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– Yo tampoco. Pero le conté a Edklinth la verdad. Durante las últimas semanas he estado trabajando día y noche, y ya empiezo a ser ineficaz. Necesito dos días libres para recargar las pilas.

– ¿En Sandhamn?

– No le he dicho adánde pensaba ir -dijo ella, sonriendo.

Monica Figuerola dedicó un rato a husmear por la casita de veinticinco metros cuadrados de Mikael Blomkvist. El rincón de la cocina, el espacio para la higiene y el loft dormitorio fueron objeto de un examen crítico antes de dar su aprobación con un movimiento de cabeza. Se lavó un poco y se puso un fino vestido de verano mientras Mikael Blomkvist preparaba unas chuletas de cordero en salsa de vino tinto y ponía la mesa en el embarcadero. Cenaron en silencio mientras contemplaban el trasiego de barcos de vela que iban al puerto deportivo de Sandhamn o venían de él. Compartieron una botella de vino.

– Es una casita maravillosa. ¿Es aquí adonde traes a todas tus amiguitas? -preguntó Monica Figuerola de repente.

– A todas no. Sólo a las más importantes.

– ¿Erika Berger ha estado aquí?

– Muchas veces.

– ¿Y Lisbeth Salander?

– Ella estuvo aquí unas cuantas semanas cuando escribí el libro sobre Wennerström. Y también durante las fiestas de Navidad de hace dos años.

– ¿Así que tanto Berger como Salander son importantes en tu vida?

– Erika es mi mejor amiga. Llevamos más de veinticinco años siendo amigos. Lisbeth es una historia completamente distinta. Ella es muy especial y la persona más asocial que he conocido jamás. Se puede decir que la primera vez que la vi me causó una profunda impresión. La quiero mucho. Es una amiga.

– ¿Te da pena?

– No. Una buena parte de todo ese montón de mierda que le ha caído encima se lo ha buscado ella. Pero siento una gran simpatía hacia ella. Sintonizamos.

– Pero ¿no estás enamorado de ella ni de Erika Berger?

Mikael se encogió de hombros. Monica Figuerola se quedó contemplando a un tardío fueraborda Amigo 23 que, con las luces encendidas, pasó ronroneando de camino al puerto deportivo.

– Si amor significa querer mucho a alguien, entonces supongo que estoy enamorado de varias personas -dijo.

– ¿Y ahora de mí?

Mikael asintió. Monica Figuerola frunció el ceño y lo miró.

– ¿Te molesta? -preguntó Mikael.

– ¿Que hayas traído a otras mujeres antes? No. Pero me molesta no saber muy bien qué es lo que está pasando entre nosotros. Y no creo que pueda mantener una relación con un hombre que va por ahí tirándose a quien le da la gana…

– No pienso pedir disculpas por mi vida.

– Y yo supongo que, en cierto modo, me gustas porque eres como eres. Me gusta acostarme contigo porque no hay malos rollos ni complicaciones y me siento segura. Pero todo esto empezó porque cedí a un impulso loco. No me ocurre muy a menudo y no lo tenía planeado. Y ahora hemos llegado a esa fase en la que yo soy una de las mujeres a las que traes aquí.

Mikael permaneció callado un instante.

– No estabas obligada a venir.

– Sí. Tenía que venir. Joder, Mikael…

– Ya lo sé.

– ¡Qué desdichada soy! No quiero enamorarme de ti. Me va a doler demasiado cuando termine.

– Esta casita la heredé cuando murió mi padre y mi madre volvió a Norrland. Lo repartimos todo de manera que mi hermana se quedó con el piso y yo con esto. Hace ya casi veinticinco años…

– Ajá.

– Aparte de unos cuantos conocidos ocasionales a principios de los años ochenta, son exactamente cinco las chicas que han estado aquí antes que tú. Erika, Lisbeth, mi ex esposa, con la que estuve casado en los años ochenta, una chica con la que salí en plan serio a finales de los noventa, y una mujer algo mayor que yo que conocí hace dos años y a la que veo de vez en cuando. Son unas circunstancias un poco especiales…

– ¿Ah, sí?

