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– Se levanta la sesión -dijo el sogún.

– ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Marume a Sano mientras atravesaban el jardín del palacio.

– Movilizamos al Ejército y salimos a cazar al Fantasma -dijo Sano.

Daba igual que Matsudaira le hubiese prohibido usar las tropas para la búsqueda; Sano sabía que estaba perdido hiciese lo que hiciese. Si descuidaba su trabajo, desobedecía órdenes o no lograba atrapar al Fantasma, el resultado sería el mismo: perdería su puesto, fuese a favor de Hoshina o de algún otro. Lo desterrarían o ejecutarían, y Reiko y Masahiro quedarían en grave peligro. Puestos a elegir, finalizaría la investigación. Sobre todo a la vista de que podía ser la última.

Enfilaron el pasaje que llevaba a su residencia, para recoger los caballos. Si debía morir al día siguiente, por lo menos dedicaría ése al trabajo para el que había nacido: servir al honor todo lo bien que estuviera en su mano. Llevaría a Kobori ante la justicia aunque fuese lo último que hiciera.

– ¡Honorable chambelán Sano!

Se volvió y vio al capitán Nakai corriendo hacia él. Gimió para sus adentros. Aunque la última persona a la que le apetecía ver en ese momento era el capitán Nakai, decidió ser cortés, visto todo lo que le había hecho pasar.

– Saludos -dijo Nakai en cuanto llegó a su lado. Siguieron caminando juntos. Con su casco y armadura metálicos resplandecientes a la luz del sol, parecía la viva imagen del perfecto samurái-. Confío en que todo os vaya bien.

– Bastante. ¿Y a vos?

– No va mal -respondió Nakai.

A Sano se le ocurrió que, cuando un hombre esperaba morir pronto, debía quedar en paz con la gente a la que había herido. Aceleró el paso para alejarse con Nakai de los detectives y así hablar en privado.

– Capitán Nakai, quiero disculparme por sospechar de vos. Siento que fuerais acusado y humillado delante del sogún y el caballero Matsudaira. Os ruego me perdonéis.

– Bah, no pasa nada -dijo Nakai-. Es agua pasada. Sin rencores. -Sonrió y le dio una palmadita en el hombro-. Además, he empezado a pensar que fue una bendición disfrazada. Al fin y al cabo, me concedió el privilegio de conoceros.

Sano vio que el capitán había pasado a considerarlo una persona capaz de favorecer sus ambiciones de reconocimiento y recompensa.

– Es posible que conocerme no sea una bendición tan grande como pensáis -dijo Sano. Tal vez no durara allí lo suficiente para otorgar ningún ascenso, aunque siguiera vivo más allá del día siguiente.

Nakai se rió al pensar que Sano estaba de broma.

– Sois demasiado modesto, honorable chambelán. -Era evidente que no conocía la precaria posición de Sano-. Por cierto, ¿cómo va vuestra investigación? ¿Habéis descubierto quién es el Fantasma?

– Sí -respondió Sano, tolerando la charla pero apretando el paso para terminarla antes-. Se llama Kobori. En un tiempo estuvo al servicio del anterior chambelán. Ahora mismo lo estamos buscando por toda la ciudad.

– ¿Kobori? -Nakai se paró en seco con expresión estupefacta-. Era él -musitó para sí. Sus vigorosas facciones se habían relajado de asombro.

– ¿Qué sucede? -Sano estaba desconcertado por su extraña reacción.

– ¿Decís que Kobori es el Fantasma? ¿Y estáis intentando encontrarlo? -Nakai parecía ansioso por verificar que había oído bien. Cuando Sano asintió, susurró-: Dioses misericordiosos. Lo he visto.

– ¿Lo habéis visto? -Sano se quedó pasmado. Miró boquiabierto a Nakai; lo mismo hicieron los detectives Marume y Fukida, que habían llegado a su altura-. ¿Cuándo? ¿Dónde?

– Esta mañana -dijo Nakai-. Por la calle, en la ciudad.

Nakai podía estar inventando una historia para granjearse el favor del chambelán, pero sus palabras tenían un timbre de sinceridad.

– ¿Cómo habéis reconocido a Kobori? -preguntó Sano, de pronto esperanzado en poder cerrar el caso.

