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— Vamos juntos — propuso de forma inesperada Guianeya.

Murátov se quedó desconcertado.

— Esto no está bien — dijo.

– ¿Por qué? — Guianeya estaba francamente asombrada —. No puedo comprender esto. Ya hace tiempo Marina me dijo que entre ustedes no está bien mirado el que se bañen juntos las mujeres y los hombres. Pero yo misma he visto como se bañan en el mar. Y cuando yo me ponía el traje de baño, Marina me permitía bañarme en la piscina delante de todos, ¿Por qué? ¡Explíquemelo, Víktor! Tengo grandes deseos de comprenderles.

Murátov sentía, una vez más, que se encontraba en el umbral de uno de los enigmas relacionados con Guianeya. Era insignificante en relación con los otros, pero era un enigma. Y tenía esperanzas de que se aclarara, ya que era la misma Guianeya la que lo pedía.

Se reconcentró para aclararlo desde el punto de vista terrestre.

— Esto, Guianeya, se explica por muchas causas — dijo Murátov —. Pienso que la fundamental consiste en que las personas tienen la costumbre de cubrir su cuerpo con ropa. El llevar constantemente ropa ha conducido poco a poco a que las mujeres y los hombres se avergüenzan de la desnudez. Claro, yo comprendo perfectamente su punto de vista y considero que incluso es más moral que el nuestro. Pero las costumbres arraigadas en la conciencia son una gran fuerza. Ahora — añadió — ¿lo comprende usted?

Pensó que había dado satisfacción completa a su incomprensión.

— Usted no me ha aclarado nada — dijo Guianeya inesperadamente para él —. Pero me parece que yo misma he acertado en qué consiste el hecho. Según ustedes, el traje de baño oculta el cuerpo y no se le ve. ¿Es así?

Y Murátov de repente comprendió todo. Su pregunta le descubrió la verdad.

¡He aquí en qué consistía! Se había olvidado de las radiaciones térmicas de todos los cuerpos vivos, que Guianeya y las personas de su planeta captaban como luz.

Los prejuicios son como garfios. Y Murátov, junto a la satisfacción que sentía por haber descubierto un enigma, se encontraba profundamente turbado. Su traje no ocultaba su cuerpo a los ojos de Guianeya, y ella hasta ahora pensaba que las personas de la Tierra veían su cuerpo estuviera o no vestida.

De esto se desprendía la ausencia incomprensible en Guianeya del pudor femenino. La ropa en su mundo sólo servía para defender del frío y del polvo.

Leguerier está equivocado. Sus suposiciones sobre la conducta de Guianeya, en el primer día de su encuentro con las personas terrestres, eran falsas. Ella no comprendía la diferencia de ir vestida o no.

Y el corte de sus vestidos, que todos calificaban como una manifestación de coquetería, era debido a la costumbre, en la que no había ninguna pretensión de recalcar su belleza y atracción.

Al mismo tiempo la indumentaria tenía un determinado significado. Esto se manifestó»

cuando Guianeya se puso el quimono que le regalaron en el Japón y se interesó claramente en saber si le sentaba bien o no.

«Es difícil descifrar la concepción del mundo de los seres de otro planeta — pensó Murátov —. Entre nosotros sólo hay un parecido exterior, pero interiormente somos completamente diferentes».

Estaba convencido de que ahora, después de lo que sabía, Guianeya no le invitaría a ir con ella a la piscina. Pero no tenía en cuenta que la conciencia de la persona no puede cambiar instantáneamente. De ninguna manera podía surgir la idea en Guianeya de que mostrar el cuerpo podía ser motivo de vergüenza. El comprendió esto cuando Guianeya dijo:

— Sigo sin comprender por qué no puede ir usted conmigo.

– ¡Vamos! — dijo Murátov.

Guianeya se alborozó como si fuera una niña.

— No me gusta estar sola — dijo ella, desmintiendo con estas palabras otro equivocado concepto. Todos consideraban que a Guianeya le gustaba la soledad y que sólo por necesidad aguantaba la presencia cerca de ella de Marina Murátova —. Sobre todo cuando nado. Uno solo es aburrido. ¿Jugaremos carreras, si usted quiere?

