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Tama no podía estar equivocada. Las niñas de su clase a menudo ven copular a sus padres, y debió de reconocer que el padre de Yugao había estado haciendo con su hija lo que sólo debiera hacer con su esposa.

– Yugao debía de odiar a su padre por eso -pensó Reiko en voz alta-. Debió de odiarlo todos estos años.

– Pero no lo odiaba. A la mañana siguiente, le dije a Yugao que sabía lo que su padre había hecho. Le dije que lo sentía por ella. Pero ella contestó que no le importaba. -Reiko se quedó desconcertada-. Me dijo que si él la deseaba, no pasaba nada porque ella lo quería y era su deber hacerlo feliz. Y es cierto que parecía amarlo. Lo seguía a todas partes. Se subía a su regazo y lo abrazaba.

«Como si fueran amantes en vez de padre e hija», pensó Reiko con un estremecimiento de repugnancia.

– Y él la quería -prosiguió Tama-. Le hacía muchos regalos: muñecas, caramelos, ropa bonita…

Con ellos había pagado la colaboración, el sufrimiento y el silencio de Yugao.

– Si había alguien a quien odiara Yugao, era a su madre -añadió Tama.

– ¿Por qué?

– Se quejaba de que siempre la reñía. No le parecía bien nada que hiciera Yugao. Una vez la vi pegarle tan fuerte que le hizo sangrar la nariz. No sé por qué era tan mala.

Reiko dedujo que la madre sentía celos de su hija por robarle el afecto de su marido. Al no poder castigar al hombre del que dependía para subsistir, la había tomado con Yugao.

– ¿Cuánto tiempo duró eso?

– Hasta que tuvimos quince años. Entonces creo que el padre paró.

Eso sería tres años antes de que la familia se mudara al poblado hinin. Reiko se preguntó si Yugao habría contenido su furia durante tanto tiempo.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo contó ella?

Tama sacudió la cabeza.

– Un día fui a verla. Estaba llorando. Le pregunté qué pasaba y no quiso decírmelo, pero me fijé en que su hermana pequeña Umeko tenía una muñeca nueva. Y estaba sentada en el regazo de su padre y lo abrazaba como antes hacía Yugao. Él no le hacía ni caso.

Reiko se quedó atónita. El hombre había cometido incesto con sus dos hijas, no sólo con una. Al parecer se había cansado de Yugao y Umeko la había reemplazado como niñita mimada y víctima de su lujuria.

– Yugao cambió -explicó Tama-. Casi nunca hablaba. Estaba enfadada todo el tiempo. Ya no era divertida.

Aunque su padre había dejado de violarla, su abandono debió de llenarla de rabia y pesadumbre. Reiko preguntó:

– ¿Qué pasó después?

– Ella pasaba todo el rato en mi casa. Cuando trabajaba en el salón de té de mi padre, me ayudaba.

Reiko imaginó que Yugao había querido evitar su casa, donde vería al padre que la había rechazado, la madre que la castigaba injustamente y la hermana que debía de inspirarle unos celos insoportables. Tama había sido su refugio. Sin embargo, cuando Yugao y su familia se trasladaron al poblado hinin, había tenido que hacinarse con ellos y había perdido a su amiga; no tenía adonde ir. Las tensiones familiares habían estallado en forma de asesinato.

– A los clientes del salón de té les gustaba -suspiró Tama-. Salía fuera con ellos y…

Su pausa conjuró visiones de Yugao copulando con hombres en un callejón oscuro. Reiko sospechó que la chica buscaba en ellos el amor que ya no recibía de su padre.

– Algunos se enamoraron -dijo Tama-. Querían casarse con ella, pero ella era mala con ellos. Los llamaba idiotas y les decía que la dejaran en paz. Se iba fuera con otros delante de sus narices.

A lo mejor también anhelaba vengarse de su padre, ansia que satisfacía hiriendo a sus pretendientes, pensó Reiko.

– Pero más adelante hubo un hombre. Un samurái… -Tama tomó aliento entre dientes.

– ¿Qué pasa? -preguntó Reiko.

– Daba miedo.

– ¿En qué sentido?

Tama arrugó la frente e hizo memoria.

– Eran sus ojos, tan negros y… hostiles. Cuando me miraba daba la impresión de que pensaba en matarme. Y su voz. No hablaba mucho pero, cuando lo hacía, sonaba como el bufido de un gato.

Tama se estremeció, pese a su perplejidad.

– No sé por qué Yugao quiso tener nada que ver con él. Sabíamos que era peligroso. Un día, otro cliente chocó con él. Él lo tiró al suelo y le puso la espada en el cuello. Nunca he visto a nadie moverse tan rápido. -El estupor y el temor le velaban los ojos-. El hombre suplicó piedad, y el samurái lo soltó. Pero podría haberlo matado.

– A lo mejor Yugao buscaba otro hombre que le hiciera daño -caviló Reiko en voz alta.

– El se comportaba casi como si no la viera. Se sentaba y bebía, y ella se sentaba a su lado y le hablaba, y él nunca respondía; sólo miraba al vacío. Pero se enamoró de él. Esperaba todos los días delante del salón de té a que llegara. Cuando se iba, salía corriendo detrás de él. A veces me pasaba días sin verla, porque andaba con él por alguna parte.

Reiko comprendió que Yugao había transferido su amor no correspondido por su padre al misterioso samurái. Conjeturó que la chica se había mantenido en contacto con él tras su traslado al poblado hinin. En ese caso, tal vez hubiera acudido a él al fugarse de la cárcel.

La recorrió un hormigueo de esperanza al preguntar:

– ¿Quién es ese hombre?

– Se hacía llamar Jin. Es todo lo que sé.

Sin un nombre de clan, sería difícil seguirle el rastro.

– ¿Quién es su señor?

– No lo sé.

Reiko combatió el desengaño. El samurái misterioso era su única pista sobre el paradero de Yugao.

– ¿Qué aspecto tenía?

Tama arrugó la frente en un esfuerzo por recordar.

– Era guapo, supongo.

Tras muchos intentos de sonsacarle una mejor descripción, Reiko se rindió.

– ¿Sabes adonde iban él y Yugao al dejar el salón de té?

La chica sacudió la cabeza y luego reflexionó.

– Yo trabajé en una posada antes de venir aquí. A veces, cuando había una habitación libre, los dejaba pasar para que pudieran estar juntos.

Si Yugao y su amante se habían reunido, a lo mejor habían regresado al lugar que les era familiar.

– ¿Cómo se llama esa posada? ¿Dónde está?

Tama le dio las señas.

– Se llama El Pabellón de Jade. -Se desplazó hacia la puerta-. ¿Puedo irme ya? -preguntó con timidez-. Si paso demasiado tiempo fuera, mi señora se enfadará.

Reiko vaciló y luego asintió.

– Gracias por tu ayuda.

Mientras veía a Tama entrar en la casa, se preguntó si habría oído todo lo que la chica sabía sobre Yugao. Tenía la sensación de que la dócil y dulce Tama se las había ingeniado para mantenerle oculto algo.

El teniente Asukai metió la cabeza por la ventanilla del palanquín.

– He oído lo que os ha contado la chica -dijo-. ¿Queréis que vayamos al Pabellón de Jade?

Esa había sido la primera idea de Reiko pero, si Yugao se encontraba con su misterioso samurái y él era tan peligroso como decía Tama, más le valía prepararse para encontrar problemas. Sus guardias eran buenos para protegerla de bandidos y el ocasional soldado rebelde suelto, pero no quería enfrentarlos a una asesina y una incógnita total.

– Antes reuniremos refuerzos -dijo.

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