Después de leer semejante alegato, y la breve sentencia que lo confirmaba e imponía la pena, me pregunté cómo habría hecho la pobre Teresa para defenderse. La papeleta era cualquier cosa menos sencilla, no sólo por la contundencia de la acusación, sino por la abundancia y lo pormenorizado de las imputaciones, que además se decían respaldadas por múltiples y coincidentes testimonios recogidos por el instructor de la causa entre las propias monjas.
Emprendí la lectura del texto de la priora con una expectación que ya casi no recordaba ser capaz de experimentar. Gracias al Inquisidor me había embarcado en un juego que me resultaba a la vez emocionante y absorbente, quizá en contraste con la monotonía que había dejado que se adueñase de mi existencia. En las peripecias de aquellos seres muertos siglos atrás, en las voces que atravesando el tiempo me las traían, tenía la reconfortante sensación de evadirme de mi propio ser, sin sospechar, todavía, que había iniciado algo que había de llevarme hasta sus más recónditas profundidades.
Pero entonces estaba lejos, como digo, de imaginar adónde me conducirían mis pesquisas. Quería saber lo que el Inquisidor me había escamoteado durante nuestra conversación, y con algo muy semejante al placer leí las primeras palabras de Teresa:
A los pies de V.A. bengo compelida de la fuerza de la obediencia, que me obliga a que postrada a ellos suplique se buelba a ver un proceso que contra mí se sentenció el año pasado de 1630 en este Santo Tribunal… *
A medida que avanzaba en su discurso, comprendí por qué el Inquisidor me había hablado de la inteligencia y de la fuerza de aquella mujer. Y al mismo tiempo adiviné por qué cuestionaba su inocencia. Yo misma empecé a albergar al respecto algunas dudas, mientras sopesaba tanto sus explicaciones como sus silencios, aunque sospeché que no íbamos a estar de acuerdo en cómo y cuánto había podido faltar Teresa a la verdad en su memorial. La próxima vez, si es que la había, estaría en condiciones de discutirlo.
23 de noviembre
Las razones de Teresa
Mientras leía el pliego de descargos de Teresa, fui subrayando los pasajes que me parecían más significativos. Era un texto largo, de unas cuarenta cuartillas en apretada caligrafía, y se me ocurrió que recurrir a esa vieja técnica escolar me ayudaría a captar mejor el sentido y los matices de su argumentación. A veces tenía que releer las frases cuatro y cinco veces antes de entenderlas: a la dificultad que siempre impone descifrar una lengua que no es la propia, se sumaba en este caso la de los abundantes arcaísmos, frente a los que comprobé que me encontraba francamente desentrenada. Tampoco faltaban en el vocabulario de la priora los tecnicismos propios de la jerga inquisitorial, con los que también había perdido bastante soltura, así como con las expresiones relacionadas con el dogma católico y la vida religiosa. Para terminar de complicarlo todo, la letra del manuscrito era en algunos pasajes poco menos que ilegible.
Me tomé el trabajo de pasar a limpio los fragmentos que había subrayado, para poder releerlos con más fluidez y hacerme una idea más precisa de las razones de Teresa. He estado rebuscando en el disco duro del ordenador y he encontrado el fichero con las transcripciones. No son más que una parte del memorial, aquella que mi particular interés me hizo entresacar del conjunto. Pero he pensado que puede ser útil copiarla aquí, para que quien esté leyendo esta historia pueda tener una impresión del personaje en su propia voz. De nuevo pido disculpas a quienes no entiendan bien el castellano. No tengo otra excusa para mi descortesía que la pereza.
Habla Teresa Valle:
… E callado y sufrido el deshonor y descrédito que V.A. save, pues no a quedado parte del mundo donde no se ha entendido, creyendo lo que permite nuestro Señor por justos juicios suios, por castigos de mis pecados, muy justo y muy menor de lo que ellos merecen. Con este conocimiento no he querido hacer esto en siete años que ha que se me dio la sentencia, aunque personas muy Sanctas y Doctas me lo ayan aconsejado y cargádome la conciencia en no hacerlo. Ahora a entrado el mandato de mis superiores y, haviendo visto y examinado despacio hasta el menor asomo de las cosas que sucedieron, y viendo la ignorancia y sinceridad que en todo hubo, me mandan con precepto que haga esto y assí, no pudiendo resistirme más, suplico a V.A. mire con la piedad que siempre se alla en su piadoso pecho esta causa, que ya no por mía sino de Dios me dispongo a bolberla a representar a V.A., con gran constancia de que a de quedar entendida la verdad de lo que sucedió…
… Los deseos que Dios nuestro Señor me dio de que este convento se fundase y las dificultades que tubo, ya habrán llegado a oydos de V.A. Con todo, tubo efecto la fundación, y la orden nos dio un Religioso por prior y vicario, con tanta opinión de letras y virtud que, según entonces entendía fundada en la información que del tenía, no avía otro que se le adelantase. Rendímonos todas las Religiosas y yo a su obediencia, procurando con todas veras no tener resistencia a cosa que nos ordenasse, por estar obligadas a esto por título de Prior, confesor y Padre espiritual…
… Aunque víamos algunas acciones a nuestro parecer imprudentes, juzgábamos que no lo eran y que quizá las acía con intención de probar nuestro rendimiento, siendo estas cosas de poca importancia y no en ninguna que pueda haver reparo en si hera ofensa de Dios…
… Después de haverse fundado este convento y pasado para ello artos travajos y disgustos, y llegando a profesar contentas de verle ya hecho y deseosas de que llegase a mucha perfección, estando descuydadas el día de la Natividad de nuestra Señora vimos a una Religiosa hacer tales visages, dar tales golpes arrojando las reliquias y imágenes que juzgábamos que estava loca. Llamose al Doctor, fue curándola y a dos días nos dijo que según las cosas que hacía y decía, y lo buena que quedava arratos, le parecía no era mal natural y que así se procurase curalla con conjuros…
… Nuestro confesor y superior entró dentro del convento a ver qué hera lo que el Dotor decía, y por haver curado algunos endemoniados tenía experiencia del modo de conocer si lo estava. Comenzó a conjurarla y al punto se manifestó ser demonio el mal que tenía, y conocíase tan claro en la ferocidad del rostro, en las palabras y en todas sus acciones…
… Sucediome que me empecé a ver tal y a sentir dentro de mí un modo y una cosa que totalmente juzgava que no hera cosa natural la que me causaba aquellos sentimientos. Hice muchas oraciones pidiendo a Dios me librase de tan grande trabajo. Viendo que continuava lo que sentía, pedí al Prior me conjurasse diversas veces, él, no queriéndome admitir, procurava disuadirme de aquello diciendo era imaginación, y yo hacía cuanto podía para creerlo, pero el mal hacíame experimentar otra cosa…
… En un instante me vi casi privado el sentido y haciendo acciones y diciendo cosas que en mi vida a mi imaginación abían llegado. Naturalmente he sido tan asegurada que aun siendo niña no lo parecía en mis acciones, porque ni juegos ni burlas ni travesuras propias de aquella edad nunca las tuve, y verme cuando tenía más de veinte y seis años con las obligaciones de Religiosa (que solas esas bastaban) hacer locuras y acciones que desdecían a todo lo que se devía hacer… Vastantemente se podía conocer que no era cosa natural la que me movía…