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Abajo la esperaban los científicos, empleados del servicio cósmico, algunos operadores de la telecrónica y periodistas.

Y en este instante Murátov observó lo que posteriormente había servido de tema de largas e inútiles discusiones, de innumerables suposiciones y conjeturas.

Por la faz de Guianeya se deslizó un gesto. Sus ojos se agrandaron. Pero sólo fue un instante. Inmediatamente adoptó el inalterable aspecto habitual.

Pero Murátov no se equivocó. Los objetivos de las cámaras fotográficas y de televisión la habían registrado como él la había visto.

Estaba dispuesto a jurar que a Guianeya algo la había asombrado, que esperaba otra cosa distinta.

¡Es más! Vio y comprendió de repente que ante él se encontraba otra Guianeya, que había cambiado bruscamente todo su aspecto, la expresión de su cara. Que en estos siete días Guianeya se hallaba en un estado de tensa espectativa, y sólo ahora esta tensión había desaparecido y estaba tranquila.

¡De esto no cabía la menor duda!

Lo que él y sus camaradas habían aceptado como la faz corriente de Guianeya era una máscara. Sólo ahora había visto su verdadero rostro.

Y le emocionó profundamente la tranquilidad que se difundía por el semblante de la huésped, del que habían desaparecido, como por encanto, los rasgos de inmovilidad y dureza.

¡Cuál había sido la causa de este cambio? ¿La acogida cordial? Pero, ¡si Guianeya había sido acogida en Hermes como una amiga!

«¡Otra vez un enigma!», pensó Murátov un poco excitado, ya que no podía aguantar los enigmas.

Henry Stone se acercó a Guianeya y le tendió la mano.

¡Y de nuevo un enigma!

Guianeya no se retiró, como antes en estos casos. Dio su mano de largos y flexibles dedos, en los que brillaban como esmeraldas las uñas verdes, al presidente del consejo científico del Instituto de cosmonáutica. Entregó su mano, pero no apretó.

Esto no sorprendió a nadie. El estrechar la mano podía ser una cosa no corriente en otros mundos. Por lo visto no lo conocían en la patria de Guianeya.

Después de Stone se acercaron a ella dos muchachas. Murátov vio con asombro que una de ellas era su hermana menor. Pero en seguida comprendió por qué se encontraba aquí. Marina era funcionarla del Instituto de lingüística, y su acompañante debía de ser también lingüista. Por lo visto habían decidido presentar a Guianeya unas amigas que pudieran estudiar su idioma o intentar enseñar el terrestre a la huésped.

Marina se acercó a Guianeya. Levantó los brazos para abrazar a la muchacha de otro mundo.

Guianeya se apartó.

«¡Otra vez! — pensó Murátov —. Otra vez Guianeya concedió el honor de tocar su mano al jefe de los presentes. Claro que ahora no era difícil averiguarlo».

La parada del expreso interrumpió los recuerdos de Murátov. Tenía que apearse en esta estación.

Pero por la noche, ya acostado, volvió a sus recuerdos.

Estando enfrascado en estos pensamientos, experimentó una verdadera necesidad de recordar todo hasta el final. A decir verdad, no recordaba — nunca había olvidado los acontecimientos de aquellos días — sino revivía de nuevo todos los pensamientos, dudas y sentimientos que había despertado Guianeya.

Dentro de tres días se encontrarían, dentro de tres días vería de nuevo a la enigmática huésped, de nuevo tendría contacto con los secretos que la rodeaban, y que no se habían aclarado durante este año y medio.

Ahora podía hablar con ella. Claro está que solamente de las cosas más corrientes.

Pero esto era algo. Las trescientas palabras que él manejaba podían servir para algo si se las empleaba como es debido.

Murátov no dudaba de que Guianeya iba a hablar con él no como con los demás. Con seguridad más francamente. No en balde durante este tiempo la huésped había expresado más de una vez el deseo de entrevistarse con aquel que la había traído a la Tierra, y cuyo nombre no conocía.