Ya se había olvidado de la reciente conversación y se había olvidado, porque no le daba ninguna importancia.

— No sé si la podré alcanzar — dijo Murátov —. Soy un nadador regular.

— Es una pena que no tengamos un balón. — Guianeya pronunció la palabra «balón» con gran dificultad —. Me gusta jugar con él sobre todo en el agua. Marina y yo lo hacíamos.

– ¿Por qué no? — contestó Murátov —. A lo mejor aquí encontramos alguno. Ahora miraré. Podemos invitar a alguien más a jugar al waterpolo.

En la estación claro está, había un balón para jugar al waterpolo y también se encontraron aficionados a este antiguo juego.

Pero nadie estaba de acuerdo con la opinión de Murátov.

«Guianeya puede hacer lo que quiera — le contestaron —, nosotros obraremos según nuestras costumbres».

Y siete personas se zambulleron en el agua de la piscina con los gorros y trajes tradicionales de los nadadores.

Guianeya no sólo no prestó ninguna atención al «atraso» de sus compañeros, sino que incluso no notó nada. Si Murátov hubiera pensado como es debido, hubiera comprendido que ella no podía notar nada de esto.

El juego duró mucho tiempo y terminó con la completa derrota del equipo del que formaba parte Murátov y que jugaba contra Guianeya. Nadie pudo contraponerse a su agilidad y a la fuerza de sus tiros.

En la Luna no había buenos deportistas, y en la portería que defendía Víktor dieciocho veces entró el balón lanzado por la mano de Guianeya. Sus compañeros vieron inmediatamente qué clase de deportista tenían en sus filas, todo el partido dependió de Guianeya. Jugaba adelantada y cada arranque terminaba en gol.

— Con usted no se puede jugar — dijo enfadado Víktor, cuando excitados y cansados, salieron todos del agua —. ¿Existe este juego en su patria?

— Entre nosotros no puede existir porque no tenemos balones.

Después de la cena, Murátov fue de nuevo a la habitación de Guianeya, se sentó y conversó con ella. Ella misma le pidió que viniera. Parecía que pasada la discrepancia sentía hacia Víktor una simpatía especial.

Tuvo tiempo de contar a todos su descubrimiento pero la novedad no asombró a ninguno.

— Así tenía que ser — dijo Tókarev —. Las radiaciones térmicas infrarrojas pasan a través de los tejidos y Guianeya ve todo lo que está oculto a nuestros ojos. Pero ve de otra forma distinta que cuando los cuerpos no están cubiertos. Sería muy interesante si Guianeya nos pintara al hombre tal como ella lo ve.

— Sí, pero nosotros no tenemos pinturas para reflejar la luz infrarroja — dijo Stone —. Es completamente probable que Guianeya no la capte tal como nosotros la vemos en la plantalla infrarroja. Murátov intentó en la conversación aclarar esta cuestión.

— Cierto, no sé como explicárselo — contestó Guianeya —. Este color se mezcla con otros y es difícil separarlo. Por esto yo sólo dibujo con lápiz. Ustedes no tienen pinturas necesarias. Precisamente esto me ha conducido a la idea de que ustedes no ven como nosotros. Y es imposible explicar cómo es el color que ustedes nunca han visto.

— Es decir — manifestó Murátov — ¿ustedes instantáneamente, con una mirada, determinan la temperatura del cuerpo?

— Nosotros no tenemos la palabra «temperatura», y nunca medimos el grado de calentamiento. ¿Para qué? Si lo vemos.

«He aquí por qué ella rechazó el termómetro que le ofreció Jansen — pensó Murátov —. No comprendió lo que él quería hacer».

— Cuando ustedes se acercaron hacia Hermes, ¿vieron que el asteroide estaba habitado?

— Sí, los cuerpos celestes de tales dimensiones son fríos, y. nosotros notamos que la construcción artificial — entonces no sabíamos lo que era — emitía luz de dos clases:

artificial que es fría, y animal, caliente. Comprendimos que allí había seres vivos, claro está, personas.

— Por su parte — dijo Murátov, regocijado al ver que tenía la posibilidad de aclarar algo más — fue muy arriesgado desembarcar de la nave sin reserva de aire.

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