Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Solamente Guianeya podía ver a simple vista la base, pero nadie se esforzaba por verla inmediatamente. Buscaron los lugares favorables para la base, aquellos en que ellos mismos la hubieran instalado si estuvieran en lugar de los compatriotas de Guianeya.

Consideraron lo más probable que si la base se encontraba aquí, estaría ubicada al pie de las rocas, en la parte norte.

Las máquinas marchaban lentamente a una velocidad de quince a veinte kilómetros por hora.

El interior de los todoterreno era espacioso, estaba fresco e incluso había comodidad.

Guianeya - doc2fb_image_03000008.png

La fuerza de gravedad, seis veces menor que la de la Tierra, creaba la impresión de ligereza de movimientos, de que una fuerza extraordinaria llenara todos los músculos del cuerpo.

A Murátov le gustaba esta sensación. El sillón en que estaba sentado, no muy blando al tacto, parecía como si fuera de pluma. Ningún almohadón de la Tierra podía ser tan blando, ya que su cuerpo pasaba aquí seis veces menos que en su planeta.

Miraba atentamente la llanura inundada por la luz solar, lo que no le quitaba el aspecto tenebroso. La llanura parecía cavada por un arado gigantesco. Comprendía que a él y a Tókarev les habían encargado precisamente esta parte porque aquí había menos probabilidades de encontrar la base. Los dos eran los observadores menos experimentados, y por esto era poco probable que vieran un lugar conveniente.

Era una pena que no se viera la Tierra en el cielo negro, sembrado espesamente de estrellas. Stone iba muy pegado a las montañas. Murátov tenía grandes deseos de contemplar el aspecto del planeta natal. Lo había visto desde la astronave, pero durante poco tiempo, y no se había saciado de esta visión insólita.

Después de hora y media de tensa atención, ésta se debilitó un poco y Murátov empezó a pensar en otras cosas. Sus pensamientos volvieron otra vez hacia Guianeya y las causas de su cólera.

Para él estaba claro que no había ninguna causa.

«Puede ser, pensó, que me equivoque, y que Guianeya no se haya enfadado conmigo, sino que tema que le haga más preguntas, y huya de mí sólo porque no quiere contestarme».

Esta idea era agradable para él, ya que la hostilidad inesperada de Guianeya apenaba a Murátov.

¿Con qué y cómo corregir la situación?…

Transcurrió una hora más. Los todoterreno se encontraban ya a más de cincuenta kilómetros de la estación. Poco a poco empezó a dominar el aburrimiento a todos los miembros de la expedición.

Stone se percató de esto.

Mandó detener a su todoterreno y tras él las otras máquinas.

— Propongo que desayunemos — dijo alegremente Stone —. Descansemos y después iremos más adelante.

– ¿A qué distancia piensa usted alejarse hoy? — preguntó Tókarev.

— No más de setenta kilómetros. Si creemos en lo que ha dicho Guianeya, es inútil buscar más adelante, ya que entonces se verá perfectamente la Tierra. Guianeya ha dicho que la base está ubicada en un lugar desde el que no se ve la Tierra. Es posible que podamos hoy mirar también la parte oriental.

— Esto será agotador.

— No es gran cosa. No podemos demorarnos Veo, que ustedes, habitantes de la Luna, se han apoltronado aquí — dijo en broma Stone —. Les obligaremos a trabajar a lo terrestre.

— Como si en la Tierra se trabajaran los días enteros — replicó Tókarev.

— Si es necesario, sí — contestó serio Stone.

Todos se negaron a desayunar, y después de unos diez minutos de parada las máquinas marcharon otra vez hacia adelante.

— Camaradas — dijo Stone dirigiendo sus palabras no sólo al equipo de su máquina sino también a todos los restantes —. Miren atentamente. Aquí no volveremos por segunda vez.

– ¡Miramos!.. ¡Miramos!.. — se oyó como respuestas —. Miramos, pero no vemos nada —. Murátov reconoció la voz de Sinitsin.

— La veremos, pueden estar seguros — contestó Stone —. Si no hoy, mañana.

Lo más difícil de todo era luchar contra la somnífera uniformidad del paisaje lunar.

