Reed se levantó tambaleante.
– ¿Sabías que había ido a ese lugar?
– Esta noche no, pero sí sabía que ayer estuvo allí. -En la mente de Mia empezó a sonar la alarma. Reed no estaba solo enfadado con Beth. «Está enfadado conmigo».
– ¿Sabías que mi hija de catorce años se había escapado por la ventana y no me lo dijiste?
– Me prometió que te lo contaría. Le dije que si ella no lo hacía, lo haría yo.
– Pues es evidente que no lo has hecho -espetó Reed, escupiendo las palabras, y Larry Fletcher frunció el entrecejo.
– Reed, Beth está bien. Mia solo intentaba ayudar.
Reed se inclinó sobre ella y la fulminó con la mirada.
– Yo a eso no lo llamo ayudar.
Mia retrocedió, temblando.
– Lo siento, pensaba que era lo que debía hacer. Por eso no tengo hijos.
Tragó saliva y en ese momento se acordó de Percy. El gato tenía tanta suerte como ella, pero así y todo el corazón se le aceleró. Buscó al jefe del equipo.
– La chica que pensaban que estaba dentro de la casa está en otro lugar. Viene de camino.
El jefe aguzó la mirada.
– ¿He arriesgado la vida de mis hombres por una niña fugada?
– Oiga, que no es mi hija. Pero mi gato sí está dentro, en la otra parte del dúplex.
– Hemos contenido el fuego de esa zona, pero entraremos a recoger a su gato cuando nos sea posible.
– Gracias. Ah, también había un cachorro. Un perro peludo de este tamaño. -Mia señaló la altura.
– Está allí. Lo encontramos junto al árbol. Tiene una pata rota, pero por lo demás está bien.
– Gracias. Dígame, ¿cómo ha quedado la casa?
– Casi toda la planta superior está destruida. No ha quedado nada de los dormitorios.
Mia se acordó del cuaderno que Reed había tenido en las manos. «Mi querido Reed». El cuaderno había ardido. Cerró los ojos, presa del arrepentimiento. No podía reprocharle que estuviera enfadado. Se había llevado un susto de muerte. Debería haberle contado lo de Beth. Había tenido un montón de oportunidades durante el día. Pero había confiado tanto en que fuera Beth quien lo hiciera…
Enseguida se puso a trabajar. Aquello era obra de Andrew Kates. Se encontraba cerca. Telefoneó a Jack y a Spinnelli, y entonces reparó en las cuatro llamadas de Murphy, todas hechas en los últimos quince minutos. Con tanto barullo no había oído su móvil.
Lo llamó.
– Murphy, soy Mia. ¿Qué ha pasado?
– Te oigo muy mal, Mia.
– Porque Kates ha incendiado la casa de Reed. Estoy rodeada de camiones de bomberos.
– ¿Hay algún herido?
– No, pero Kates ha dado con nosotros. Esta vez el blanco ha sido Reed. ¿Qué has encontrado?
– A tres de los cuatro Young. El padre y la madre murieron por causas naturales. Tyler Young murió anoche en un incendio en Indianápolis. He enviado la foto de Kates por fax a su Departamento de Policía.
Habían llegado tarde.
– Gracias, Murphy. Se lo diré a Reed. -Mia se acercó a Reed con actitud conciliadora-. Lo siento, Reed, he hecho mal en no contarte lo de Beth. -Reed la miró iracundo y no contestó-. Murphy ha encontrado a tres de los Young. Uno de ellos murió anoche en un incendio.
Su ira amainó ligeramente.
– Lo sé. La OFI de Indianápolis lo colgó en la base de datos que llevo toda la semana rastreando. Iba a llamarte cuando me lo hubieran confirmado, pero ha ocurrido esto.
– Eso significa que tenemos un blanco menos que buscar.
Reed asintió con la cabeza.
– Gracias por contármelo. Lo de los Young.
– Reed, no pretendía interponerme entre tú y Beth. -El coche patrulla se acercó, sumando su sirena al caos-. La hija pródiga ha vuelto.
– Y yo no pienso sacrificar ningún becerro. -Reed echó a andar hacia el coche mientras Beth bajaba con el rostro contraído por el horror. Miró enfurecido a su hija, los puños vendados en las caderas, y la envolvió en un violento abrazo que hizo que a Mia se le saltaran las lágrimas.
Detrás de ella, Larry se aclaró la garganta.
– Mia, hace muchos años que conozco a Reed Solliday. Es un buen hombre. No pretendía hacerte daño. Solo estaba muerto de miedo.
