Al final de la cadena había un anillo. Una sencilla alianza de oro. «Todavía lleva su anillo de bodas». El corazón se le encogió dolorosamente, pero su mano se empeñó en torturarla y levantó la cadena. El anillo se balanceó, reflejando la luz de la lámpara.
Reed despertó sobresaltado. Una de sus manos se aferró al anillo mientras la otra apretaba la muñeca de Mia con tanta fuerza que le arrancó una mueca de dolor.
– Me haces daño -susurró.
La soltó de inmediato, pero siguió aferrado al anillo. Su expresión era dura y grave.
– ¿Qué haces aquí?
Mia dio un paso atrás.
– Está claro que cometer un gran error. Buenas noches, Reed.
Salió de la habitación, bajó la escalera y se marchó. Con mano temblorosa, logró encajar la llave en la cerradura de Lauren y cruzó la puerta como una bala. Se detuvo en el vestíbulo, jadeando como si acabara de correr un kilómetro. Pensaba que él la seguiría. He ahí otro gran error. Ahora todo su cuerpo temblaba. Violentamente.
Estúpida. No había comido nada desde… no podía recordar cuándo. Pese al nudo en el estómago, engulló un trozo de pizza fría. Cuando iba por el segundo, la puerta se abrió. Reed tenía el semblante afligido, la camisa abotonada. Si todavía llevaba el anillo, había tenido la decencia de esconderlo. No, estaba siendo injusta con él. El anillo era asunto suyo. «Te lo dijo desde el principio, Mia. Sin compromisos».
– Tenemos que hablar, Mia.
Meneó la cabeza.
– Estoy bien, Reed. Vuelve a la cama. -Él no se movió y Mia se impacientó-. ¿Sabes? He tenido un día atroz. Ahora me gustaría estar sola.
Reed se acercó y colocó una mano en su mejilla.
– Lo siento, no era mi intención hacerte daño.
– No lo sientas. -Se tragó el nudo que se le había formado en la garganta-. Desde el principio me dijiste lo que querías. Soy yo la que está constantemente sobrepasando la línea. No puedo jugar de acuerdo con tus reglas, Reed. No puedo tener una relación sin compromisos. Me equivoqué al intentarlo.
Reed se quedó muy quieto.
– En ese caso, quizá deberíamos cambiar las reglas.
La esperanza encendió un pequeño fuego en el corazón de Mia. Entonces introdujo la mano en su camisa, sacó la cadena de la que pendía el anillo de oro y el fuego se extinguió.
– ¿Sabes? Me he pasado casi toda la vida compitiendo con un niño muerto que no sabía que existía, por el amor de un hombre que no se merecía ni mi desprecio. No pienso competir con tu esposa muerta, Reed, aunque el premio sea tan… valioso. Creo que me merezco algo mejor. Y ahora creo que deberías irte. Me marcharé de aquí mañana.
Esperaba que discutiera, pero Reed se limitó a mirarla con expresión triste y grave.
– Nos veremos mañana en el trabajo.
– A las ocho. En el despacho de Spinnelli. Allí estaré.
No le acompañó a la puerta. Se volvió hacia el jardín, deseando que las cosas fueran diferentes. Que ella fuera diferente. En ese momento algo le rozó la pierna y pegó un brinco.
Percy le clavó una mirada acusadora.
– Miau.
Sonriendo débilmente, Mia lo levantó del suelo.
– Me había olvidado de ti. Al menos tú puedes pedir la cena, a diferencia del pobre Fluffy. -Descansó la mejilla sobre el suave pelaje, sintió el ronroneo-. Comamos, Percy. Y luego, derechos a la cama.
Indianápolis, sábado, 2 de diciembre, 2:15 horas
«Me sorprende que un agente inmobiliario no tenga mejor protegida su casa -pensó mientras cruzaba la puerta del patio de Tyler Young-. Con su pérdida yo salgo ganando». Se echó al hombro su pesada carga y, con sumo sigilo, subió la escalera aguzando el oído, pero no oyó nada salvo los latidos de su corazón. «Al fin».
Finalmente podría enfrentarse a la persona que había matado a Shane, como adulto esta vez, no como el niño indefenso que había sido. En la cama había dos personas durmiendo: un hombre y una mujer. Sobre ella giraba un ventilador de techo que, junto con los ronquidos de Tyler, ahogaba sus pisadas mientras avanzaba hasta el lado de la mujer. Una cuchillada y gorgoteó sin dolor su último suspiro.
