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– Quiero… -«Matar a esa mujer». Se mordió la lengua y miró a Solliday, cuyos ojos expresaban preocupación-. Carmichael. Ha descubierto que Getts nos disparó el martes por la noche. Ha puesto la dirección de mi casa. Primero Wheaton, ahora esto. Ya no tengo intimidad. Ya sabes, odio a los reporteros.

– ¿Qué pasa con Wheaton? -preguntó Murphy y ella suspiró.

– Ella se fijó ayer en la rubia misteriosa. Intentó utilizarla para que Reed le diera información confidencial sobre este caso.

– Pero no se la diste, Solliday. -Los dedos de Murphy tamborilearon sobre el escritorio de Mia.

Reed le dirigió una mirada impaciente.

– Claro que no. -Cogió el periódico con tranquilidad, pero tenía la mandíbula crispada y los ojos centelleantes de rabia-. Tienen que pararle los pies.

– Se ampara en la Primera Enmienda. -Mia se humedeció los labios con la lengua-. Wheaton no está en mi lista de Navidad, Reed. No me importa si me sirve a DuPree en una bandeja.

Los ojos de Reed irradiaban rabia.

– Eso lo arreglaría sin duda. Mia, no puedes quedarte en tu casa. Todos los sapos comemierda de la ciudad estarán merodeando por la puerta de tu casa.

Mia sonrió.

– ¿Sapos comemierda? Creo que estoy empezando a ser una mala influencia para ti, Solliday.

– Lo digo en serio, Mia. Tienes que buscarte otro apartamento.

– Tiene razón, Mia -añadió Murphy-. Es como si te hubiera pintado una diana en el culo.

– No me voy a mudar y no voy a hablar de esto ahora. Voy a escuchar mi buzón de voz y luego a hacer mi puto trabajo. -Cogió el teléfono, haciendo caso omiso de los dos hombres furiosos. Luego frunció el ceño-. Tengo un mensaje del doctor Thompson de anoche.

– ¿Y ahora cuál de los del Eje del Mal es? -preguntó Murphy aún enfadado con ella.

– El psicólogo del centro. Dijo que necesitaba vernos, que era urgente.

– No creo ni una palabra de lo que dice -espetó Reed apretando los dientes.

– Ni yo, pero veamos qué es lo que quiere.

Jueves, 30 de noviembre, 9:15 horas

– Somos Solliday y Mitchell; venimos a ver al doctor Bixby y al doctor Thompson -dijo Reed.

La boca de Marcy se tensó.

– Avisaré al doctor Bixby.

Secrest estaba con Bixby, pero Thompson no. Reed llegó a la conclusión de que ninguno sabía lo de la muerte de Brooke Adler, o si lo sabían, lo ocultaban muy bien.

– ¿Puedo ayudarles? -preguntó Bixby de manera formal.

– Hemos preguntado por el doctor Thompson -le dijo Mia-. Nos gustaría hablar con él.

Bixby frunció el ceño.

– No puede ser, no está aquí.

Reed y Mia intercambiaron una mirada.

– ¿No está aquí? -preguntó Reed-. Entonces, ¿dónde está?

– No lo sabemos. Suele estar en su mesa a las ocho, pero aún no ha llegado.

Reed enarcó una ceja.

– ¿Es normal que a veces no aparezca?

Bixby parecía irritado.

– No, siempre llama.

– ¿Alguien le ha telefoneado a su casa? -preguntó Mia.

Secrest asintió.

– Yo. No me ha contestado nadie. ¿Por qué necesitan verlo?

– Él me llamó. Pensé que tendría algo que ver con el asesinato de Brooke Adler.

Por un momento, ninguno de los dos hombres se movió. Luego Secrest movió la mandíbula de un lado a otro y Bixby palideció. Detrás de ellos, Reed oyó la exclamación de Marcy.

– ¿Cuándo? -exigió saber Secrest-. ¿Cómo?

– Esta madrugada -dijo Reed-. Murió de las heridas provocadas por un incendio.

Bixby bajó la vista, aún turbado.

– No puedo creerlo.

Mia levantó la barbilla.

– Yo sí. Estuve allí cuando murió.

– ¿Dijo algo antes de morir?

Mia esbozó una sonrisa turbia.

– Dijo un montón de cosas, doctor Bixby. Por cierto, ¿dónde estaba usted esta noche entre las tres y las cuatro?

Bixby rugió.

