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– ¡Qué tontería! Alguna vez sabremos la causa del trato especial que me concede.

Este es otro enigma de Guianeya. ¿Entonces, os marcháis hoy?

— Sí. Le he propuesto visitar las islas del Japón donde ella todavía no ha estado. Por primera vez Guianeya ha estado de acuerdo en ir en avión. Por lo visto quiere cuanto antes alejarse de aquí.

– ¿Sería conveniente que os fuera a despedir?

— Claro que no. Me parece que Guianeya no quiere verte. Es posible que me equivoque.

— No te equivocas — dijo Murátov —. Lo pregunté maquinalmente, sin pensarlo. ¡Feliz viaje! Dos palabras más. Te predigo que Guianeya pronto de nuevo me recordará. Ha hablado y querrá, deberá querer, decir más.

Murátov desconectó el radiófono.

Los acontecimientos transcurrían a un ritmo veloz. ¡Qué pena no haber cumplido antes el deseo de Guianeya y haber esquivado tanto tiempo la entrevista con ella! La Sexta expedición lunar podría no haber vuelto con las manos vacías si la respuesta de la huésped la hubiera obtenido hace medio año.

Murátov estaba convencido de que comprendía justamente el estado en que ahora se encontraba Guianeya. Algo la obligó a infringir su silencio y esto lo hizo en el momento cuando se encontraba fuertemente agitada y algo que la intranquilizaba hizo, posiblemente, que lo realizara casi en contra de su voluntad. Ahora se arrepentía de esto.

Y si no se arrepentía le remordía la conciencia de «haber entregado» a sus compatriotas.

¿En qué consistía la traición?

Por lo visto era justa la suposición, cpe él manifestó a su tiempo, de que los satélitesexploradores habían sido enviados hacia la Tierra con objetivos hostiles, y eran un peligro.

De otra forma no se podían interpretar las palabras de Guianeya de que ella «salvaba» a las personas. Guianeya violaba los planes de su patria, traicionaba a sus compatriotas al aconsejar la destrucción de los satélites.

¿Qué la había obligado a hacer esto?

A Murátov ni siquiera le pasaba por la imaginación el que Marina pudiera estar en lo cierto al explicar de una forma tan sencilla el trato especial que mantenía con él Guianeya.

Sabía que las facciones eran parecidas a las de su compatriota. Supongamos que precisamente esto puede provocar en ella un sentimiento de simpatía, pero le parecía imposible que pudiera provocar amor, en el sentido estricto como se comprende en la Tierra, a un ser de otro planeta completamente extraño. Nunca podría amar a Guianeya igual que a una mujer de la Tierra.

«Esto sólo lo puede explicar un hecho — pensaba Murátov yendo de un rincón a otro de la habitación —. Estuvieron en la Tierra hace mucho tiempo y se llevaron una mala impresión de las personas de aquellos tiempos. Particularmente si esto tuvo lugar durante la Edad Media, en el oscurantismo y las hogueras de la inquisición. Sobre todo en España. Guianeya, por lo visto, se encontraba en la Tierra con la seguridad de que nuestra sociedad no se diferenciaba mucho de la de los tiempos anteriores, y convencida de su error comprendió que éramos mejores y más nobles de lo que ella pensaba.

Aunque en esto también hay contradicciones. Se presentó a nosotros en Hermes, vio a las personas de la Tierra en el asteroide, en el observatorio astronómico creado artificialmente, en una estación científica fuera del planeta y, por consiguiente tuvo que quedar inmediatamente claro para ella que habíamos dejado muy atrás el salvajismo y la barbarie. ¿Es posible que lo comprendiera precisamente entonces? ¿Si es así por qué ha callado tanto tiempo? ¿Qué significaban sus palabras: Riyagueya tenía razón»? Lo había comprendido hace mucho tiempo, según dijo, pero no desde el principio. ¿Quién era este Riagueya o Riyagueya, como ella le nombraba? Por lo visto era en su patria una persona progresiva. Guianeya se había convencido de que tenía razón. Esto significa que antes dudaba. Cualquiera desenreda esta maraña. Pero ella nos lo contará todo. Sólo hace falta que sea lo más pronto posible».

