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¿Contables o pródigas?

Tu agudeza resulta a veces temible, Theresa.

Responde.

Dos pródigas y una contable. Pero ya ves, con todas me fue mal.

¿Con todas igual de mal?

No sé si tiene sentido el ejercicio de buscar grados en la catástrofe. Podría decir que con las pródigas, dentro de todo, hubo menos destrozo recíproco. Que me las arreglé, pasado el tiempo, para recordarlas de manera más entrañable, porque acabé entendiendo mejor sus reacciones, incluso sus despropósitos. Y me da la sensación de que también ellas me entendieron mejor, en mis reacciones y en los despropósitos que hubo por mi parte. Aunque de poco sirviera, al final.

¿Qué pasó?

De todo, Theresa. De todo eso que trae el amor. Sinrazón, irrealidad, celos, afán de posesión, extorsión, ventajismo, dudas, sentimiento de rutina, de tedio, de incomprensión, de ahogo, deslealtades protagonizadas y sufridas, dependencias, huidas, soledad…

No puede decirse que seas un romántico, desde luego.

Soy realista. He conocido todo eso. En mí y en quien tenía enfrente. Claro que también estuvo lo otro, desde el placer hasta la sonrisa bobalicona y las flores y los versos, pasando por los desayunos con periódico en las mañanas de domingo. Pero estamos haciendo balance y los dos somos adultos. Y te estoy diciendo por qué, en definitiva, se acabó jodiendo todo, las tres veces. Podría contarte cada uno de los tres casos, con sus diferentes secuencias y responsabilidades. Tú lo hiciste y no soy quién para reprochártelo. Pero yo prefiero no hacerlo, porque no se trata sólo de mi intimidad, sino de la de otros, y tendría la sensación de que la estoy traicionando. Lo que en su día me prohibí.

¿Me estás llamando chismosa?

No, cada uno tiene sus reglas. Y las mías son éstas, nada más. En fin, la esencia es ésa. Al final, acabó prevaleciendo el lado oscuro. Y no quiero que me entiendas mal. Ante todo, me considero a mí mismo responsable. Porque seguramente no elegí bien. O mejor dicho, ya que las tres veces me eligieron, porque no supe decir que no.

Ya te salió el inquisidor. Siempre con la culpa…

No he dicho culpa, sino responsabilidad. Y para mí éste es un aspecto crucial de la cuestión. He abandonado y he sido abandonado, pero siempre, en mayor o menor medida, me encontré con que me culpaban, y con que yo, por el contrario, era incapaz de culpar. Puede ser que yo haya sido siempre el malo, o puede ser que haya tenido la mala suerte de tratar con mujeres propensas a descargarse de cualquier responsabilidad en los fracasos de pareja y a cargarla toda al varón. Pero renuncio a averiguarlo. Asumo yo la responsabilidad. No pienso ir por la vida apuntando a nadie con el dedo. Me apunto a mí mismo y tomo la decisión más coherente. Abstenerme. No dañaré más.

Ejem. Te hago notar que estás hablando con una mujer.

Soy consciente. ¿Y?

Podría decir que percibo un cierto tufo misógino.

Serías injusta. Relee mis palabras. No he hablado de todas las mujeres. Sino de las que a mí me han tocado en suerte.

Ya. Pero tu conclusión es rehuir a las mujeres.

No. Abstenerme de entablar relaciones de pareja con ellas. Me sigue gustando mucho mantener otras.

¿Ah, sí? ¿Como cuáles?

Como la que mantengo ahora contigo, por ejemplo. Estoy seguro de que con un hombre sería mucho más aburrida.

Ya… Pero no me convences. De lo de la misoginia, digo.

Voy a serte sincero. Quizá he simplificado algo, antes. Lo cierto es que de esas tres mujeres, dos acabaron odiándome, agrediéndome de una u otra forma y culpándome de todo. La otra… Bueno, simplemente se comportó de una manera incoherente, que nunca logré entender. Todo eso me ha llevado, no diría que a sacar conclusiones sobre las mujeres en general, pero sí a abrigar algunos temores fundados.

Explícate. Si te atreves, forastero.

