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Qué desolador. Pero es una bonita música. No me lo imaginaba. Y el vídeo tiene un punto de ternura. Curioso.

Ya ves, Theresa. No te dejes llevar por las apariencias.

Bueno. Después de todo esto, algo me ha quedado claro.

Qué.

Que no eres un tipo recomendable.

Ya te decía yo.

Eso es lo que quieres que piense, ¿no?

No. Sólo trato de ser honesto contigo.

¿Ni por un momento se te ha pasado por la cabeza la idea de intentar seducirme? Porque parece que pretendas lo contrario.

¿Y para qué iba a seducirte?

No sé. Pero todos los tipos con los que he chateado, antes o después, lo han intentado.

Pues yo no. Ya ves.

¿De veras?

¿Qué insinúas?

No sé cuántos años tienes, por encima de 25, pero sé que eres un perro lo bastante viejo como para saber ciertas cosas.

¿Como cuáles?

Que a ciertas chicas, la mejor manera de seducirlas, es no intentando seducirlas en absoluto.

De verdad que no he hecho ese cálculo.

Y que a esas chicas nada les atrae tanto como un hombre que se declara malhechor, peligroso, atormentado.

¿Me he declarado atormentado?

Dices que te absolviste a ti mismo, pero no es verdad. El inquisidor sigue dentro de ti. Ya no puede dominarte, te has puesto de pie ante él, en eso te doy la razón, pero no has terminado de echarle. Él es el que te mete en la cabeza esa tontería de que eres dañino, y te hace recrearte con ese aguafiestas de Kierkegaard, y con esa canción de tus hombres malos alemanes… Que es bonita, no te lo discuto, pero que no te lleva a ningún lado.

¿Y qué debo hacer, según tú?

¿Te gusta Stanley Kubrick?

Sí.

¿Has visto Eyes Wide Shut?

Afirmativo.

¿Recuerdas la última palabra de la película?

Cómo olvidarla.

Pues eso.

¿Es una proposición?

Quizá. Piénsalo. Voy a estar fuera hasta el viernes. Te doy tres días para meditar al respecto. Buenas noches, Inquisidor.

2 de diciembre

El sexo

Theresa y el Inquisidor. 31 de agosto de 2007.

¿Por qué nunca has mencionado el sexo?

Por qué debería haberlo mencionado.

Llámalo, no sé, presunción estadística. Eres hombre.

Ya ves, debo de ser un anormal.

No es sólo que no lo hayas mencionado. Es que lo has rehuido, cuando lo he mencionado yo.

¿Sí? Habrá sido sin darme cuenta.

No me tomes el pelo. Sé que aquí hay gato encerrado. Y no sólo porque el noventa y cinco por ciento de los hombres con los que me he encontrado en Internet me hayan manifestado sus intenciones sexuales en las tres primeras conversaciones (y calculo que en torno al ochenta en la primera). O porque el cien por cien, antes de ti, mostraran un interés perentorio en conocer mi edad y tener una descripción de mi aspecto físico, algo por lo que mes y medio después de conocernos tú sigues sin preguntarme.

¿Y qué hipótesis te has formado al respecto?

¿Qué piensas de alguien que en una reunión social donde corre el alcohol a raudales rechaza las copas y bebe sólo agua?

¿Que es abstemio, por ejemplo?

Vamos. ¿No crees que a estas alturas tiene más gracia dejarse de mascaradas y ser crudamente sinceros?

Quieres que te hable de mi relación con el sexo.

Está muy claro. Sí. Para empezar.

Soy heterosexual, eso ya te lo dije, ¿no?

Sí.

No lo entiendas como un desprecio hacia otras opciones. Probablemente sea una limitación por mi parte. Con ellas me pasa como con el tabaco. Si no fumo no es por motivos de salud o porque no quiera caer en el vicio. Nunca he sido capaz de encontrarle el punto.

Vamos al grano. ¿Te tiento sexualmente? ¿No tienes curiosidad por saber si soy rubia, morena, cómo son mis tetas?