– Lo sé. -Y también sabía que seguiría haciéndole daño hasta que todo aquello hubiera terminado. Cansinamente, rezó para que ese día llegara cuanto antes-. Recogeré a mi gato y me iré a un hotel. Asegúrate de que Reed esté bien, Larry.
Él le clavó una mirada perspicaz que le recordó a Murphy.
– ¿A qué hotel?
Mia rio temblorosamente.
– Creo que al primero que encuentre. Buenas noches, Larry.
– Lo siento, papá, lo siento mucho -sollozó Beth. Él la abrazaba con fuerza, temeroso de soltarla.
– Pensaba que habías muerto -dijo con la voz quebrada-. Beth, no vuelvas a hacerme esto nunca más.
Beth asintió y se volvió hacia la casa.
– Oh, papá, está destruida.
– No toda. Solo la planta de arriba. -Pero tardaría un tiempo en reconstruirla. Se preguntó cuánto tiempo tardarían en recuperar la confianza-. Mia me ha contado que has ido a un concurso de poesía. Beth, ¿por qué no me lo dijiste?
– Pensaba que no entenderías por qué era importante para mí. -Levantó unos hombros infantiles, pero sus palabras eran adultas-. Tal vez quería algo que fuera solo mío.
– Beth, todo lo que tengo es tuyo, ya lo sabes.
La muchacha levantó la vista. Tenía la mirada grave y vidriosa.
– No, papá. Es de ella, de mamá.
Reed parpadeó.
– No te entiendo.
Ella suspiró.
– Lo sé. -Le cogió las manos y los ojos volvieron a escocerle-. Oh, papá, tus manos. ¿Es grave?
– Quemaduras leves, me pondré bien. -Reed le apartó un mechón de la cara-. Te quiero, Beth.
Su pequeña se le arrojó a los brazos.
– Yo también te quiero. -Y mientras Reed abrazaba a su hija, oyó la voz de Mia. «Simplemente dile que la quieres, ¿de acuerdo?» Y supo que esa mujer comprendía mucho más de lo que él había querido reconocer. Levantó la cabeza, buscándola, pero no estaba. Se irguió bruscamente. Mia no estaba.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Beth, sobresaltada.
– Tengo que encontrar a la detective Mitchell.
– Se ha ido a un hotel -dijo Larry a su espalda.
– ¿A cuál?
– Dijo que al primero que encontrara. -El rostro de su viejo amigo permaneció deliberadamente indiferente.
Reed aguzó la mirada.
– ¿Por qué habéis llegado juntos?
Larry se encogió de hombros.
– Mia estaba jugando al billar conmigo, Hunter y los muchachos.
El teniente sintió un arranque de celos, rápido y afilado. Mia rodeada de hombres, entre ellos David Hunter, el chico de calendario con quien había tenido un pasado. Larry lo miró con una media sonrisa en los labios.
– ¿Quieres que averigüe a qué hotel ha ido?
– Sí, por favor. -Reed se volvió hacia Beth, que lo estaba observando con mirada cómplice-. ¿Qué?
– La detective Mitchell me dijo que te lo contara, que eras un buen padre y que te lo debía. Tenía razón. Lo siento, papá.
– No sé qué hacer con respecto a ella, Beth. No es… como tu madre.
– ¿Y? Papá, la última vez que vi a mi madre, estaba muerta. -Respiró hondo-. Pero tú estás vivo.
En cierto modo, era así de simple.
– Te pareces tanto a tu madre… Ella también escribía poesía. -Que el fuego había destruido, pero se enfrentaría a esa pérdida más tarde.
– ¿En serio? ¿Por qué no me lo contaste?
– Quizá porque yo también quería tener algo de ella que fuera solo mío. -Reed posó las manos en las mejillas de su hija y habló con suavidad-. Estás castigada el resto de tu vida.
Beth lo miró boquiabierta. Hizo ademán de protestar, pero cambió sensatamente de parecer.
– Vale.
– Y ahora, creo que he oído que Biggles precisa atención médica. Está allí. -Reed señaló al cachorro-. Ve a ver qué necesita mientras yo termino con esto.
Domingo, 3 de diciembre, 3:15 horas
La historia de la aviación era mejor esta segunda vez. Mia se encontraba tumbada en la cama del hotel con Percy acurrucado sobre la barriga. El Canal de Historia estaba repitiendo la programación y ya había visto la historia antigua de Grecia y Roma. La comentaría con Jeremy cuando se instalara en casa de Dana. El muchacho estaría bien allí y ella podría ir a verlo siempre que…