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– Bien -dijo Spinnelli-. ¿Hemos conseguido algo de los dos chicos del Centro de la Esperanza?

– Miles habló con ellos -informó Mia-. Thad reconoció, al enterarse de que Jeff había muerto, que fue él quien le agredió. Dijo que Jeff y Regis lo hicieron mientras Manny vigilaba la puerta. Lo amenazaron con destriparlo como a un cerdo si lo contaba, así que no lo contó. Regis Hunt será trasladado a una cárcel de adultos mientras se lleva a cabo una investigación y se celebra el juicio. Thad pasará a otro centro de menores. Pero el doctor Bixby sigue sin aparecer.

– No está en casa, ni vivo ni muerto -confirmó Spinnelli-. He difundido los datos de su coche.

– Y no parece que sus llaves estén en esta mesa -añadió Roed.

– Por lo que podría estar vivo y escondido, o muerto y escondido. ¿Qué más? -preguntó Spinnelli.

– Solo algo que dijo Jeremy -dijo Mia-. Haz memoria, Murphy. Dijo que White enterró algo en el jardín el viernes pasado, el día después de Acción de Gracias. Si mató a alguien entonces, todavía no lo hemos encontrado.

Llamaron a la puerta y un agente asomó la cabeza.

– ¿Teniente Spinnelli? Soy del depósito municipal. Le traigo una prueba.

– Gracias. Esperemos que resulte útil. -Spinnelli le entregó el libro a Mia cuando el agente del depósito se hubo marchado-. Haz los honores.

La detective se puso unos guantes y extrajo el libro del sobre.

– Un libro de matemáticas. Y dentro… -Levantó la vista-. Recortes de periódico. De Hill y Burnette. -Torció el gesto-. Y de mí. De cuando detuve a DuPree. Y aquí está el recorte donde sale mi dirección; muchas gracias, Carmichael, y… caramba. -Sonrió-. Un recorte de la Gazette de Springdale, Indiana, Dos muertos en el incendio de la noche de Acción de Gracias. Con fecha del día después de Acción de Gracias.

– La primera vez que Jeremy vio a White enterrar algo en el jardín -murmuró Murphy-. ¿A quién mató?

Mia leyó el artículo por encima y el corazón se le aceleró.

– Una de las víctimas es Mary Kates. Kates es uno de los apellidos que aparece en la lista de Servicios Sociales. -Rescató rápidamente la lista-. Hay dos nombres. Andrew y Shane Kates. Son hermanos. La edad de Andrew coincide.

– Bien. -Spinnelli se paseó por la sala-. Muy bien. Ahora que sabemos quién diablos es ese tipo, necesitamos saber dónde piensa atacar de nuevo o dónde tiene intención de esconderse o huir. Encargaos vosotros cuatro de averiguarlo. Telefonearé al capitán y le diré que por fin hemos hecho progresos.

Mia se sentía renovada, llena de energía. Contempló la mesa con todos los recuerdos mientras el corazón le palpitaba con fuerza.

– Andrew Kates, tienes los días contados, hijo de puta.

Sábado, 2 de diciembre, 17:15 horas

La cabeza le sudaba a causa de la peluca.

– ¿Por cuánto lo alquila?

Estaba en un apartamento vacío del edificio de Mitchell. La portera, una mujer mayor, tenía la llave en la mano. Él estaba esperando el momento oportuno para sacarle la información que necesitaba. Si no podía facilitársela, le arrebataría las llaves y registraría personalmente el apartamento de Mitchell.

– Ochocientos cincuenta -dijo la mujer-, a pagar el primero de cada mes.

Hizo el gesto de mirar en los armarios.

– ¿Y es un barrio seguro?

– Muy seguro.

No más de un par de tiroteos a la semana en la calle. Esa mujer mentía, más que la peluca que él llevaba.

– Leí lo de esa detective en el periódico.

– Oh, eso. Se ha mudado. A partir de ahora estaremos más tranquilos.

El pánico le subió a la garganta. Pero probablemente la mujer mentía.

– Qué rápida.

– Bueno, los de la mudanza no han venido aún, pero ya no duerme aquí. No tiene de qué preocuparse.

