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Voy a describirlo. Por qué no. Es un hombre de cabellos claros. Ojos azules. Piel blanca. Cuesta precisar su edad. Diríase al final de la cincuentena, pero puede que la enfermedad le haya echado algunos años encima. Su aspecto no es muy bueno, pero tampoco el de alguien postrado por el mal. Se mantiene erguido, lo que me permite apreciar que es alto. Sus ojos centellean. Sus manos se sujetan con firmeza a los brazos de la butaca. Intenta levantarse al verme.

– No -lo disuade Anna, con afectuosa energía-. Creo que las dos ya estamos enteradas de que eres un caballero. No hagas alardes.

Y luego se dirige a mí:

– Estaré en la habitación de al lado.

Se desliza silenciosa hasta la puerta y cuando sale la cierra a su espalda. Ahora estamos solos. En la misma habitación. En la misma casa de la misma calle de la misma ciudad de este dislocado y a la vez ultraconectado mundo. Los dos. Theresa y el Inquisidor. A ambos nos cuesta creerlo. Ni él ni yo previmos que esto pasaría.

Ahora tengo que intentar reconstruir lo que nos decimos. No puedo ser fiel, estoy usando la memoria. Pero es lo que hay.

Espero que me perdones por hacerte venir aquí, y con tan poco tiempo. Aunque quiero pensar que si estás aquí es que me lo perdonas.

Claro. Cómo no iba a perdonártelo.

Siento haber desaparecido así. Imagino lo que se te habrá pasado por la cabeza. Ahora que me ves, ya no hace falta que te lo explique.

Ni que me pidas perdón, tampoco. ¿Cómo estás?

Mal, aunque he estado peor. Si me preguntas si me voy a morir, naturalmente, antes o después. Parece que tengo más papeletas para lo primero, pero no están seguros. Puede que dure. O eso me dicen, y ya les he pedido que no me cuenten cuentos, que quiero saber por dónde piso.

Yo… Me dejas sin palabras.

No te preocupes. Lo tengo asumido. Y sólo verte ya me hace bien.

Es que esto es…

Tan raro, ¿no? Y que lo digas. Míranos. Vaya dos.

Pues sí. Vaya dos.

Por suerte, no tenemos que aparentar nada.

No, eso no.

A fin de cuentas, ya sabemos lo que somos.

Como poca gente lo sabe, quizá.

Quizá. Qué paradoja, ¿verdad?

O no. Nunca hemos necesitado engañarnos.

Eres morena. No te imaginaba así. Tan poco británica.

Puede que algún náufrago de la Armada Invencible se cepillara a alguna honesta escocesa, ramas arriba de mi árbol genealógico… Es el chiste que hacía en la universidad cuando me decían eso.

No es del todo improbable. Eres del norte, por donde rodearon aquellos desgraciados con sus barcos después de quedarse sin municiones.

Tú tampoco pasarías por español, si quisieras evitarlo.

En mi caso sí sé el origen. Hubo un alemán. Pero se instaló en España mucho antes de 1945, no tienes por qué inquietarte.

Menos mal. Que bastantes impresiones llevo ya hoy.

También veo que no presumes sin fundamento. Eres atractiva.

¿Presumo de eso?

Algo, diría yo.

Bah, qué más da. Para lo que me ha servido.

La belleza es poder. Claro que te ha servido. Te sirve. Y te seguirá sirviendo, si sabes impedir que el tiempo afee tu alma. Y tú sabrás.

¿Por qué me llamaste? Creí que preferías que no nos viéramos.

Y lo prefería. Pero desde que te dije eso hasta ahora han sucedido muchas cosas, y no todas malas, no creas. Me han hecho replantearme algunas de mis actitudes. Y en cuanto a ti… He pensado que te debía este encuentro. También supongo que no quería dejar de verte, antes de irme.

Te lo agradezco.

Lo que siento es resultar tan decepcionante.

¿Por qué dices eso?

Tus dudas eran fundadas. No tengo 25 años. Y en mi estado de forma hasta la petanca es un deporte de riesgo.

No me gustan tan jóvenes. Y puedo pasar sin la petanca.

