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– Podríamos decir que dejó la Sección en 1994, cuando se fue a la organización externa. En 1996 se convirtió en jefe adjunto del departamento de extranjería y se encontró con un cargo difícil de llevar al que tuvo que dedicarle mucho tiempo y esfuerzo. Como es natural, el contacto con la Sección ha sido constante y supongo que también debo añadir que, hasta hace muy poco, hemos conversado con cierta regularidad, más o menos una vez al mes.

– Así que está enfermo…

– No es nada serio, aunque sí muy doloroso. Tiene una hernia discal. Lleva causándole repetidas molestias durante los últimos años. Hace dos estuvo de baja durante cuatro meses. Y luego volvió a darse de baja en agosto del año pasado. Estaba previsto que volviera a trabajar el uno de enero, pero la baja se le prolongó y ahora se trata básicamente de esperar una operación.

– Y se ha pasado todo ese tiempo yéndose de putas -dijo Gullberg.

– Bueno, no está casado y, si lo he entendido bien, ya hace años que anda con putas -comentó Jonas Sandberg, que había permanecido callado durante casi media hora-. He leído el texto de Dag Svensson.

– De acuerdo. Pero ¿alguien me quiere explicar qué es lo que realmente ha ocurrido?

– Por lo que hemos podido deducir ha tenido que ser Björck quien ha puesto en marcha todo este circo. Es la única manera de explicar que el informe de 1991 acabara en las manos del abogado Bjurman.

– ¿Y éste también se dedicaba a ir de putas? -preguntó Gullberg.

– Que nosotros sepamos no. Por lo menos no figura en el material de Dag Svensson. Pero era el administrador de Lisbeth Salander.

Wadensjöö suspiró.

– Supongo que eso es culpa mía. Björck y tú le disteis un buen golpe a Lisbeth Salander en 1991 cuando ingresó en el psiquiátrico. Contábamos con que así se mantuviera fuera de circulación durante mucho más tiempo, pero le asignaron un tutor, el abogado Holger Palmgren, que consiguió sacarla de allí. La metieron en una familia de acogida. Tú ya te habías jubilado.

– ¿Y luego qué ocurrió?

– La tuvimos controlada. Mientras tanto, a su hermana, Camilla Salander, le buscaron una familia de acogida en Uppsala. Cuando contaban diecisiete años, Lisbeth Salander, de repente, empezó a hurgar en su pasado. Se puso a buscar a Zalachenko en todos los registros públicos que pudo. De alguna manera -no estamos seguros de cómo exactamente- se enteró de que su hermana conocía el paradero de Zalachenko.

– ¿Y era cierto?

Wadensjöö se encogió de hombros.

– Si te soy sincero, no tengo ni idea. Las niñas llevaban muchos años sin verse cuando Lisbeth Salander dio con su hermana e intentó obligarla a que le contara lo que sabía. Aquello acabó en una tremenda riña en la que se liaron a puñetazos.

– ¿Y?.

– Vigilamos bien a Lisbeth Salander durante aquellos meses. También informamos a Camilla Salander de que su hermana era violenta y estaba perturbada. Fue ella quien contactó con nosotros después de la repentina visita de Lisbeth, cosa que nos hizo aumentar la vigilancia.

– Entonces… ¿la hermana era tu informante?

– Camilla tenía mucho miedo de su hermana. En cualquier caso, Lisbeth Salander también llamó la atención en otros frentes. Discutió repetidas veces con gente de la comisión de asuntos sociales y determinamos que seguía constituyendo una amenaza para el anonimato de Zalachenko. Luego ocurrió aquel incidente del metro.

– Atacó a un pedófilo…

– Exacto. Resultaba obvio que se trataba de una chica con inclinaciones violentas y que estaba perturbada. Pensamos que lo mejor para todas las partes implicadas sería que ella desapareciera de nuevo metiéndola en alguna institución, y aprovechamos la ocasión. Fueron Fredrik Clinton y Von Rottinger los que actuaron. Contrataron de nuevo a Peter Teleborian y, con la ayuda de varios representantes legales, batallaron ante el tribunal para volver a ingresarla. Holger Palmgren era el representante de Salander y, contra todo pronóstico, el tribunal eligió apoyar su línea de defensa con la condición de que ella se sometiera a la tutela de un administrador.