Tenía mucho de qué preocuparse. Quería a Mitchell. Tenía que meterse en su apartamento antes de que trasladara todas sus cosas. Seguro que había una forma de saber adónde había ido. Consideró la posibilidad de pegarle un tiro a la vieja ahí mismo, pero la pistola nueva que ocultaba en la cinturilla hacía mucho ruido. Tyler se había creado una auténtica colección de armas. Le habría gustado llevárselas todas, pero tenía que viajar con poco equipaje, de modo que solo se había llevado dos. Una del calibre 38 y otra del 44, y las dos alertarían a los vecinos si las disparaba. Así pues, tendría que recurrir al método tradicional. Extrajo de debajo de la chaqueta su llave inglesa y golpeó a la mujer en la cabeza. Cual muñeca de trapo, la mujer se derrumbó y la sangre empezó a empapar la moqueta, La ató de pies y manos y la amordazó antes de meterla en el armario.

Entró con la llave en el apartamento de Mitchell. Necesitaba un decorador. Registró meticulosamente el armario de los abrigos. Aparte de una bandera doblada en tres sobre el estante, estaba vacío. El armario de la cocina estaba repleto de cajas de tartaletas para tostar y el congelador, de comidas para microondas. Antes que un decorador, necesitaba un nutricionista.

El dormitorio era un caos. Las mantas estaban amontonadas en el suelo. Sobre la mesilla de noche, curiosamente, descansaba una caja de condones abierta. En el armario había tal desorden que era imposible saber si se había llevado ropa o no. Frustrado, regresó a la sala. Una pila de correspondencia cubría el escritorio. La examinó con avidez. Lo único remotamente personal era una postal con un cangrejo en primer plano. «Querida Mia, ojalá estuvieras aquí con nosotros. Te echamos de menos. Un abrazo, Dana». ¿Dana? ¿Una amiga con la que Mia podría haberse alojado?

Abrió el cajón del escritorio y, sonriendo, extrajo un álbum de fotos. Acababa de dar con una mina de oro. Abrió la tapa y suspiró. Mitchell era tan caótica con sus fotos como con todo lo demás. No había una sola foto metida en las fundas de plástico. Estaban todas amontonadas, como si las hubiera echado ahí con la idea de ordenarlas algún día. ¿Cómo había conseguido llegar tan lejos?

En lo alto del montón descansaba una esquela que había arrancado del periódico y cuyos bordes no se había molestado en recortar. Reprimió el impulso de hacerlo él y la leyó. Su padre había muerto cuatro semanas antes. Qué interesante. Su madre aún vivía. Más interesante aún. Seguro que obedecería si su madre estuviera en peligro.

Siguió buscando. Muchas fotos del colegio. Y la foto de una boda. Mitchell de rosa junto a una pelirroja alta vestida de blanco. Detrás ponía: «Mia y Dana». Bingo. Pero Dana qué. ¿Y dónde podía encontrarla? Pide y se te dará. Debajo de la foto nupcial había una invitación. Dana Danielle Dupinski y Ethan Walton Buchanan se complacen en invitarle… Estaba intacta. Sonrió. Había sido dama de honor, de modo que no había necesitado enviar contestación. Se guardó la esquela y la tarjeta en el bolsillo. Dana Dupinski vivía por lo menos a media hora de allí. Debía darse prisa.

Sábado, 2 de diciembre, 18:45 horas

– Hablad -dijo Spinnelli desde la cabecera de la mesa de reuniones. Se habían congregado de nuevo; Reed y Mia, Murphy y Aidan, y Miles Westphalen-. ¿Qué sabemos?

La mesa volvía a estar llena, esta vez de papeles. Después de más de siete horas de llamadas telefónicas, faxes y correos electrónicos, habían logrado reconstruir gran parte del pasado de Andrew Kates. Reed se sentía animado. Estaban cada vez más cerca.

– Sabemos dónde ha estado Andrew Kates -dijo-, adónde es probable que vaya y, lo más importante, por qué el diez es el número mágico.

Mia apiló sus notas.

– Andrew y Shane Kates son hijos de Gloria Kates. Aidan ha seguido el rastro de Andrew hasta el centro de menores de Michigan, que le ha enviado por fax copias de sus partidas de nacimiento. En ninguna de las dos aparece el nombre del padre. Andrew es cuatro años mayor que Shane y cumplió condena en el centro de menores de Michigan por robar un coche cuando tenía solo doce años. Nadie de allí se acuerda de él, pero han pasado diez años.

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