– No puede ser que yo sea sospechoso.

Secrest suspiró.

– Tú solo contesta la pregunta, Bix.

Bixby entornó los ojos.

– En casa. Durmiendo. Con mi esposa. Ella lo confirmará.

– Estoy segura de que sí -dijo Mia suavemente-. ¿Y el señor Secrest? La misma pregunta.

– En casa. Durmiendo. Con mi esposa -respondió con el más absoluto sarcasmo.

– Ella lo confirmará. -Divertida, Mia sonrió-. Gracias, señores.

Reed estuvo a punto de sonreír. Estaba provocando a los hombres y disfrutaba de ello.

– Tenemos que hablar con su equipo y ver sus archivos del personal. Si pudiera prepararnos un despacho para que lo usáramos…

– Marcy -espetó Bixby-. Prepare la sala de reuniones número dos. Estaré en mi despacho.

Secrest les dirigió una larga y amarga mirada antes de seguir a su jefe.

– Me pregunto si oiremos trituradoras de papel en los próximos minutos -murmuró Reed.

– Patrick dijo que no teníamos bastante como para conseguir una orden judicial para todos sus archivos -le contestó Mia, enfadada-, pero tal vez tengamos bastante para los de Thompson si podemos demostrar que se ha largado de la ciudad. Vamos a hacer algunas llamadas. -Frunció el ceño ante Marcy-. Desde fuera, creo.

Una vez fuera, sacó el móvil del bolsillo.

– Llamaré a Patrick y veré si podemos conseguir una orden judicial para revisar el ordenador de Thompson y sus archivadores de aquí y de su casa. ¿Puedes llamar a Spinnelli? Pídele que envíe una unidad a la casa de Thompson. Averigüemos si está allí.

– También pediré unidades para que cubran las salidas de aquí. No quiero que nadie se escabulla.

Hicieron las llamadas y guardaron los móviles exactamente a la vez. Mia chasqueó la lengua.

– Pronto vas a tener que terminar mis frases.

Algo dentro de él sintió vergüenza, estaba incómodo por la intimidad que implicaba. La última persona que había acabado sus frases había sido Christine.

– ¿Has conseguido la orden? -le preguntó bruscamente mientras ella le guiñaba el ojo. Al instante se sintió culpable. Había intimidad entre ellos ahora, al menos de tipo físico. Esperaba haberla interpretado bien y que ella fuera una mujer que no quisiera ataduras. Si no, Mia lo pasaría mal-. Lo siento, no quería soltarle un bufido.

Ella se encogió de hombros.

– Patrick intentará conseguir la orden. ¿Has hablado con Spinnelli?

– Sí. Nos llamará cuando la patrulla llegue a casa de Thompson. También ha dicho que Jack está en camino con el aparato de las huellas dactilares y alguien para rastrear micrófonos ocultos.

Mia frunció el ceño.

– Me he estado torturando con la idea de llevar al personal a la comisaría, pero eso llevaría mucho tiempo. Quiero hablar ya con esa gente.

– Entonces rastrearemos y veremos. -Se obligó a sonreír-. ¿Preparada para patear algunos Ejes?

Mia se rio y el sonido de su risa tranquilizó a Reed.

– Vamos.

Secrest los esperaba para acompañarlos, con una montaña de expedientes en las manos. Era el despacho en el que Bixby los había hecho esperar el día anterior. Parecía que de aquello hacía un millón de años.

– Por favor, que vaya pasando el personal de uno en uno -dijo Mia cuando se sentaron en las duras sillas de madera-. Queremos hablar primero con la gente que mejor conocía a la señorita Adler.

Secrest dejó caer la pila de expedientes sobre la mesa.

– Sí, señora.

Reed hizo una mueca cuando Secrest se alejó.

– ¡Uy!

– Perdón. -Había un hombre en la puerta, muy pálido-. Ustedes son los detectives. -Miró por encima del hombro-. Necesito hablar con ustedes.

Mia miró a Reed.

– ¿Hemos de esperar a los detectores? -murmuró.

– Parece nervioso. Tal vez no debamos darle tiempo para que se retracte. Además, si Bixby quiere, puede escuchar detrás de la puerta aunque esta habitación esté limpia.

– Tienes razón. Haremos preguntas directas, luego llevaremos a quien nos parezca interesante a la comisaría. -Mia asintió al hombre-. Soy la detective Mitchell y este es el teniente Solliday. Por favor, entre y siéntese.

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