa más tiempo en mi lado, ocupándose de mi hija, que en su propia casa. La detective Mitchell puede quedarse en el otro lado y tener una casa para ella.

Mia recuperó la voz.

– Has estado espiándome otra vez.

Reed se encogió de hombros.

– Estaba esperando para hablar con Spinnelli. No es culpa mía si tengo buen oído.

Ella lo fulminó con la mirada.

– No voy a quedarme en tu casa.

– En mi casa no. -Esbozó una sonrisa inocente-. En la de Lauren. Entra en razón, Mia. Y podremos seguir con los casos de Burnette y Hill después de cenar. Eso aceleraría las cosas.

«Sí, seguro», pensó ella. La idea de que eso aceleraría las cosas volvió a sonrojarle las mejillas. Y Solliday se quedó allí plantado, sonriendo como un jodido niño del coro.

Pero si Spinnelli tenía alguna sospecha sobre los motivos ocultos de Solliday, no dio ninguna muestra de ello.

– Es lo más conveniente, Mia. Y tú nunca tienes tiempo de estudiar esos expedientes durante el día.

Mia resopló.

– Quiero que conste formalmente mi oposición a ese estúpido plan.

Spinnelli asintió.

– Tomo nota formalmente. Pero hazlo.

– ¿Y la hija de Solliday? También la estaré poniendo en peligro. Me seguirán.

– Mia, déjalo ya, ¿vale? -Spinnelli la empujó con cuidado fuera de la puerta-. Acaba las llamadas a los hoteles y luego haz una pausa para cenar. Después de comer algo, podrás volver con los expedientes.

– ¡Qué amable eres!

Spinnelli frunció el bigote y sus ojos se oscurecieron, un claro signo de que se le estaba agotando la paciencia.

– Tenemos que encontrar una conexión entre White, Burnette y Hill o no tendremos más que pruebas circunstanciales. No podemos situarlo en ninguno de los tres escenarios, y tenemos que hacerlo, a menos que encontremos un móvil de peso. Encuéntralo. Deja de preocuparte por tu apartamento y concéntrate en lo que importa. Encuentra a White antes de que vuelva a matar.

Mia sabía cuándo estaba vencida.

– De acuerdo. Tú asegúrate de que trasladan a Kelsey.

– Tienes mi palabra.

– Perfecto. Entonces me quedaré en la parte de la casa de Lauren.

El pecho de Spinnelli se movió en un pequeño suspiro de alivio.

– Gracias. Y gracias a ti también, Reed -dijo Spinnelli-. Te agradezco que le hayas ofrecido la casa.

Mia miró a Solliday con la mandíbula ladeada.

– Sí. Muchas gracias, Solliday.

Algo centelleó en los ojos oscuros de Solliday y ella supo que él sabía que estaba cabreada.

– De nada -le dijo a Spinnelli. Luego murmuró entre dientes-: Creo.

Jueves, 30 de noviembre, 18:15 horas

Casi había terminado de cenar cuando la cara de la pantalla del televisor amenazó con echarlo todo a rodar. Era su cara. Los ojos se le quedaron paralizados de horror ante la pantalla. Sabía que lo estaban buscando. Pero nunca habría creído que pondrían su rostro en televisión.

Mientras luchaba por recuperarse de la impresión, se le empezaron a caldear los ánimos. ¡Esa puta! Aquello era obra de esa Mitchell. Ahora no podría moverse por la ciudad sin que la gente supiera quién era. Hoy era Chicago. Mañana, ¿la CNN? Lo reconocerían a donde quiera que fuese, desde una punta a otra del puto país.

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