Aunque Mia tragó con fuerza, un nudo le cerró la garganta.
– No es justo -repitió.
– Estoy harta de ser justa -replicó Dana-. Estoy harta de ver cómo arruinas tu vida porque consideras que no te mereces algo mejor. Ya está bien, Mia; tu padre ha muerto, Kelsey está entre rejas y tu madre… solo Dios lo sabe. Pero yo te conozco y sé lo que te pasa. Me preocupo por ti. Si te parece que no es justo vivir como vives, deberías verte viviendo así. Mia, te aseguro que me parte el corazón. -Se le quebró la voz-. Y eso sí que no es justo.
Como también estaba dolida, Mia levantó la barbilla y bajó la mirada.
– Perdona.
Dana dio una palmada en la mesa.
– ¡Ya está bien! ¡Mia, quítate la venda de los ojos y escúchame! Te mereces una vida. No niegues que es lo que quieres. -Con un ademán abarcó cuanto la rodeaba-. Atrévete a decir que no quieres esto. Mírame a los ojos y dilo.
Mia paseó la mirada por la cocina y se fijó en los colores vivos, el fregadero lleno de platos y la nevera cubierta de dibujos realizados por los pequeños. Lo quiso y lo deseó tan fervientemente que se quedó sin aliento.
– Sí, es lo que quiero.
– En ese caso, cógelo. -Dana se inclinó con la mirada encendida-. Encuentra a alguien y cógelo.
– No puedo.
– Querrás decir que no quieres.
– Está bien, no quiero.
Dana se apoyó en el respaldo de la silla y hundió los hombros.
– ¿Por qué?
– Porque lo echaría a perder. -Apartó la mirada del rostro anonadado de Dana y concluyó-: ¡No estoy dispuesta a fastidiar a dos críos como nos jodió a nosotras!
Se impuso el silencio y Mitchell oyó el sonido de la moneda al deslizarse por la mesa.
– Mia, lo siento, pero no puedo ayudarte. -Permanecieron varios minutos en silencio hasta que Dana suspiró y apostilló-: ¿Puedo darte un consejo gratuito?
– ¿Puedo impedírtelo?
– No. Al igual que el alimento, el contacto humano es una necesidad. Sin alimento te mueres de hambre. Si careces de contacto humano a tu alma le ocurre lo mismo. ¿Te gusta Reed?
Mia suspiró antes de responder:
– Sí.
– En ese caso, no huyas de él. Descubre adónde te conduce la situación. No necesitas una casa, hijos y un marido para mantener una relación. Pese a lo que dicen las tarjetas del día de San Valentín, no todas las relaciones tienen que durar para siempre.
– ¿Aceptarías algo menos que una relación para siempre?
– No, porque la he probado e imagino que nada más me satisfará. Si estás decidida a no comer solomillo, no tienes por qué rechazar la hamburguesa. Si juegas limpio con tu hombre, la hamburguesa podría ser sustento suficiente como para pasar los días. Nunca se sabe. Es posible que a él también le guste únicamente la hamburguesa.
– Pues ahí es donde te equivocas. A los únicos a los que solo les gusta la hamburguesa es a los perezosos.
– Y Reed Solliday no lo es -añadió Dana con tono grave.
Mia sabía perfectamente que no lo era.
– Dana, no quiero herir a nadie como a Guy. Reed es un buen hombre, por lo que está vedado. Tengo que irme. Gracias por la cena.
Desde la ventana de la cocina, Dana vio cómo su amiga se alejaba en coche. Ethan se acercó por detrás y le pasó las manos alrededor de la cintura. Dana se apoyó en su marido pues lo necesitaba más que nunca.
– ¿Se lo has dicho? -murmuró Ethan.
La trabajadora social negó con la cabeza.
– No, no era el momento oportuno.
Ethan apoyó las manos en el vientre de su esposa.
– Dana, tienes que contárselo. Es adulta y te quiere. Se alegrará por nosotros.
Ese era precisamente el problema.
– Ethan, sé que querrá alegrarse por nosotros y me temo que soy lo bastante egoísta como para esperar hasta tener la certeza de que se alegrará.
– Pues no esperes mucho más. Quiero que todo el mundo lo sepa. Quiero ir a comprar la cuna, peúcos y ropita. -Hizo girar a Dana en sus brazos y la besó con ardor-. Hablemos un rato sobre ese asunto de la dominatriz.