Parecía que los todoterreno se encontraban todavía cerca de la estación. No se podía observar ningún cambio en el paisaje, sobre todo en aquella parte adonde miraban Murátov y Tókarev. Todo era exactamente lo mismo que antes.

— Planeta asombrosamente aburrido — dijo Tókarev.

– ¿Hace mucho tiempo que está aquí? — preguntó Murátov.

— Casi un año.

– ¿Y ni una vez ha vuelto a la Tierra?

— No tuve tiempo — contestó Tókarev —. Hoy por segunda vez he salido de la estación.

Tenemos un trabajo muy interesante y necesario — añadió queriendo aclarar.

«Por todas partes lo mismo — pensó Murátov —. Todos se dedican a su causa y se olvidan de sí mismo. ¡A pesar de todo es interesante vivir en el mundo!»

Y de repente oyó como Guianeya preguntó a García:

— Dígame: ¿cómo consideran ustedes en la Tierra a la muerte?

— Creo que lo mismo que en cualquier otro mundo poblado — contestó el ingeniero, asombrado de una pregunta tan inesperada.

— Esta no es una contestación. — Murátov oyó que la voz de Guianeya resonaba irritada —. ¿No me podría usted contestar más exactamente?

García calló durante un rato pensando en qué decir. Murátov decidió que se había presentado un momento oportuno para hablar de nuevo con Guianeya.

— La muerte — dijo sin volverse — es un hecho triste. Pero por desgracia inevitable y obligatorio. Las personas son mortales y no hay nada que hacer. Cuando muere una persona allegada, es una gran pena para todos aquellos que la conocían. Pero es una pena para todos cuando muere una persona que es necesaria a la humanidad. Y cuando uno mismo muere, siente lo poco que ha podido hacer. Consideramos la muerte como un mal inevitable, y esperamos vencerla en el futuro.

No sabía si Guianeya le quería escuchar o no. Pero le escuchó y no le interrumpió, y esto era suficiente.

Resultó que hizo una conclusión apresurada.

— Espero la contestación — dijo Guianeya.

– ¿Es que usted no ha oído lo que ha dicho Murátov? — preguntó García.

— Yo le pregunto a usted.

— Comparto completamente lo dicho por Murátov.

Murátov casi no pudo contenerse para soltar la carcajada. Era una salida completamente infantil. A pesar de todo, ¡qué inocente es Guianeya!

¡Se ve que, en realidad, es joven, muy joven!

Con interés esperó lo que ella fuera a preguntar. Si ella calla, esto significa que su pregunta fue completamente casual, y Murátov no pensaba así.

Pasados unos minutos de silencio Guianeya de nuevo se dirigió a García.

– ¿Justifican ustedes en la Tierra el suicidio o el asesinato? — preguntó Guianeya.

— Estas son dos cosas completamente diferentes — contestó Raúl — y no se pueden juntar en una pregunta. Es imposible justificar el asesinato. Es el delito más grave y repugnante que se puede uno imaginar. En lo que se refiere al suicidio, esto depende de sus causas. Pero, como regla, consideramos el suicidio como un acto de falta de voluntad o de cobardía.

– ¿Es decir, entre ustedes tampoco se puede calificar este acto de «bello»?

«¡Vaya lo que es! — pensó Murátov —. La ha ofendido que yo haya calificado de «bella»

la muerte de Riyagueya. Pero debió comprender cuál era el sentido que yo daba a esta palabra».

— Cierto — contestó García. El suicidio de ninguna manera es una cosa «bella».

— Hace poco he escuchado otra cosa — dijo Guianeya.

– ¿De quién?

Murátov estaba sentado de espaldas a Guianeya y no vio si le señalaba o no. No siguió ninguna contestación.

En esto se manifestaba una diferencia entre los puntos de vista de las personas de la Tierra y de los compatriotas de Guianeya. Por lo visto, en su patria, la muerte voluntaria por cualquier causa era o se consideraba tan mal que al escuchar Guianeya las palabras de Murátov le tuvo por un «engendro moral» y no quería tener relaciones con un «intelecto tan bajo».

47
{"b":"114909","o":1}