– ¿Cuál es el papel que usted destina a estas personas? — preguntó Matthews.
— El de examinar el satélite, aclarar de qué está hecho, por qué es invisible, y, por fin, tratar de penetrar en su interior.
– ¿Usted considera que este intento podrá llevarse a cabo?
— No estoy muy seguro de ello.
– ¿Usted piensa que la aparoximación al satélite está exenta de todo peligro?
— Sobre esto — Murátov se encogió de hombros — no puedo contestar nada. Es muy posible que sea peligroso. Si me lo confían, intentaré hacerlo.
– ¿Usted mismo?
— Claro. No podría proponer a nadie una cosa para la cual no estoy preparado yo mismo.
— De lo que usted nos ha dicho se puede deducir que está personalmente seguro, de que los satélites los dirigen personas, en el sentido de «seres racionales» — dijo Sinitsin, que en las reuniones oficiales, en presencia de numerosos científicos y reporteros no consideraba posible llamar a su amigo de tú —. ¿Entonces cómo explica usted, que el satélite, que perseguimos en la «Titov», cambiara la dirección del vuelo de una forma tan desordenada? ¿Por qué no se alejó inmediatamente de nosotros a una gran distancia?
Puesto que nos persuadimos de que podía volar más rápidamente que la «Titov». ¿Por qué esperó nuestra aproximación y sólo después se alejó? ¿Es que esto no tiene algo de parecido a la reacción de un mecanismo irracional? Si hubiéramos tenido que ver algo con un ser racional esto sería algo parecido al juego del gato y el ratón.
— Puedo contestar a esto diciendo que las personas que dirigían los satélites no quisieron que nosotros sospecháramos su existencia. Entonces la supuesta acción ilógica es un enmascaramiento sencillo. Pero contestaré de otra forma. En el satélite hay establecido un aparato que conecta el motor, indiferentemente hacia adelante o hacia atrás ante la aproximación de una masa extraña. Cuando se acercan él se aleja. Sin embargo puede aproximarse el mismo «amo» del satélite. Aquí, según mi criterio se encuentra la causa del hecho raro, de que la señal llegara después de nuestra segunda aproximación. Esta fue la orden de continuar evitando el encuentro. Si se hubiera aproximado la astronave de los «amos» entonces no habría señal y el satélite no se movería de su sitio. Y lo restante se explica según el criterio de ustedes: la reacción de un mecanismo irracional — terminó Murátov sonriéndose casi imperceptiblemente.
– ¿En dónde se encuentran estos «amos»?
— Para saber esto propongo realizar localizaciones. Pero quisiera que me comprendieran bien. Yo no he afirmado categóricamente que las señales las dé un ser vivo. En este caso el «amo» puede ser un cerebro electrónico. Sencillamente a mí me parece, que en un sitio cercano, claro está relativamente, se encuentra el «amo vivo».
— Para nuestros objetivos es indiferente, a fin de cuentas, que sea electrónico o vivo — dijo Stone —. Es seductora la proposición del camarada Murátov de que sean personas las que examinen el satélite. Lo mismo que él, yo estoy dispuesto a realizarlo. Se sobreentiende que antes mandaremos un robot.
Ambas proposiciones de Murátov fueron aprobadas después de una corta discusión que se refirió fundamentalmente a los detalles técnicos.
Cuando se discutió la cuestión de qué aparatos precisamente era necesario establecer en las tres naves para los trabajos de localización en unas condiciones tan poco corrietes surgió una idea más. Era tan sencilla y natural que incluso nadie se dio cuenta a quién se le ocurrió. Puesto que era exactamente conocida la longitud de onda en que fue transmitida la señal al satélite y no había fundamento para pensar que podría cambiarse en el segundo o tercer caso, ¿no estaría bien impedir la transmisión y de esta forma obligar al satélite a que «no la oyera», y, por lo tanto, a no moverse de su sitio? La realización técnica de las interferencias de radio no representaba ninguna dificultad.