– Lo conocía. ¿Recordáis que os conté que tengo lazos familiares con Yanagisawa? Mi primo era su maestro armero. Lo mataron en la batalla. Yo solía ir a verlo al complejo de Yanagisawa. Pensaba que podía ayudarme con mi carrera, visto que ocupaba un puesto de confianza para el chambelán. A veces me presentaba a las personas que pasaban por ahí. Una de ellas fue Kobori. -El capitán sonrió con el aire de quien acaba de resolver un intrincado enigma-. Cuando vi a Kobori esta mañana, no pude recordar quién era ni dónde lo había visto antes. Sólo coincidimos una vez, hace años. Pero cuando habéis pronunciado su nombre, de repente he caído.

No sonaba irrazonable, aunque a Sano le costaba creer que Kobori, objeto de una búsqueda tan exhaustiva, estuviera paseando tranquilamente por la ciudad, donde un conocido había topado con él por casualidad.

– ¿Cómo habéis reparado en él?

– Yo iba de paso, pensando en mis cosas -explicó Nakai-. Sabía que el caballero Matsudaira planeaba bajar a la ciudad esta mañana, y se me ocurrió que sería una buena oportunidad para hablar con él. Veréis, está claro que en la reunión del otro día le causé mala impresión, así que quería mostrarme bajo una luz más favorable. De modo que seguí su comitiva.

Sano se imaginó a Nakai tras la estela de Matsudaira, ansioso por un ascenso y más imprudente que nunca. Un pesar momentáneo nubló el rostro del capitán.

– En fin, sus guardias me dijeron que me largara o me pegarían una paliza. De modo que di media vuelta para regresar al castillo, y entonces vi a Kobori, bueno, en ese momento no recordé quién era pero me sonó conocido. Estaba a un lado de la calle, entre la multitud que esperaba ver al caballero Matsudaira.

Sano se horrorizó al darse cuenta de que el Fantasma había acechado al caballero Matsudaira mientras él peinaba las calles colindantes al Pabellón de Jade en su busca.

– ¿Dónde lo visteis exactamente?

– En la avenida principal.

– ¿Hablasteis con él?

– No. Lo saludé, pero él no me vio. Luego se alejó.

– Supongo que no visteis adonde iba -preguntó Sano. Un simple avistamiento no lo acercaba en nada a la captura del Fantasma. Kobori podría haber llegado a cualquier parte de la ciudad en el medio día transcurrido desde que Nakai lo viera.

El capitán alzó un dedo, radiante.

– Pues sí que lo sé. Quería recordar de dónde lo conocía, y pensé que un vistazo más de cerca tal vez me refrescara la memoria. De modo que lo seguí. Fue a una casa, y lo recibió una chica.

Sano se llevó una nueva impresión al asimilar lo que Nakai había visto: el Fantasma escondiéndose en su guarida, y sin duda la chica tenía que ser Yugao. El vagabundeo sin rumbo de un hombre descontento por la ciudad había cosechado mejores resultados que muchas pesquisas concentradas y diligentes. Sacudió la cabeza, maravillado por las misteriosas permutaciones del destino. ¡Su principal sospechoso original le proporcionaba la pista que lo conduciría al asesino! Increíble.

– ¿Dónde está esa casa? -preguntó, desbordante de emoción ante la perspectiva de capturar a Kobori.

Nakai empezó a responder, pero se interrumpió. Los ojos le centellearon de astucia al comprender que poseía una información vital para Sano.

– Si os lo digo, tendréis que ofrecerme algo a cambio. Quiero un ascenso al grado de coronel y un estipendio que duplique el actual. -Se le hinchó el pecho con impetuosa y codiciosa exuberancia-. Y quiero un puesto a vuestro servicio.

Marume y Fukida estallaron en risas incrédulas y desdeñosas.

– Tenéis mucha desfachatez -dijo Marume.

– Debería avergonzaros pretender favores del chambelán -añadio Fukida.

A Sano también lo molestó la falta de tacto de Nakai, pero necesitaba la información desesperadamente y además le debía un favor. Aunque el capitán tuviera sus fallos de carácter, Sano no le negaría un puesto de vasallo. Había cosas mucho peores que un hombre capaz de matar a cuarenta y ocho enemigos en una batalla.

– Muy bien -dijo-. Te conseguiré ese ascenso y te aumentaré el estipendio cuando tenga tiempo. Sin embargo, desde este preciso instante quedas a mis órdenes, y te ordeno que me digas dónde está esa casa.

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