Comprendía que no podía contar con que la conversación tuviera en un plazo corto. No se podía prever el tiempo que necesitaba Guianeya para tranquilizarse completamente, soportar todo lo ocurrido, abrir por completo su corazón. No había ninguna seguridad de que de nuevo no se encerrara en sí misma.

Tenía fe en que no se equivocaría al decir a Marina que Guianeya hablaría tarde o temprano. ¡Así tenía que ser y así será!

Incluso teniendo un concepto optimista referente a Guianeya y creyendo en su buena voluntad, no pudo suponer que su profecía se cumpliera tan rápidamente, como en efecto sucedió.

Esa misma tarde recibió una carta de Guianeya.

La esquela introducida en el mismo sobre aclaraba que Guianeya había escrito la carta un poco antes de salir para el aeropuerto.

«Se ha tranquilizado completamente — comunicaba Marina —. Se porta como siempre, bromea y habla todo el tiempo en español. No estoy muy satisfecha de esto, pero Guianeya me ha prometido darme lecciones diarias de su idioma. Y parece que está dispuesta a hacerlo con toda intensidad. ¡Por fin!»

La carta de Guianeya era corta, escrita con una letra igual y clara y sin ninguna falta gramatical.

Le emocionó tanto el hecho a Murátov que no pudo comprender inmediatamente el contenido de la carta. Guianeya podía hablar en español, pero escribir… Esto testimoniaba que sabía el idioma como los mismos españoles. ¿Lo había estudiado en otro planeta?

¿Quién y para qué tenía necesidad de esto?…

La carta de Guianeya demostraba mejor que el lenguaje oral sus conocimientos del idoma español antiguo y no del moderno, Murátov sabía que en el Instituto de lingüística no habían podido llegar a una conclusión determinada. Su idioma podía pertenecer a los finales del siglo diecinueve, pero podía también haber existido mucho antes como dialecto. El enigma continuaba siendo enigma.

Tuvo que leer la carta por segunda vez.

«Víktor — escribía Guianeya —. Usted me ha obligado a decir más de lo que quería, pero no lo siento. Las personas de la Tierra no merecen la suerte que se les preparaba. A lo que dije tengo que añadir algo, de lo contrario no le será útil. Lo que ustedes quieren encontrar no es visible para el ojo humano. Esto lo sé por boca de Riyagueya. Lo que hay que hacer, no lo sé. Piénselo usted.

Guianeya.»

Escribió su nombre con letras latinas, tal como le pronunciaban en la Tierra.

«Ahora sabemos todo,» pensó Murátov.

Leía la carta por tercera vez cuando llegó Serguéi.

Y pasados unos veinte minutos apareció Stone en la habitación de Murátov.

Ninguno de los dos sabían español y Murátov les tradujo la carta de Guianeya.

— Esto se podía prever — dijo Serguéi —. Sabíamos ya antes que los satélites eran invisibles. De lo que se deduce que su misma base es también invisible.

— Es posible que esto explique por qué no podemos encontrar de ninguna forma esta base — dijo Stone —. La buscamos en el subsuelo y es posible que esté ubicada abiertamente en la superficie. En la zona del cráter Tycho hay resquebrajaduras amplias y profundas, mesetas inaccesibles, valles montañosos. En cualquiera de estos lugares pueden tener ubicada su base.

— En la Luna no hay precipitaciones ni vientos — añadió Serguéi —. Únicamente los meteoritos pueden dañar las instalaciones.

— Esto significa que la base está defendida, por ejemplo, por una cubierta transparente o también invisible. Una cosa está clara — dijo Stone — que es necesario buscar la base allí donde nosotros la hubiéramos instalado si estuviéramos en su lugar. En un lugar donde parece que no hay nada pero que sea cómodo.

— Quiero expresar una idea más — dijo Murátov después de un corto silencio —. Los satélites y la base pueden ser invisibles para nuestros ojos, según escribe Guianeya, pero no pueden ser absolutamente transparentes. Recuerden que cuando estábamos en la «Titov» todos vimos que los satélites ocultaron de nuestra vista las estrellas que se encontraban detrás de ellos. Por lo tanto, en la Luna tienen que ocultar todo lo que se encuentre detrás de ellos. De aquí hago esta deducción lógica: la base está ubicada de forma que detrás de ella se encuentre un lugar que nunca lo ilumina el Sol. Y es posible que esté situada en la sombra lunar.

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