— En resumen — dijo Stone, clausurando la reunión — nuestro plan se reduce a lo siguiente. Rodearán al satélite tres naves. La «Titov», como la primera vez, se aproximará mientras no surja la señal. Después de que haya sido realizada la localización enviaremos un robot explorador, y si la aproximación transcurre felizmente a continuación saldrán dos personas. Si a pesar de todo el satélite se marcha, haremos un intervalo de varios días.
En la tercera expedición emplearemos las interferencias de radio. En el caso extremo, si todos los esfuerzos resultan vanos, destruiremos los dos satélites enviándoles cohetes cargados de antigás.
Todo se repitió con exactitud.
Cuando Véresov, lo mismo que la primera vez, llevó la «Titov» lentamente y con precaución cerca del satélite invisible, la aguja del gravímetro comenzó a moverse hacia la derecha marcando la presencia de su masa. Al igual que varios días antes al llegar a la misma división de la escala, se detuvo oscilando y… con rapidez se inclinó a la izquierda.
La estación de tierra confirmó: ¡El satélite marcha velozmente hacia adelante!
Repetía lo mismo de antes y esto ofrecía esperanzas para el éxito del plan pensado.
– ¡Comience la segunda aproximación! — ordenó Stone.
Murátov tuvo que reconocer que estaba emocionado. Según su teoría la señal de radio tenía que tener lugar en la segunda aproximación. Si apareciese en la tercera o en la cuarta tenía que reconocer su error. Nada de vergonzoso había en esto, pero no era muy agradable. Víktor sintió la mirada irónica de Serguéi y frunció el ceño.
Pasó una hora y la aguja del gravímetro se animó. En un lugar próximo volaba de nuevo el explorador enigmático del mundo extraño.
No soló Murátov estaba emocionado, lo estaban todos y se lo ocultaban uno a otro. Un sentimiento parecido al chovinismo, imperceptible para las personas, surgió en sus conciencias. ¿Era posible que la potente técnica de la Tierra no pudiera vencer la tesonería de esa técnica ajena que no quería descubrir sus secretos? ¿Era posible que las personas no pudieran obligarla a que lo hiciera?
Aunque había sido decidido destruir los dos satélites en caso de repetirse el fracaso, cada uno para sí no creía que, en realidad, esto se llevaría a cabo. ¡No! ¡Era necesario buscar y buscar! ¡Y buscar hasta conseguir un triunfo completo!
«¡Queremos saber lo que son, y tenemos que conseguirlo!»
Estas palabras no pronunciadas, dominaban en los pensamientos de todos aquellos, que de una forma o de otra, habían tenido algo que ver con el secreto cósmico.
La «Titov» continuaba aproximándose al satélite, mejor dicho adonde tenía que encontrarse, todavía más lentamente que antes. Era necesario mantener una velocidad uniforme, que después, al elaborar los datos de la localización, había que tener en cuenta para no cometer un error de decenas de kilómetros, ya que el lugar de las transmisiones podría encontrarse muy lejos. Al haber la más pequeña inexactitud las tres líneas de dirección no coincidirían allí donde se encuentra el transmisor.
En las naves de la expedición fueron instalados aparatos muy exactos. Si la transmisión partiera incluso de la órbita de Marte, que según la convicción general es la más extrema, el lugar necesario sería determinado dentro de un límite no mayor de un kilómetro cúbico.
Stone, Sinitsin y Murátov no apartaban los ojos de las escalas del gravímetro y del localizador, situados uno junto a otro en el cuadro de mandos. Y los tres advirtieron simultáneamente la tan ansiada señal.
– ¡Aquí está! — exclamó Stone.
Murátov suspiró quitándose un peso de encima. ¡La suposición era cierta! La señal apareció en el mismo momento que la vez pasada. Inmediatamente el satélite frenó y se quedó atrás. Otra vez lo mismo que antes.
— Sus acciones son uniformes, esto es un punto a nuestro favor — señaló Stone.
— Una prueba más de que allí no hay un ser vivo sino un cerebro electrónico — dijo Sinitsin.