– Lo incorporaré a mi lista -replicó Patrick con ironía-. Llamadme mañana y dadme la última información.
– Mañana reservaré un rato para examinar formalmente a Manny -se ofreció Westphalen.
Spinnelli los acompañó hasta la puerta.
– Miles, no sabes cuánto te lo agradecemos.
Al otro lado del cristal, un agente acompañó a Manny hasta el sitio en el que estaba retenido y la defensora miró severamente hacia la antesala antes de abandonar la estancia por la misma puerta que Manny.
Cuando se quedaron a solas en la antesala casi a oscuras, Mia dejó escapar un suspiro y comentó:
– Ahora volvemos a los expedientes.
– Antes me cambiaré los zapatos.
La detective reprimió una sonrisa.
– Lo siento realmente.
Reed rio entre dientes.
– No, no es verdad.
Mia mostró una sonrisa radiante.
– Tienes razón.
Reed la miró a los ojos e intentó soltar una réplica más intensa, pero se frenó y la miró profundamente. La actitud risueña abandonó la mirada de Mitchell y la incertidumbre la dominó. Mientras la contemplaba, la incertidumbre de la detective se mezcló con una certeza y a Solliday se le hizo un nudo en la garganta. Una vez más conectaron a otro nivel, lo mismo que la víspera en la calma de la cocina del teniente. Solliday la cogió con delicadeza de la barbilla y acercó su rostro a la luz. El morado del pómulo comenzaba a aclararse y en el arañazo ya se había formado la costra.
Mia no era una mujer de belleza clásica, pero su rostro poseía algo que lo atraía. Reed sabía que era una insensatez y se dijo que debía olvidarla, pero no fue capaz. No, acababa de faltar a la verdad. No quería olvidarla. Era algo que hacía tantos años que no le ocurría que ya ni se acordaba. Le acarició la línea de la mandíbula con el pulgar y vio que la intensidad de la mirada de Mia se triplicaba.
– Tendrías que haber ido al médico. Puede que te quede cicatriz.
– No suelen quedarme cicatrices -murmuró la detective en un tono tan bajo que Solliday apenas la oyó-. Supongo que en ese aspecto soy afortunada. -Se apartó y retrocedió un paso, tanto física como emocionalmente-. Tengo que revisar los expedientes.
Mia salió sin dar tiempo a que Reed le abriera la puerta.
Miércoles, 29 de noviembre, 17:00 horas
Brooke se detuvo y tembló ante la puerta del despacho del doctor Bixby, que la había mandado llamar. No le gustó nada, pero respiró hondo, apretó el puño y golpeó con los nudillos.
– Adelante. -El doctor Bixby apartó la mirada del escritorio y su expresión resultó amenazadora-. Siéntese.
Brooke tomó asiento tan rápido como se lo permitieron sus temblorosas rodillas. Abrió la boca para tomar la palabra, pero Bixby la silenció con un ademán.
– Señorita Adler, vayamos al grano -la interrumpió el director del centro-. Cometió una estupidez. La policía no hace más que registrar mi escuela, lo que no sentará nada bien a la junta asesora. Ha puesto en peligro mi trabajo y debería despedirla inmediatamente. -Brooke se limitó a mirarlo con la boca entreabierta. Bixby rio con actitud desdeñosa-. No la echaré porque mis abogados lo desaconsejan. Esta tarde, mientras registraba el centro, la detective Mitchell habló con el abogado y comentó que usted tenía miedo de que la despidiese. También dijo que todo intento de poner fin a su colaboración quedaría muy feo en el caso de un proceso judicial. Señorita Adler, ¿piensa demandarme?
Finalmente Brooke fue capaz de hablar:
– No, señor. Desconocía que la detective Mitchell había hablado de mí.
– Señorita Adler, estamos preparando su expediente. Muy pronto pondremos fin a su causa justa. Para todos los implicados sería mejor que renunciase sin más dilaciones.
Brooke reprimió el ataque de náuseas provocado por la angustia. Pensó en el alquiler, las facturas y los préstamos para pagar los estudios.
– No… no puedo, señor. Tengo muchas responsabilidades que afrontar.