Dana rio, que era lo que Ethan pretendía.
– Te quiero.
Ethan la estrechó con fuerza antes de replicar:
– Ya lo sé.
Miércoles, 29 de noviembre, 19:55 horas
Holly Wheaton observó a Reed como una gata colérica mira a un ratón recalcitrante. Claro que Reed no era un ratón, lo cual a ella no la volvió menos felina. Era una gata de blusa escotada y transparente, minifalda de ante y tacones de aguja.
Lo que la reportera se proponía era de una claridad meridiana. Reed se sintió curiosamente afectado y repelido y… estableció comparaciones. Le habría gustado que Mia estuviese presente para poner a esa mujer en su sitio. También le habría gustado porque deseaba tenerla a su lado. Mia no poseía las facciones de Wheaton, ese rostro que hacía que los hombres no pulsasen el mando a distancia cuando se dedicaban a zapear. Mia poseía algo más… más natural, más atractivo, bueno, más… más de todo. Miró fugazmente por debajo de la barbilla de Wheaton. En esa zona del cuerpo a Mia tampoco le faltaba nada, con los brazos hacia abajo o hacia arriba. «Concéntrate, Solliday, el tiburón traza círculos a tu alrededor». Se sentó frente a Wheaton y meneó la cabeza cuando el camarero quiso llenarle la copa.
– No, gracias. -Reed le entregó la carta-. No me quedo.
Wheaton se ruborizó.
– Si mal no recuerdo, hicimos un trato. Hablando del tema, llegas tarde.
– Tenía otra cena.
– Podías haberla suspendido.
– No, ni pude ni quise. Wheaton, no dispongo de mucho tiempo. Te prometí una entrevista, así que haz el favor de empezar.
– De acuerdo. -La reportera dejó la grabadora encima de la mesa-. Háblame de la investigación.
– No puedo hacer comentarios sobre una investigación en curso.
Wheaton entrecerró los ojos.
– ¿Pretendes faltar a tu palabra?
– No. Me pediste una entrevista, pero no me comprometí a responder a tus preguntas. Ahora contestaré, por supuesto, siempre y cuando me preguntes algo que esté en condiciones de divulgar.
La reportera pensó unos instantes y, cuando sonrió, a Reed se le erizó el pelo de la nuca.
– Está bien. ¿Quién es la mujer que la detective Mitchell siguió esta mañana?
Con cara de perplejidad y por dentro como un perro rabioso, Solliday se limitó a mirarla.
– Ah, te refieres a la rueda de prensa. Creyó ver a una mujer con la que queríamos hablar, pero se confundió. -Se encogió de hombros-. No hay ningún misterio.
Wheaton soltó una risita antes de sacar un DVD portátil del bolso de piel que había dejado a sus pies. Se lo entregó y dijo:
– Dale al botón de PLAY. El parecido es impresionante.
Reed le hizo caso y la ira burbujeó en su interior al ver que la cámara hacía un plano de los reunidos y se centraba en la mujer que, probablemente, era hermanastra de Mia. No era asunto de Wheaton. Se trataba del sufrimiento de Mia y Solliday no estaba dispuesto a que la reportera sacase beneficio de la situación. Wheaton le quitó el reproductor de las manos.
– Dime lo que quiero saber o haré públicas las imágenes.
– ¿Qué es lo que harás público? -preguntó el teniente sin inmutarse-. Es una mujer que no interesa, un rostro más en la multitud.
La reportera se encogió de hombros.
– De acuerdo, lo averiguaré por mi cuenta.
– Te lo ruego encarecidamente. Cuando lo sepas, avísame, es probable que me apetezca ir a cenar con esa mujer.
Miércoles, 29 de noviembre, 20:00 horas
Estaba sentado ante su escritorio y maldecía a Atticus Lucas cuantío tendría que haber repasado por última vez la logística de esa noche. Bastó un huevo en un rincón de la vitrina para que los policías ocuparan el centro de menores. ¿Por qué demonios un adulto se dedicaba a jugar con cuentas de colores?
Había estado en el aula de arte. En algún momento y en algún lugar los policías encontrarían sus huellas. Si eran mínimamente competentes a la hora de realizar su trabajo se percatarían de que algo no cuadraba, pero tardarían… bueno, como mínimo tardarían varios días en llegar a ese punto.