Todos decían que entre Guianeya y Marina existía un parecido exterior, y que Murátov se parecía todavía más a la huésped de la Tierra. ¿Era posible que en esto consistiera la clara simpatía de Guianeya hacia su traductora, el deseo insistente de verse con él mismo? Entonces había más probabilidades de que Guianeya contestara a sus preguntas.

La huésped había cambiado mucho durante este tiempo. Y los cambios habían sido para mejorar. Sensiblemente se había hecho más sociable, no se apartaba de las personas, estrechaba la mano de aquellos que no le provocaban una antipatía incomprensible, como por ejemplo las personas de estatura pequeña, a las que, por lo visto, no podía soportar. Era más viva, más alegre, participaba con gusto en los juegos deportivos, comenzaba poco a poco a interesarse por la vida de la Tierra. Leguerier no la calificaría ahora de orgullosa y altiva.

Pero seguía guardando silencio en todo lo que se refería a su pasado, a la historia de su aparición en Hermes.

Precisamente ésta era la causa por la que Murátov esquivara la entrevista con ella.

Después de la llegada a la Tierra, Murátov abandonó en seguida a Guianeya. ¿Qué tenía que hacer junto a ella? Se reintegró a sus ocupaciones habituales. Pero durante todo el año y medio no perdió el interés hacia el extraordinario acontecimiento en el que desempeñó un papel tan grande. Observaba atentamente todo lo que se refería a Guianeya, sabía todo lo que hacía la huésped, incluso mejor que lo sabían otras personas. Esto era debido a que su hermana estaba con Guianeya y frecuentemente hablaba por radiófono con su hermano.

Al día siguiente después de la llegada, Guianeya supo explicar a Marina que quería cambiar su vestido, y le pidió que le confeccionaran uno como el que tenía, pero de color blanco.

Su deseo fue cumplido inmediatamente.

Desde entonces la huésped iba invariablemente siempre de blanco. Ni una sola vez se puso su vestido dorado pero lo tenía guardado cuidadosamente y lo llevaba a todas partes consigo.

Murátov incluyó este hecho en la lista ya bastante larga de enigmas que Guianeya había planteado a las personas de la Tierra.

¿De qué se trataba? ¿Cuál era la causa? ¿Por qué la huésped de una forma inesperada y apresurada se desprendió de su vestido dorado? ¿Era casual la elección del color blanco?

¿No guardaría esto relación con el cambio inexplicable que tuvo lugar en Guianeya cuando salió de la nave?

Era incontrovertible que no fue casual la aparición de Guianeya en Hermes con un vestido dorado. Esto tenía un sentido. ¿Cuál? Esto no se podía averiguar, no sabiendo en absoluto nada de las costumbres y tradiciones que existían en el desconocido mundo de Guianeya.

Marina comunicó a su hermano en una conversación corriente por el radiófono que le sentaba muy bien el color blanco a Guianeya.

— Al sol — dijo ella — hace casi imperceptible el matiz verdoso de su piel. Toma un color bronceado como si se hubiera tostado al sol.

– ¿Crees que esto lo ha hecho Guianeya sólo para ocultar el matiz verdoso de su piel?

— preguntó Murátov.

— Me parece que sí — respondió Marina —. No olvides que es una mujer.

Murátov se rió. Una explicación tan sencilla del enigma le parecía completamente increíble. Guianeya estaba acostumbrada al matiz verdoso de su piel, color corriente de todas las personas de su patria. ¿Por qué le podía parecer que no fuera bonito y quisiera ocultarlo?

¡No, aquí hay otra causa!

Continuaba interesando no sólo a Murátov, sino también a todo el,Servicio del Cosmos», la posible relación de Guianeya con los que enviaron hacia la Tierra los satélitesexploradores. Los satélites no habían vuelto a aparecer. Si habían marchado para el intervalo correspondiente, éste ya duraba casi cuatro años. La sexta expedición lunar fue la última. Fue reconocido el gasto irracional de fuerzas para buscar aquello que posiblemente no existía.

Si Guianeya era en realidad compatriota de los «amos» sólo ella podría alzar el velo del secreto cósmico.

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