– Pero ¿cómo se metió en eso a Bjurman?

– Palmgren sufrió un derrame durante el otoño de 2002. Por aquel entonces, Salander seguía siendo un asunto que hacía saltar las alarmas cuando aparecía en algún registro informático, y yo me aseguré de que Bjurman fuera su nuevo administrador. Ojo: él no sabía que era la hija de Zalachenko. La idea era simplemente que si ella empezaba a desvariar sobre Zalachenko, que el abogado reaccionara y diera la alarma.

– Bjurman era un idiota. No debía haber tenido nada que ver con Zalachenko ni mucho menos con su hija -Gullberg miró a Wadensjöö-. Eso fue un grave error.

– Ya lo sé -dijo Wadensjöö-. Pero en ese momento me pareció lo mejor y no me podía imaginar…

– ¿Y dónde está Camilla Salander hoy?

– No lo sabemos. Cuando tenía diecinueve años, hizo las maletas y abandonó a la familia de acogida. Desde entonces no hemos oído ni mu sobre ella. Ha desaparecido.

– De acuerdo, sigue…

– Tengo una fuente dentro de la policía abierta que ha hablado con el fiscal Richard Ekström -dijo Sandberg-. El encargado de la investigación, un tal inspector Bublanski, cree que Bjurman violó a Salander.

Gullberg observó a Sandberg con sincero asombro. Luego, reflexivo, se pasó la mano por la barbilla.

– ¿La violó? -preguntó.

– Bjurman llevaba un tatuaje que le atravesaba el estómago y que decía: «Soy un sádico cerdo, un hijo de puta y un violador».

Sandberg puso sobre la mesa una foto en color de la autopsia. Gullberg contempló el estómago de Bjurman con unos ojos como platos.

– ¿Y se supone que ese tatuaje se lo ha hecho la hija de Zalachenko?

– De no ser así, resulta muy difícil explicarlo. Pero es evidente que ella no es inofensiva. Les dio una paliza de la hostia a los dos matones de Svavelsjö MC.

– La hija de Zalachenko -repitió Gullberg para, acto seguido, dirigirse a Wadensjöö-. ¿Sabes? Creo que deberías reclutarla.

Wadensjöö se quedó tan perplejo que Gullberg se vio obligado a añadir que sólo estaba bromeando.

– Bien. Tomemos eso como hipótesis de trabajo: que Bjurman la violó y que ella se vengó. ¿Y qué más?

– La única persona que sabe exactamente lo que pasó es, por supuesto, el propio Bjurman, pero va a ser difícil preguntárselo porque está muerto. Lo que quiero decir es que es imposible que él supiera que ella era la hija de Zalachenko, pues no aparece en ningún registro público. Sin embargo, en algún momento de su relación con ella, Bjurman descubrió la conexión.

– Pero, joder, Wadensjöö: ella sabía muy bien quién era su padre, podría habérselo dicho en cualquier momento.

– Ya lo sé. Ahí simplemente nos equivocamos.

– Eso es de una incompetencia imperdonable -dijo Gullberg.

– Ya lo sé. ¡Y no sabes cuántas patadas en el culo me he pegado por ello! Pero Bjurman era uno de los pocos que conocía la existencia de Zalachenko, y yo pensaba que era mejor que él descubriera que se trataba de la hija de Zalachenko en vez de que lo hiciera un administrador completamente desconocido. En la práctica, ella podría habérselo contado a cualquier persona.

– Bueno… sigue.

– Todo son hipótesis -aclaró Georg Nyström con prudencia-. Pero creemos que Bjurman violó a Salander, que ella le devolvió el golpe y le hizo eso… -dijo, señalando con el dedo el tatuaje de la foto de la autopsia.

– De tal palo tal astilla -comentó Gullberg. Se le apreció un deje de admiración en la voz.

– Lo que provocó que Bjurman contactara con Zalachenko para que se ocupara de su hija. Como ya sabemos, Zalachenko tiene razones de sobra (más que la mayoría) para odiarla. Y Zalachenko, a su vez, sacó a contrata el trabajo con Svavelsjö MC y ese Niedermann con quien se relaciona.

– Pero ¿cómo pudo Bjurman contactar…? -Gullberg se calló. La respuesta resultaba obvia.

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