– Tengo esta casita para escaparme de la ciudad y estar tranquilo. Casi siempre vengo solo. Leo libros, escribo y me relajo sentado en el muelle mirando los barcos. No se trata del secreto nido de amor de un soltero.

Se levantó y fue a buscar la botella de vino que había puesto a la sombra, junto a la puerta de la casita.

– No pienso prometerte nada -dijo-. Mi matrimonio se rompió porque Erika y yo no podíamos mantenernos alejados el uno del otro. Been there, done that, got the t-shirt.

Llenó las copas.

– Pero tú eres la persona más interesante que he conocido en mucho tiempo. Es como si nuestra relación hubiese ido a toda máquina desde el primer día. Creo que me gustas desde que te vi en mi escalera, cuando fuiste a buscarme. Más de una vez, de las pocas que he ido a dormir a mi casa desde entonces, me he despertado en plena noche con ganas de hacerte el amor. No sé si lo que deseo es una relación estable pero me da un miedo enorme perderte.

Mikael la miró.

– Así que… ¿qué quieres que hagamos?

– Habrá que pararse a pensarlo -dijo Monica Figuerola-. Yo también me siento tremendamente atraída por ti.

– Esto empieza a ponerse serio -contestó Mikael.

Ella asintió y, de repente, una gran melancolía se apoderó de ella. Luego, apenas hablaron durante un largo rato. Cuando oscureció, recogieron la mesa, entraron y cerraron la puerta tras de sí.

El viernes de la semana anterior al juicio, Mikael se detuvo delante de Pressbyrån y les echó un vistazo a las portadas de los periódicos matutinos. El presidente de la junta directiva del Svenska Morgon-Posten, Magnus Borgsjö, se había rendido y anunciaba su dimisión. Compró los diarios, se fue andando hasta el Java de Hornsgatan y se tomó un desayuno tardío. Borgsjö alegaba razones familiares como causa de su repentina dimisión. No quería comentar las afirmaciones que lo atribuían al hecho de que Erika Berger se hubiese visto obligada a dimitir desde que él le ordenó silenciar la historia de su implicación en la empresa de venta al por mayor Vitavara AB. Sin embargo, en una pequeña columna se anunciaba que el presidente de Svenskt Näringsliv había decidido designar una comisión para que se investigara qué relación tenían las empresas suecas con las del sureste asiático que utilizaban mano de obra infantil.

Mikael Blomkvist soltó una carcajada.

Luego dobló los periódicos, abrió su Ericsson T10 y llamó a la de TV4, a la que pilló comiéndose un sándwich.

– Hola, cariño -dijo Mikael Blomkvist-. Supongo que seguirás sin querer salir conmigo una noche de éstas.

– Hola, Mikael -contestó riendo la de TV4-. Lo siento, pero no creo que haya otra persona en el mundo que se aleje más de mi tipo de hombre. Aunque te quiero mucho.

– ¿Podrías, por lo menos, aceptar una invitación para cenar esta noche conmigo y hablar de un trabajo?

– ¿Qué estás tramando?

– Hace dos años, Erika Berger hizo un trato contigo sobre el asunto Wennerström. Funcionó muy bien. Y ahora yo quiero hacer otro parecido.

– Cuéntame.

– Hasta que no hayamos acordado las condiciones, no. Al igual que en el caso Wennerström, vamos a publicar un libro que saldrá con un número temático de la revista. Y esta historia va a hacer mucho ruido. Te ofrezco acceso en exclusiva y por anticipado a todo el material, con la condición de que no filtres nada antes de que lo publiquemos. Y esta vez la publicación será especialmente complicada ya que tiene que hacerse en un día determinado.

– ¿Cuánto ruido va a hacer la historia?

– Mucho más que el de Wennerström -dijo Mikael Blomkvist-. ¿Te interesa?

– ¿Bromeas? ¿Dónde quedamos?

– ¿Qué te parece en Samirs gryta? Erika Berger también asistirá.

– ¿Qué pasa con Berger? ¿Ha vuelto a Millennium después de que la echaran del SMP?

– No la echaron. Dimitió en el acto después de tener un desacuerdo con Borgsjö.

– Tiene pinta de ser un auténtico imbécil.

– Tú lo has dicho -dijo Mikael Blomkvist.

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