Tyler siguió roncando pesadamente, y a esa corta distancia podía oler el alcohol en su aliento. Estupendo. Los borrachos eran presa fácil. No tendría problemas para someterlo.
De niño había soñado con ese momento, en el maldito centro de menores. Cada noche imaginaba su venganza mientras Tyler… Tragó saliva; el recuerdo le revolvía el estómago incluso ahora, después de diez años. Mientras Tyler hacía lo que Tyler hacía. Las fantasías lo habían mantenido cuerdo entonces. Ahora, estaba a punto de hacerlas realidad. Ahora él haría lo que Tyler hacía. Hasta el último paso. Sigilosamente, enganchó al cabecero de la cama la cadena que había traído. En el extremo tenía una esposa y la cerró con un chasquido alrededor de la muñeca rolliza de Tyler. Y contuvo el aliento.
Pero los ronquidos de Tyler continuaron. El trapo para la boca de Tyler estaba empapado de orina, otra de las bromitas que había aprendido del hombre que ahora era su cautivo. Pero ahora tenía sus propias bromas. Con sumo cuidado, sacó el tercero de los cuchillos que había tratado con pasta de curare. Qué fácil de elaborar… y qué exótico… Sosteniendo la pistola con la mano izquierda, abrió una de las venas de Tyler con la derecha. Tyler abrió los párpados de golpe, pero la pistola ya le apuntaba el entrecejo. Sus ojos se inundaron de pánico a medida que tomaba conciencia de la pistola, la cadena, el brazo sangrante.
Mas no lo reconoció y eso le cabreó.
– Soy Andrew. -Supo el momento en que Tyler recordó y rio suavemente-. Dentro de dos minutos no podrás moverte pero sentirás todo lo que te haga. -Se inclinó-. Esta vez tú contarás hasta diez, Tyler. Esta vez tú irás al infierno. Pero primero responderás a algunas preguntas. Voy a retirarte el trapo. Si gritas, te mato. ¿Entendido?
Tyler asintió mientras gotas de sudor cubrían su frente.
Retiró el trapo con una mueca de asco.
– ¿Dónde está Tim?
Tyler se humedeció los labios con nerviosismo.
– ¿Me soltarás si te lo digo?
Ni siquiera había preguntado por su esposa.
– Claro.
– En Nuevo México. Santa Fe. -Retrocedió un centímetro-. Ahora, suéltame.
Antes de que Tyler pudiera reaccionar, volvió a meterle el trapo en la boca.
– Te has vuelto estúpido con los años, Tyler. Deja que te ayude. Uno, dos, tres… -Y mientras contaba, el cuerpo de Tyler se puso rígido-. Diez. Que empiece el espectáculo.
Sabía que no disponía de mucho tiempo. En circunstancias normales, Tyler perdería el conocimiento en menos de diez minutos. Pero después de diez años, quería más de diez minutos y quería a Tyler Young plenamente consciente. Quería que Tyler Young sufriera. Quería que Tyler Young pagara.
Lo tenía todo previsto. Dejó la pistola sobre la mesilla de noche y abrió el instrumental. Como siempre, llevaba su afilado cuchillo, el tubo de plomo y los huevos de plástico que le quedaban, pero esa noche había traído algo más. Sacó de la bolsa una bombona de oxígeno y una mascarilla. Podía multiplicar por tres los minutos de conciencia de Tyler obligando a sus pulmones a llenarse de oxígeno. Tal vez Tyler se desmayara antes por el dolor.
La idea le arrancó una sonrisa.
– ¿Y bien, Tyler? -dijo animadamente, colocando la mascarilla en el rostro paralizado del hombre-. ¿Cómo te va? ¿Has abusado de algún niño últimamente? -Tyler y su mujer no tenían hijos, o por lo menos no vivían con ellos. Había comprobado todas las habitaciones antes de llegar al dormitorio principal, y en esa casa no había niños. Tampoco animales. De modo que podía concentrarse por entero en su trabajo-. ¿No puedes hablar? Qué pena, tendrás que limitarte a escucharme. No te preocupes, te mantendré informado de todos los detalles del proceso. Lo primero que haré será romperte las piernas, sencillamente porque puedo.