Creo que hombres y mujeres vivimos ahora en un momento de cierto desajuste. Y que muchos hombres tienen una imagen desenfocada de la situación, de lo que se habla mucho, pero también bastantes mujeres, de lo que se habla menos. Igual que hay burros que siguen creyendo que las mujeres han de estar a su servicio, hay mujeres que no se han dado cuenta de que alcanzar la independencia significa asumir también la responsabilidad, a todos los efectos. Que no se puede ser amazona para lo que interesa y niña pequeña cuando conviene.

Ajá. ¿Por ejemplo?

No me quieres, eres un cabrón y te has aprovechado de mí No te quiero, entiéndelo y respeta mi libertad. No pienso plancharte nunca una puta camisa, a ver si te has creído que soy tu esclava, pero tú ya puedes irme preparando cenas románticas, darme caprichos y traerme el desayuno a la cama. A igual trabajo igual salario, pero si rompemos exijo mi derecho a quedarme con la casa, con los niños y con todo lo que pueda sacarte de tu sueldo y a que los jueces me apoyen.

Jajaja. ¿Eso somos las mujeres de hoy, según tú?

Eso podéis ser. Para mi mal, lo he comprobado. Y lamentablemente no se sabe de antemano. Se ve a posteriori.

Podríamos hablar también de lo que podéis ser los hombres. Y de cómo tampoco se sabe hasta que os descubrís.

Lo sé. Y frente a la estupidez masculina, aplíquense las leyes que ya hay, y mejórense en lo que fallan. Pero ya te he dicho, a mí me gustan las mujeres. Por eso es de ellas de las que me toca preocuparme. Y ya sé que no cuento con leyes que me protejan, precisamente…

De mí no necesitarías que te protegiera ninguna ley. Para empezar, yo nunca he intentado sacarle un duro a un hombre. Por no hacerlo me he quedado en la calle, pobre como una rata.

Habrá que esperar a que haya más como tú…

Así que es eso. Nos tienes miedo.

No. Sólo he respondido a lo que me preguntabas. En mi caso, simplemente, no ha funcionado. Y te insisto, no quiero caer en aquello que repudio. No se lo achaco a ellas. Me lo achaco a mí. En realidad, no me disuade nada de lo que acabo de decirte. Es lo que opino, pero no pasa de ser una generalidad sin importancia, al final. Lo que me disuade es algo más concreto. No quiero volver a ver a nadie llorando, sintiéndose desgraciado por mi culpa y arremetiendo contra mí.

Volvemos al principio. Tu ángel exterminador…

Es más saludable, ¿no crees? Es mejor aceptar que el mal está dentro de uno, en lugar de empeñarse en transferirlo a los demás. Aceptarlo y seguir con él, tranquilamente, aunque te obligue a reconocer que la renuncia es la única forma de remediarlo. Por eso me gustó cómo lo expresa Kierkegaard. Sin rodeos, sin imposturas. Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca, *que decía el poeta. Soy yo, que llevo el desasosiego y la insatisfacción conmigo. También encontré una canción que lo dice muy bien. Suelo oírla, cuando me acuerdo de ellas. Para no caer en la tentación de sentirme una víctima.

Qué canción?

¿Entiendes alemán?

Poco.

Busca en YouTube. Ohne dich, Rammstein.

¿ Rammstein? No puedo creer que escuches eso.

¿Por?

No soy una experta, lo mismo me confundo. Pero diría que son unos tipos que van por ahí vestidos de neonazis. ¿No?

Otra vez tus prejuicios, Theresa. Busca la canción. Y escúchala.

Estoy en ello. Espera.

La música hace que la letra resulte mucho más catártica. Y quizá el alemán, también. La clave está en el estribillo.

Ya la tengo. Estoy empezando a oírla.

Viene a ser así, si la memoria no me engaña: Ohne dich kann ich nicht sein / Ohne dich / Mit dir bin ich auch allein / Ohne dich / Ohne dich zähl' ich die Stunden / Ohne dich / Mit dir stehen die Sekunden / Lohnen nicht. ¿Te traduzco?

Si eres tan amable…

Pierde fuerza, pero en fin: «Sin ti yo no puedo estar / Sin ti / Contigo estoy igualmente solo / Sin ti / Sin ti cuento las horas / Sin ti / Contigo se detienen los segundos/ No merecen la pena».

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* En castellano en el original. (N. del e./t.)

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