– Tendría que haberlo pensado antes de emprender un camino que no es el más aconsejable. Le doy dos semanas. Cumplido ese período, en su expediente habrá suficientes datos como para que se vaya.
El director del centro se reclinó en el sillón y adoptó una actitud prepotente, por lo que algo estalló en Brooke que, con el rostro encendido, se incorporó a toda velocidad y declaró:
– No he hecho nada malo y todo lo que presente contra mí será falso. -Abrió la puerta y se detuvo aferrando el picaporte-. Si intenta despedirme, acudiré a la prensa tan rápido que le virará la cabeza.
Bixby apretó los labios.
– Querrá decir girará. -Añadió con tono burlón-: Me girará la cabeza.
Brooke estuvo a punto de acobardarse, pero recuperó la valentía al ver que los nudillos del director se ponían blancos de tanto apretar el bolígrafo.
– Me da igual cómo se diga. Doctor Bixby, no lo intente porque, si lo hace, se arrepentirá.
La profesora dio un portazo, se alejó del despacho y se topó con Devin White, que esperaba en el pasillo con una sonrisa en los labios.
– ¿Le virará la cabeza? -preguntó.
Superada la reunión, las lágrimas desbordaron los ojos de Brooke.
– Devin, me despedirá.
El profesor se puso serio.
– ¿Con qué motivos?
– Los inventará.
Un sollozo cargado de pánico cortó la respiración de Brooke.
Inquieto, Devin le masajeó los hombros al tiempo que afirmaba:
– Brooke, solo quería amedrentarte. Conozco a un buen par de abogados. Vayamos a tomar una cerveza, cálmate y entonces decidiremos lo que hay que hacer.
Miércoles, 29 de noviembre, 18:05 horas
Reed supuso que media hora era suficiente. Así Mia recobraría la compostura, él se cambiaría los zapatos y compartirían una taza de buen café. Tendría que haber vuelto directamente a su casa porque eran más de las seis y aún no había aclarado la situación con Beth. Pensó en la forma en la que la víspera se había enfrentado a su hija y en la que hacía media hora había tratado a Mia Mitchell y se preguntó si alguna vez las mujeres alcanzaban una edad en la que los hombres de su vida aprendían a hacer o a decir lo correcto.
Sabía que con Mia había hecho lo correcto. Por muy exagerado que pareciese, era demasiado bueno como para ser erróneo. Le pareció lógico que la detective se mostrase cautelosa e insegura. De todos modos, no estaba tan oxidado como para ser incapaz de reconocer la buena química cuando se cruzaba en su camino. Las relaciones con una policía serían difíciles y en ocasiones las prioridades respectivas interferirían. Cuanto más lo pensaba, mayor era su convencimiento de que Mia era una mujer que no quería compromisos afectivos.
«¿Y si los está buscando?» La pregunta asomó sigilosamente y lo desconcertó. ¿Qué ocurriría si bajo la apariencia brusca y sarcástica latía el corazón de una mujer que soñaba con un hogar, un marido e hijos? En ese caso y lamentándolo mucho, se alejaría respetuosamente, sin hacer daño ni jugar sucio.
Reed cruzó el área de Homicidios y aflojó el paso al acercarse al escritorio de su compañera porque estaba vacío y tanto los expedientes como Mia habían desaparecido.
– Se ha ido a casa -dijo un policía de traje arrugado que mordía algo delgado de color naranja. Reed llegó a la conclusión de que se trataba de un trozo de zanahoria. Frente a él se encontraba un hombre más joven que tecleaba a toda velocidad y a cuyo lado había una docena de rosas rojas envueltas en papel de seda y colocadas sobre una caja de regalo cubierta de papel brillante-. Supongo que eres Solliday. Me llamo Murphy -se presentó el del traje arrugado con tono afable y mirada vigilante-. Este es Aidan Reagan.
Reed reconoció al más joven.
– Creo que ya nos hemos visto.
Murphy se sorprendió y preguntó:
– ¿Cuándo?
Reagan miró a su compañero antes de replicar:
– El lunes en el depósito de cadáveres. Te conté que lo había visto.