¿Todas las escocesas sois así de diplomáticas?

Yo sólo me represento a mí misma.

Te responderé. Pero deja que antes te cuente una historia.

Oh, no. Por qué me lo temía.

Eres historiadora, no deberían disgustarte las historias. Nos ayudan a comprender lo que somos.

Y a manipularlo, también. De acuerdo. Me rindo. Adelante.

¿Has estado alguna vez en Lima, Perú?

No.

Hay allí un museo que merece la visita. Se llama Larco Herrera. Es un museo arqueológico. Tiene una colección principal, pero lo que nos interesa es algo que está en un edificio auxiliar, separado del resto. Allí se conservan decenas de piezas de cerámica de la cultura mochica, que se desarrolló en el norte de Perú entre los siglos I y VI. Representan figuras humanas en posturas obscenas. Los varones están dotados de enormes atributos. Y juegan abiertamente con todas las posibilidades que en la Europa de hace nada se seguían considerando como perversiones. Homosexualidad, sexo en grupo, sexo anal, etcétera.

Suena interesante.

La gente mira las figuras con una sonrisita, como si su intención fuera humorística. A mí, sin ir más lejos, me recomendaron ir a verlo diciéndome que era la sección porno del museo.

Bueno, es normal que a la gente le resulte gracioso, ¿no crees?

Sí. Pero el caso es que lo último que pretendían aquellos indios era hacer un chiste. Si uno se fija en las figuras, descubre que muchas de ellas tienen los rasgos de una calavera. En realidad, se trata de una advertencia. Avisan a quien las ve que detrás del goce sexual, en todas sus ilimitadas posibilidades, está la destrucción y la muerte.

La idea no es nueva. Eros y Tánatos…

Ajá. Pero llamo tu atención sobre el hecho de que los mochicas ni siquiera tenían noticia de la existencia de los griegos, y mucho menos de nuestras especulaciones modernas sobre sus mitos…

¿Adónde quieres ir a parar?

A una noción muy sencilla. El sexo es destructivo. Mortal.

¿Cómo? ¿He entendido bien?

No sé. Qué has entendido.

Oye, no serás un fanático religioso o algo así…

No. Y también te aclaro que me gusta el sexo y procuro practicarlo.

Entonces me he perdido. Además, lo que nos dice la biología es justo lo contrario: del sexo brota la vida. ¿No?

La transmite a un nuevo transmisor, que es diferente.

¿Qué diferencia hay?

El impulso sexual juega a favor de la vida de otro, y en contra de la vida del que lo experimenta. Al gorila dominante, su afición a montar a las hembras le hará verse, al cabo de los años, con otro bicho con sus genes pero mucho más joven y fuerte, que lo echará de la manada. Y en cuanto a la hembra, es más evidente: la lleva a pasar por el deterioro del embarazo, por los desvelos y sufrimientos que conlleva el cuidado de la cría, tal vez a morir por defenderla de un predador.

Vale. En plano estrictamente zoológico ya lo entiendo. Pero te recuerdo que hablamos de personas, no de gorilas. Y que podemos usar anticonceptivos, etcétera, etcétera.

Está bien… Te recuerdo que también somos primates, y que tenemos un lado animal. Pero si quieres, pasemos a la antropología.

Por favor.

¿Qué es lo que resulta constructivo para un profesor y padre de familia de, pongamos, 50 años? Mantenerse fiel a su esposa y considerarla la mujer más apetecible, aunque haya perdido el atractivo físico, incluso aunque observe, día a día, cómo la pérdida de hormonas femeninas acentúa en ella los rasgos masculinos. ¿Qué hace brotar en él su sexualidad? El deseo de tirarse a esa alumna de pómulos redondos y escote a punto de reventar que se sienta en la primera fila y que lo aturde con el efluvio de sus hormonas femeninas en ebullición.

Eso ha sido un golpe bajo.

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