Gracias por tu piedad. En fin, como dicen en Sudamérica.

¿Qué dicen?

A partir de cierta edad, o das pena, o das plata. *

Muy bueno. Pero tú dispones de otros recursos.

No temas. Ahora sí que estoy retirado de verdad.

Ya oí eso antes. Y no me lo creí. Afortunadamente.

Eres una mujer encantadora, Theresa. Y ahora hablo en serio. Me siento privilegiado por haber podido conocerte. Quería que lo supieras.

Si sigues por ahí, voy a llorar. Y también hablo en serio.

Sí, tienes razón. Mejor no sigo. Aparte de eso, hay otros dos motivos por los que quería verte.

Tú me dirás.

Quería darte algo. Y pedirte algo también.

Sabes que no tienes por qué darme nada.

Lo sé. Por eso te lo doy.

¿Qué es? Ah. Kierkegaard. O lo uno o lo otro. Un fragmento de vida. Qué detalle. ¿Estás seguro de que quieres desprenderte de él?

Sé que contigo estará bien. Yo ya no lo necesito.

¿Y estos folios?

Lo que faltaba. Lo que en su día no te di.

No entiendo.

Lo entenderás cuando los leas. Pero no lo hagas ahora. Luego tendrás tiempo. Como ya te habrán dicho, en mi estado se me racionan todos los placeres, y también el de tu compañía. Por cierto, ¿conocías Berlín?

No, es mi primera visita.

Le pedía Anna que te sacara la vuelta para mañana por no robarte más tiempo del imprescindible. Pero si puedes y quieres quedarte más, díselo y te cambiará el billete y te ampliará la reserva en el hotel.

Gracias. Debo volver mañana sin falta.

Aprovecha la tarde, entonces. Ella te aconsejará qué ver.

¿Puedo preguntarte algo? A lo mejor es impertinente.

Pregunta.

¿ Anna es tu secretaria?

No.

Es una de las tres, ¿verdad?

Verdad.

¿Una de las dos pródigas?

Por descontado.

¿La que te fustigaba o la incomprensible?

¿Necesitas que te responda a eso?

No.

Vino a verme al hospital, cuando se enteró. Y tan pronto como la vi, tuve la sensación de que el tiempo no había pasado entre nosotros. Que había algo que se había quedado ahí metido, aunque yo no lo quisiera.

Quién te lo iba a decir.

A la vida le gusta jugar con nosotros. Lo que necesitas, no siempre te lo encuentras en el momento en que puedes tenerlo. Pero tampoco sabes nunca lo que pasará más adelante. Ahora las circunstancias son otras. Las suyas y sobre todo las mías. Yo diría que las mías son para salir corriendo, pero por suerte ella no lo ve así. Y quiere quedarse a compartirlas.

Entonces es que es de las buenas. O que persigue heredarte.

Es de las buenas. Ya sabe que me va a heredar otra persona.

En ese caso me alegro. De verdad. Me consuela saber que me has abandonado por alguien que merece la pena.

Ella estaba antes. Y a ti no pude abandonarte. Nunca te tuve.

¿Está al tanto de quién soy y de qué me conoces?

Sí. Pero no de tus intimidades. Ya sabes que eso lo guardo.

Lo sé. Me asombra verte con una mujer. ¿Qué ha sido de todas tus teorías y prevenciones? ¿ Y de tu ángel exterminador?

El ángel ahora está demasiado ocupado, exterminándome a mí. Y en cuanto a lo demás, tenías razón. A veces, necesitamos a otro que nos salve. A mí es ella quien me ha salvado de ésta, por ahora, y me da fuerzas para seguir. Estoy jodido, pero me siento afortunado. Por tenerla.

Ya ves, no somos tan malas, las mujeres.

Claro que no. Al final, la mujer es la casa, y es bueno tener una casa.

La mujer es la casa… Que no te oiga una feminista.

Me da igual. La feminista que se busque al que le diga lo que quiera oír. A mí me gusta la mujer que no hace aspavientos a ser la casa de los suyos. Al revés, que quiere y puede serlo y sabe que eso no la limita.

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* En castellano en el original. (N. del e./t.)

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